El pasado jueves 27 de Octubre a las 21 hs en la mítica “Botica del Ángel” se llevo a cabo una velada de tango y homenajes a figuras de la cultura y el deporte .
El Trío Muñecas Bravas integrado por Patricia Malanca, Geraldine Trenza Cobre y Gaby "La voz sensual del tango" brindó un excelente show .
Se rindió un emotivo homenaje a la primera actriz Mercedes Carreras.
El presidente del Centro de Estudios y Difusión de la Cultura Popular Argentina José Valle hizo entrega de merecidas distinciones a la trayectoria a las actrices Cristina Tejedor, Victoria Carreras y Noemí Serantes, los actores Héctor Fernández Rubio y Tito Mendoza, los cantantes Danny Cabuche y Abel Visconti, el compositor Oscar Fresedo, los periodistas Carlos Gorrindo, Ricardo Sánchez Barcia, Ariel Bibbo ,Eduardo González, Ricardo Salton , los ex futbolistas Ricardo Elbio Pavoni y Rubén Galván y a la Senadora Provincial Nidia Moirano por su trabajo en defensa de los derechos de la ancianidad.
Asimismo, , se presentó el libro “Tanguito, Historia, personajes y anécdotas del 2x4” de Gabriela A. Biondo y José Valle,de Ed. EN UN FECA, pensado para la educación primaria y secundaria pero recomendado para todo lector que quiera acercarse al género.
Fotografia gentileza de José Ruiz.
El Centro de Estudios y Difusión de la Cultura Popular Argentina tendrá a su cargo investigar, estudiar, proponer y divulgar las actividades culturales vinculándolas al desarrollo social, mediante la protección y difusión del patrimonio cultural tangible e intangible de la cultura popular argentina.
sábado, 29 de octubre de 2016
martes, 2 de agosto de 2016
Raimundo Ongaro un dirigente gremial que marcó una época
Murió hoy, a los 92 años, Raimundo Ongaro, un referente histórico del sindicalismo argentino y quien fuera, hasta 15 de abril de este año, el secretario general de los trabajadores gráficos.
La noticia fue confirmada esta noche a Clarín desde la Federación Gráfica Bonaerense. Falleció en su casa de Los Polvorines, en Malvinas Argentinas, y fue encontrado en el domicilio por sus familiares.
El histórico dirigente gráfico padecía problemas cardíacos, de acuerdo a lo consignado por el dirigente Héctor Amichetti a Télam.
Ongaro marcó una época en el gremialismo nacional: creó la CGT de los Argentinos, a fines de los 60, durante la dictadura de Juan Carlos Onganía. Fue de la llamada "línea combativa," diferenciándose de los "dialoguistas" con el régimen. En mayo de 1975, su hijo Alfredo Máximo fue asesinado a balazos, crimen que se ajudicó a las bandas de la Triple A organizadas por José López Rega.
Desde el gremio gráfico lo recordaron, en diálogo con este diario, "como un dirigente hiperactivo, lúcido, que en abril pasado estuvo en las elecciones del sindicato donde, más allá de ir a votar, se quedó y compartió un buen rato".
Agregaron que, por aquella vitalidad, la muerte del sindicalista "sorprendió a todos, más allá de los achaques que pueda tener una persona de esa edad".
"No lo esperábamos", concluyeron.
El historiador y escritor argentino José Valle manifestó " Raimundo Ongaro:un hombre honrado y en esta época el calificativo es casi revolucionario."
Ongaro será velado mañana, a partir de las 10, en la sede de dicha Federación en Paseo Colón 731, Capital Federal. Los restos serán sepultados en el Cementerio de Sam Miguel
La noticia fue confirmada esta noche a Clarín desde la Federación Gráfica Bonaerense. Falleció en su casa de Los Polvorines, en Malvinas Argentinas, y fue encontrado en el domicilio por sus familiares.
El histórico dirigente gráfico padecía problemas cardíacos, de acuerdo a lo consignado por el dirigente Héctor Amichetti a Télam.
Ongaro marcó una época en el gremialismo nacional: creó la CGT de los Argentinos, a fines de los 60, durante la dictadura de Juan Carlos Onganía. Fue de la llamada "línea combativa," diferenciándose de los "dialoguistas" con el régimen. En mayo de 1975, su hijo Alfredo Máximo fue asesinado a balazos, crimen que se ajudicó a las bandas de la Triple A organizadas por José López Rega.
Desde el gremio gráfico lo recordaron, en diálogo con este diario, "como un dirigente hiperactivo, lúcido, que en abril pasado estuvo en las elecciones del sindicato donde, más allá de ir a votar, se quedó y compartió un buen rato".
Agregaron que, por aquella vitalidad, la muerte del sindicalista "sorprendió a todos, más allá de los achaques que pueda tener una persona de esa edad".
"No lo esperábamos", concluyeron.
El historiador y escritor argentino José Valle manifestó " Raimundo Ongaro:un hombre honrado y en esta época el calificativo es casi revolucionario."
Ongaro será velado mañana, a partir de las 10, en la sede de dicha Federación en Paseo Colón 731, Capital Federal. Los restos serán sepultados en el Cementerio de Sam Miguel
A 16 años de la muerte de René Favaloro
Hace 16 años, se suicidaba el cardiocirujano René Favaloro de un disparo al corazón. La muerte impacta tristemente en toda la sociedad argentina, en medio de un gran reconocimiento al profesional que se hizo mundialmente conocido por la técnica del by pass.
En su despedida redactó una desesperada carta al entonces presidente Fernando de la Rúa en la que se manifestaba cansado de luchar, y en la que reclamaba cooperación económica para solventar la fundación que lleva su nombre y en donde el reconocido cardiólogo y educador desplegó una serie de críticas al sistema de salud argentino.
"¿Cómo se mide el valor social de nuestra tarea docente? Es indudable que ser honesto, en esta sociedad corrupta tiene su precio. A la corta o a la larga te lo hacen pagar", escribía el doctor nacido en La Plata en 1923.
“Quizá el pecado capital que he cometido, aquí en mi país, fue expresar siempre en voz alta mis sentimientos, mis críticas, insisto, en esta sociedad del privilegio, donde unos pocos gozan hasta el hartazgo, mientras la mayoría vive en la miseria y la desesperación. Todo esto no se perdona, por el contrario se castiga", redactó en otro párrafo que sigue teniendo la misma vigencia que aquel día.
Hace pocos días, se inauguró el Mural de corazones en su homenaje, creado por artistas del mosaico con colaboración de pacientes del doctor El mural se luce en una de las paredes del hospital San Martín, donde Favaloro comenzó haciendo sus prácticas durante su etapa de estudiante y, luego, decidió llevar a cabo allí su residencia.
En su despedida redactó una desesperada carta al entonces presidente Fernando de la Rúa en la que se manifestaba cansado de luchar, y en la que reclamaba cooperación económica para solventar la fundación que lleva su nombre y en donde el reconocido cardiólogo y educador desplegó una serie de críticas al sistema de salud argentino.
"¿Cómo se mide el valor social de nuestra tarea docente? Es indudable que ser honesto, en esta sociedad corrupta tiene su precio. A la corta o a la larga te lo hacen pagar", escribía el doctor nacido en La Plata en 1923.
“Quizá el pecado capital que he cometido, aquí en mi país, fue expresar siempre en voz alta mis sentimientos, mis críticas, insisto, en esta sociedad del privilegio, donde unos pocos gozan hasta el hartazgo, mientras la mayoría vive en la miseria y la desesperación. Todo esto no se perdona, por el contrario se castiga", redactó en otro párrafo que sigue teniendo la misma vigencia que aquel día.
Hace pocos días, se inauguró el Mural de corazones en su homenaje, creado por artistas del mosaico con colaboración de pacientes del doctor El mural se luce en una de las paredes del hospital San Martín, donde Favaloro comenzó haciendo sus prácticas durante su etapa de estudiante y, luego, decidió llevar a cabo allí su residencia.
sábado, 9 de julio de 2016
El Congreso de Tucumán
Hacia 1815 se había convocado a las Provincias del Río de la Plata para que eligieran diputados para enviar a un Congreso que iba a celebrarse en la ciudad de San Miguel de Tucumán.
La situación política por entonces se había vuelto muy complicada pues ya no peligraba solo la unión entre las provincias, sino también el propio movimiento emancipador iniciado pocos años antes. Tal era el clima imperante cuando se cursaba la convocatoria al Congreso que debía declarar la independencia, una idea tan postergada como anhelada tras la oportunidad perdida por la Asamblea de 1813.
No obstante las dificultades atravesadas, de todos los rincones del territorio, poco a poco comienzaron a llegar a Tucumán los diputados elegidos por las provincias, hasta que la mañana del 25 de marzo de 1816 el Congreso iniciaba sus sesiones con un plan de trabajo definido: declarar la independencia nacional y dictar una constitución para las provincias unidas. Los congresales sumaban un total de treinta y tres miembros, de los cuales diecisiete eran de profesión abogados, y trece eran sacerdotes.
Los siguientes son los diputados que asistieron:
Por Buenos Aires: Tomás Manuel de Anchorena, José Darragueira, Esteban Agustín Gascón, Pedro Medrano, Juan José Paso, Cayetano José Rodríguez y Antonio Sáenz.
Por Catamarca: Manuel Antonio Acevedo y José Eusebio Colombres.
Por Córdoba: José Antonio Cabrera, Miguel Calixto del Corro, Eduardo Pérez Bulnes y Jerónimo Salguero de Cabrera y Cabrera.
Por Charcas: José Severo Malabia, Mariano Sánchez de Loria y José Mariano Serrano.
Por Chichas: José Andrés Pacheco de Melo, y Juan José Feliciano Fernández Campero.
Por Jujuy: Teodoro Sánchez de Bustamante.
Por La Rioja: Pedro Ignacio de Castro Barros.
Por Mendoza: Tomás Godoy Cruz y Juan Agustín Maza.
Por Mizque: Pedro Ignacio Rivera.
Por Salta: Mariano Boedo, José Ignacio de Gorriti y José Moldes.
Por San Juan: Francisco Narciso de Laprida y Justo Santa María de Oro.
Por San Luis: Juan Martín de Pueyrredón.
Por Santiago del Estero: Pedro León Gallo y Pedro Francisco de Uriarte.
Por Tucumán: Dr. Pedro Miguel Aráoz y Dr. José Ignacio Thames.
La ausencia de los representantes de las provincias que conformaban la Liga Federal de los Pueblos Libres: la Banda Oriental, Corrientes, Entre Ríos, Misiones y Santa Fe se debió a que rechazaron la convocatoria al Congreso realizada por el Directorio, puesto que las mismas se encontraban en guerra contra el ejército enviado por el mismo Directorio.
Las provincias del Alto Perú: La Paz, Cochabamba, Santa Cruz de la Sierra y Potosí, que habían integrado el Virreinato del Río de la Plata no enviaron diputados ya que las mismas se encontraban bajo el poder del ejército realista. Solo lograron incorporarse al Congreso en Tucumán los diputados de Charcas y Chichas.
Tampoco estuvo representado el Paraguay, provincia que desde 1810 se negó a reconocer la jurisdicción de ningún gobierno instalado en Buenos Aires, y ya en 1811 había declarado, aunque de hecho, su independencia de España.
La situación política por entonces se había vuelto muy complicada pues ya no peligraba solo la unión entre las provincias, sino también el propio movimiento emancipador iniciado pocos años antes. Tal era el clima imperante cuando se cursaba la convocatoria al Congreso que debía declarar la independencia, una idea tan postergada como anhelada tras la oportunidad perdida por la Asamblea de 1813.
No obstante las dificultades atravesadas, de todos los rincones del territorio, poco a poco comienzaron a llegar a Tucumán los diputados elegidos por las provincias, hasta que la mañana del 25 de marzo de 1816 el Congreso iniciaba sus sesiones con un plan de trabajo definido: declarar la independencia nacional y dictar una constitución para las provincias unidas. Los congresales sumaban un total de treinta y tres miembros, de los cuales diecisiete eran de profesión abogados, y trece eran sacerdotes.
Los siguientes son los diputados que asistieron:
Por Buenos Aires: Tomás Manuel de Anchorena, José Darragueira, Esteban Agustín Gascón, Pedro Medrano, Juan José Paso, Cayetano José Rodríguez y Antonio Sáenz.
Por Catamarca: Manuel Antonio Acevedo y José Eusebio Colombres.
Por Córdoba: José Antonio Cabrera, Miguel Calixto del Corro, Eduardo Pérez Bulnes y Jerónimo Salguero de Cabrera y Cabrera.
Por Charcas: José Severo Malabia, Mariano Sánchez de Loria y José Mariano Serrano.
Por Chichas: José Andrés Pacheco de Melo, y Juan José Feliciano Fernández Campero.
Por Jujuy: Teodoro Sánchez de Bustamante.
Por La Rioja: Pedro Ignacio de Castro Barros.
Por Mendoza: Tomás Godoy Cruz y Juan Agustín Maza.
Por Mizque: Pedro Ignacio Rivera.
Por Salta: Mariano Boedo, José Ignacio de Gorriti y José Moldes.
Por San Juan: Francisco Narciso de Laprida y Justo Santa María de Oro.
Por San Luis: Juan Martín de Pueyrredón.
Por Santiago del Estero: Pedro León Gallo y Pedro Francisco de Uriarte.
Por Tucumán: Dr. Pedro Miguel Aráoz y Dr. José Ignacio Thames.
La ausencia de los representantes de las provincias que conformaban la Liga Federal de los Pueblos Libres: la Banda Oriental, Corrientes, Entre Ríos, Misiones y Santa Fe se debió a que rechazaron la convocatoria al Congreso realizada por el Directorio, puesto que las mismas se encontraban en guerra contra el ejército enviado por el mismo Directorio.
Las provincias del Alto Perú: La Paz, Cochabamba, Santa Cruz de la Sierra y Potosí, que habían integrado el Virreinato del Río de la Plata no enviaron diputados ya que las mismas se encontraban bajo el poder del ejército realista. Solo lograron incorporarse al Congreso en Tucumán los diputados de Charcas y Chichas.
Tampoco estuvo representado el Paraguay, provincia que desde 1810 se negó a reconocer la jurisdicción de ningún gobierno instalado en Buenos Aires, y ya en 1811 había declarado, aunque de hecho, su independencia de España.
Reunidos los diputados en Congreso en la ciudad de Tucumán, debido a lainestabilidad y los conflictos internos y externos que desafiaban a las autoridades nacionales, situación que preocupaba a los congresales, como primera medida dispusieron el nombramiento de Juan Martín de Pueyrredón en el cargo ejecutivo de Director Supremo, y seguidamente decidieron que era necesario dar el gran paso para el cual habían sido convocados: declarar la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata.
El 9 de julio de 1816, el presidente del Congreso, Don Francisco Laprida, preguntó con emoción a los congresales: “queréis que las provincias de la Unión sean una nación libre e independiente de los reyes de España y su metrópoli...? Todos contestaron ¡Sí!, y fueron aclamados vivamente por los vecinos presentes en la sala. Seguidamente se confeccionó el Acta de la Independencia, en la que expresaba (…)solemnemente a la faz de la tierra, que es voluntad unánime e indubitable de estas Provincias romper los violentos vínculos que los ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojados, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando séptimo, sus sucesores y metrópoli...
Diez días después, el 19 de julio, en sesión secreta, y a instancias del diputado Pedro Medrano, debido a la sospecha que los inquietaba de que a espaldas del Congreso el gobierno de Buenos Aires estaba negociando someter a la Unión a un protectorado del imperio portugués, se resolvió enmendar el acta de emancipación, agregándose a la misma que no solamernte nos declarábamos libres de España sino de “toda otra dominación extranjera”, es decir de todo otro país.
El 9 de julio de 1816, el presidente del Congreso, Don Francisco Laprida, preguntó con emoción a los congresales: “queréis que las provincias de la Unión sean una nación libre e independiente de los reyes de España y su metrópoli...? Todos contestaron ¡Sí!, y fueron aclamados vivamente por los vecinos presentes en la sala. Seguidamente se confeccionó el Acta de la Independencia, en la que expresaba (…)solemnemente a la faz de la tierra, que es voluntad unánime e indubitable de estas Provincias romper los violentos vínculos que los ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojados, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando séptimo, sus sucesores y metrópoli...
Diez días después, el 19 de julio, en sesión secreta, y a instancias del diputado Pedro Medrano, debido a la sospecha que los inquietaba de que a espaldas del Congreso el gobierno de Buenos Aires estaba negociando someter a la Unión a un protectorado del imperio portugués, se resolvió enmendar el acta de emancipación, agregándose a la misma que no solamernte nos declarábamos libres de España sino de “toda otra dominación extranjera”, es decir de todo otro país.
lunes, 4 de julio de 2016
Bartolomé Mitre
Nació el 26 de junio de 1821 en Buenos Aires
Sus padres no aprobaban su vocación literaria por lo que le enviaron a la estancia de Gervasio Rosas, para que se convirtiera en un hombre de campo.
Se granjeó con sus escritos la enemistad del dictador argentino Juan Manuel de Rosas. Tuvo que exiliarse en Chile, Bolivia y Perú. De regreso a Argentina en el año 1852 participa en el derrocamiento de Rosas, liderado por el general Justo José de Urquiza.
En 1853 es nombrado ministro de Guerra del gobierno provincial de Buenos Aires, y trata de oponerse al plan de Urquiza que pretendía que la provincia pasara a formar parte de la recién proclamada República Argentina. En 1859, las tropas de Mitre fueron derrotadas por Urquiza en la batalla de Cepeda, por lo que Buenos Aires pasó a formar parte de la federación. Fue gobernador de la provincia de Buenos Aires en 1860 y vence a Urquiza en la batalla de Pavón (1861).
Elegido presidente de la República en 1862 para un mandato de seis años. Durante su presidencia, Argentina, aliada con Brasil y Uruguay contra Paraguay, participó en la guerra de la Triple Alianza(1865-1870). En 1868 pierde las elecciones presidenciales ante Domingo Faustino Sarmiento; volvió a presentarse otra vez como candidato en 1891 pero fracasó. Ocupó cargos de ministro y diplomático para el nuevo presidente. Pero el grueso de su actividad vuelve a las letras.
El 4 de enero de 1870 lanza el primer número del diario "La Nación". El nuevo periódico se sostiene en el prestigio de Mitre y la ideología liberal. Esa coyuntura convierte a "La Nación" en un medio con gran influencia en la clase dirigente, que más de una vez es adoctrinada por los editoriales de Mitre. Entre sus escritos se encuentran un gran número de poesías, traducciones de autores clásicos (como el poeta italiano Dante Alighieri) y obras históricas, como la Historia de Belgrano y de la independencia argentina (1858-1859) y la Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana (1877-1888).
Bartolomé Mitre falleció en Buenos Aires el 19 de enero de 1906.
Se granjeó con sus escritos la enemistad del dictador argentino Juan Manuel de Rosas. Tuvo que exiliarse en Chile, Bolivia y Perú. De regreso a Argentina en el año 1852 participa en el derrocamiento de Rosas, liderado por el general Justo José de Urquiza.
En 1853 es nombrado ministro de Guerra del gobierno provincial de Buenos Aires, y trata de oponerse al plan de Urquiza que pretendía que la provincia pasara a formar parte de la recién proclamada República Argentina. En 1859, las tropas de Mitre fueron derrotadas por Urquiza en la batalla de Cepeda, por lo que Buenos Aires pasó a formar parte de la federación. Fue gobernador de la provincia de Buenos Aires en 1860 y vence a Urquiza en la batalla de Pavón (1861).
Elegido presidente de la República en 1862 para un mandato de seis años. Durante su presidencia, Argentina, aliada con Brasil y Uruguay contra Paraguay, participó en la guerra de la Triple Alianza(1865-1870). En 1868 pierde las elecciones presidenciales ante Domingo Faustino Sarmiento; volvió a presentarse otra vez como candidato en 1891 pero fracasó. Ocupó cargos de ministro y diplomático para el nuevo presidente. Pero el grueso de su actividad vuelve a las letras.
El 4 de enero de 1870 lanza el primer número del diario "La Nación". El nuevo periódico se sostiene en el prestigio de Mitre y la ideología liberal. Esa coyuntura convierte a "La Nación" en un medio con gran influencia en la clase dirigente, que más de una vez es adoctrinada por los editoriales de Mitre. Entre sus escritos se encuentran un gran número de poesías, traducciones de autores clásicos (como el poeta italiano Dante Alighieri) y obras históricas, como la Historia de Belgrano y de la independencia argentina (1858-1859) y la Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana (1877-1888).
Bartolomé Mitre falleció en Buenos Aires el 19 de enero de 1906.
miércoles, 18 de mayo de 2016
Día de la escarapela: ¿cuándo se utilizó por primera vez?
El 18 de mayo, como fecha de festejo, fue instituido por el Consejo Nacional de Educación en el año 1935. 18 de febrero de 1812, a pedido de Manuel Belgrano, el Primer Triunvirato instituyó la escarapela nacional de las Provincias Unidas del Río de la Plata, blanca y azul celeste. El Día de la escarapela, como 18 de mayo, fue instituido por el Consejo Nacional de Educación, en el año 1935. El origen de los colores y las razones por las que fueron elegidos no pueden establecerse con precisión.
Según el ministerio de Educación de la Nación, entre muchas versiones, afirma que los colores blanco y celeste fueron adoptados por primera vez durante las invasiones inglesas (1806-1807) por los Patricios, el primer cuerpo de milicia urbana del Río de la Plata y que luego empezaron a popularizarse entre los nativos.
Se dice también que la escarapela argentina fue utilizada por primera vez por un grupo de damas de Buenos Aires al presentarse a una entrevista con el entonces coronel Cornelio de Saavedra, jefe del regimiento de Patricios, el 19 de mayo de 1810.
Según el ministerio de Educación de la Nación, entre muchas versiones, afirma que los colores blanco y celeste fueron adoptados por primera vez durante las invasiones inglesas (1806-1807) por los Patricios, el primer cuerpo de milicia urbana del Río de la Plata y que luego empezaron a popularizarse entre los nativos.
Se dice también que la escarapela argentina fue utilizada por primera vez por un grupo de damas de Buenos Aires al presentarse a una entrevista con el entonces coronel Cornelio de Saavedra, jefe del regimiento de Patricios, el 19 de mayo de 1810.
lunes, 9 de mayo de 2016
11 de Mayo Día del Himno Nacional Argentino
El 11 de mayo de 1813 la Asamblea del Año XIII sancionó como Himno Nacional Argentino la canción patriótica compuesta con versos de Vicente López y Planes y música de Blas Parera.
Originalmente fue denominado Marcha patriótica, luego Canción patriótica nacional, y posteriormente Canción patriótica, una publicación en 1847 lo llamó “Himno Nacional Argentino”, nombre que ha conservado hasta la actualidad. La versión original del himno dura 20 minutos y en 1924 fue abreviado a entre 3 minutos 30 segundos y 3 minutos 53 segundos.
En algunas publicaciones extranjeras aparece erróneamente bajo el nombre de ¡Oíd, mortales!, que son las primeras palabras de la canción. La forma de ejecución y el texto están establecidas en el decreto 10.302 de 1944.
La tradición cuenta que el Himno fue ejecutado por vez primera en la casa de Mariquita Sánchez de Thompson, dama de la sociedad porteña de la época, y cuya escena reproduce un cuadro de B. Subercasseaux, en el Museo Histórico Nacional.
En el Archivo Histórico Nacional se exhibe el cofre que guarda la versión oficial de la letra del Himno Nacional.
En la Plaza Vicente López de Buenos Aires se encuentra emplazada la estatua del poeta.
Originalmente fue denominado Marcha patriótica, luego Canción patriótica nacional, y posteriormente Canción patriótica, una publicación en 1847 lo llamó “Himno Nacional Argentino”, nombre que ha conservado hasta la actualidad. La versión original del himno dura 20 minutos y en 1924 fue abreviado a entre 3 minutos 30 segundos y 3 minutos 53 segundos.
En algunas publicaciones extranjeras aparece erróneamente bajo el nombre de ¡Oíd, mortales!, que son las primeras palabras de la canción. La forma de ejecución y el texto están establecidas en el decreto 10.302 de 1944.
La tradición cuenta que el Himno fue ejecutado por vez primera en la casa de Mariquita Sánchez de Thompson, dama de la sociedad porteña de la época, y cuya escena reproduce un cuadro de B. Subercasseaux, en el Museo Histórico Nacional.
En el Archivo Histórico Nacional se exhibe el cofre que guarda la versión oficial de la letra del Himno Nacional.
En la Plaza Vicente López de Buenos Aires se encuentra emplazada la estatua del poeta.
miércoles, 30 de marzo de 2016
Hace 223 años nacía Juan Manuel de Rosas
Gobernador de Buenos Aires (1829-1832; 1835-1852).
Lideró todas las provincias en ese período y dio su nombre a esa época de la historia Argentina de la cual fue símbolo.
Nació en Buenos Aires el 30 de marzo de 1793, de padres pertenecientes a familias de ricos y poderosos terratenientes.
Se crió en una estancia de la familia cerca del Salado, ingresó en la escuela de Francisco Javier Argerich en Buenos Aires a la edad de ocho años.
Interrumpió sus estudios para formar la compañía de niños para luchar contra las invasiones inglesas de 1806/7
Cuando tuvo que elegir entre regresar a la escuela o ir a la estancia de la familia en Rincón de López (donde los indios habían matado a su abuelo en 1783), se decidió por lo último, afirmando que lo único que quería en la vida era ser estanciero.
Permaneció allí durante los años plenos de acontecimientos que siguieron a la Revolución de Mayo; fue administrador de esa estancia en 1811 y al poco tiempo demostró poder desempeñar con habilidad tanto las tareas del gaucho como las del control y comercialización.
En 1820, se casó con Encarnación de Ezcurra.
Se enfrentó con sus padres por una cuestión de honor relacionada con su administración de la estancia de la familia, cambió y simplificó el nombre de Juan Manuel José Domingo Ortiz de Rozas por el de Juan Manuel de Rosas y comenzó su exitosa carrera como estanciero independiente.
Se asoció con Juan Terrero para establecer un saladero, Las Higueritas, cerca de Quilmes; cuando el gobierno lo clausuró, compraron una estancia y comenzaron uno nuevo. Luego fundaron Los Cerrillos sobre el río Salado cerca de la frontera con los indios.
Su primera actuación oficial fue en 1818 a pedido del Director Supremo Pueyrredón para que asumiera la responsabilidad de defender la frontera sur de los ataques de los indios.
Logró resolver los problemas por medio de tratados con los caciques indios a quienes conocía bien. Al año siguiente envió al gobierno un plan para el desarrollo, la vigilancia y la defensa de las pampas más remotas, anticipando en sesenta años la Conquista del Desierto.
Se unió al ejército de Rodríguez en Buenos Aires para luchar, con Manuel Dorrego, en la campaña contra José Miguel Carrera, Carlos M. de Alvear y Estanislao López en su oposición al gobierno de Buenos Aires.
Renunció al ejército con el rango de coronel; regresó a Los Cerrillos y la vida de campo.
Continuó preparado, con sus gauchos y peones armados, para proteger la frontera contra el ataque de los indios, instaló fuertes a lo largo de la nueva línea de frontera e hizo nuevos acuerdos con los indios, pero Rivadavia (entonces presidente) se negó a aceptar las condiciones de Rosas.
Los indios renovaron sus ataques y Rosas, que tenía su estancia en la frontera, se convirtió en un poderoso opositor de Rivadavia. Para ese entonces se había hecho federal, opuesto violentamente a los unitarios, dirigidos por Rivadavia.
Después de la renuncia de Rivadavia (1827), Rosas fue designado comandante de la milicia con órdenes de lograr la paz con los indios y de establecer un pueblo en Bahía Blanca. Realizó con éxito ambos cometidos. Cuando el unitario Lavalle destituyó del cargo de gobernador de Buenos Aires a Dorrego en 1828, Rosas dirigió sus propios hombres contra aquél, se unió a Estanislao López de Santa Fe para derrotar a Lavalle en Puente de Márquez, el 26 de abril de 1829, y en julio Lavalle y Rosas firmaron una tregua.
El 6 de diciembre de 1829, Rosas fue nombrado gobernador de Buenos Aires con poderes extraordinarios; desde entonces hasta febrero de 1852 -con la excepción del corto período desde 1832 hasta 1835- dominó no sólo Buenos Aires, sino también las provincias.
Rosas designó un gabinete capaz, incluyendo a Tomás Guido como ministro de Gobierno y de Relaciones Exteriores, Manuel J. García como ministro de Hacienda y Juan Ramón Balcarce como ministro de Guerra y Marina; una de sus primeras acciones fue celebrar un solemne funeral por Dorrego, ejecutado por Lavalle el año anterior; luego confiscó las propiedades de aquellos que habían intervenido en la revolución del 1º de diciembre de 1828, que había derrocado al gobierno de Dorrego; utilizó estos fondos para recompensar a los veteranos de su ejército restaurador y a los agricultores y peones que hablan sufrido grandes pérdidas en la lucha.
Rosas, que creía firmemente que una reorganización nacional constitucional era prematura en ese momento, retiró el apoyo de Buenos Aires; el 5 de diciembre de 1832, fue reelecto gobernador pero no aceptó el cargo, a pesar de las súplicas del pueblo, porque no se le otorgaban poderes extraordinarios. Juan Ramón Balcarce asumió la gobernación de Buenos Aires pero comenzaron a surgir desavenencias entre sus partidarios y los de Rosas; destituido por Rosas en la "Revolución de los Restauradores", lo siguió Juan José Viamonte (1833-1834); mientras tanto, Rosas había ido al sur de la provincia para dirigir las fuerzas expedicionarias hacia el corazón del territorio al sudoeste, oeste y noroeste de Buenos Aires.
Una sequía de tres años había sido desastrosa para la pastura del ganado y era esencial conseguir nuevas tierras; con casi dos mil hombres, Rosas empujó a los indios más hacia el sur, abriendo nuevas tierras, destruyendo tribus de importantes caciques que habían atacado los pueblos de Buenos Aires, matando o capturando a miles de indios, rescatando unos dos mil cautivos de ellos y explorando los cursos de los ríos Neuquén, Limay y Negro hasta el pie de los Andes.
Finalmente, firmó la paz con los indios, prometiéndoles la comida necesaria a cambio de su rendición y otras concesiones; esta paz duró veinte años; a su regreso a Buenos Aires, se lo aclamó con entusiasmo como héroe conquistador; la legislatura le confirió el título de "Restaurador de las leyes", le otorgó la isla de Choele Choel (que no aceptó pero tomó a cambio sesenta leguas cuadras de tierras buenas para la pastura, cercanas a Buenos Aires); se le rindieron otros muchos honores.
El gobierno se encontraba en dificultades, doña Encarnación y los partidarios de Rosas habían sabido manejar la situación política contra los gobiernos en el poder durante su ausencia; ya se habla creado la Mazorca, policía secreta, que incitando al pueblo a apoyar a Rosas y atemorizando a sus opositores, provocó la caída de Viamonte. Bernardino Rivadavia había regresado al país, después de un exilio de cinco años, pero no se le autorizó a permanecer. Se había comenzado a usar la cinta o divisa punzó (cinta o distintivo rojo subido, color de los uniformes usados por la primera unidad militar de Rosas contra los británicos y luego por los combatientes de los indios del sur) como emblema de la lealtad federal (luego fue obligatoria); el más grande rival de Rosas, Juan Facundo Quiroga, había sido asesinado en febrero de 1835.
El 7 de marzo, el gobernador interino, Manuel Vicente Maza, renunció y Rosas aceptó el cargo siempre que se le otorgaran poderes judiciales, ejecutivos y legislativos ilimitados y que un plebiscito aprobara su nombramiento; el 13 de abril de 1835, tomó el poder.
Por primera vez desde la Revolución de Mayo, se unieron las provincias argentinas bajo un gobierno central (de hecho, no de derecho) decidió a hacer respetar su autoridad por cualquier medio; de inmediato, Rosas dejó cesantes o pidió la baja de cientos de funcionarios del gobierno, empleados y oficiales del ejército, cuya lealtad hacia él no era del todo clara; a lo largo de su mandato enfrentó despiadadamente la oposición individual, grupal o institucional y demandó una constante demostración de lealtad; su propósito según decía era conservar la paz y el orden para que la nación pudiera prosperar política, social y económicamente.
Durante este período, la industria ganadera dominó la vida nacional con sus demandas de más tierras para el pastoreo, nuevas fuentes de sal para los saladeros y la creciente monopolización por parte de Buenos Aires del lucrativo comercio de carne salada y desecada.
Rosas estaba muy involucrado en todo esto como estanciero, y propietario de mataderos, saladeros y del monopolio de la sal.
En 1851, Justo José de Urquiza de Entre Ríos, uno de los generales más importantes de Rosas, anunció su intención de derrocar a Rosas.
Con la ayuda de los unitarios, las fuerzas de Rivera, el Brasil (contra el que Rosas había luchado por el Uruguay) y la mayoría de los caudillos provinciales, las fuerzas de Rosas fueron vencidas en la batalla de Caseros: el 3 de febrero de 1852 una era había llegado a su fin.
Rosas, con su familia, fue llevado a Inglaterra en un barco inglés. Se estableció en un pequeño pueblo de Inglaterra (Swarkling) cerca de Southamptom, donde vivió durante veinticinco años de los aportes partidarios de Buenos Aires (hasta de Urquiza) porque su enorme fortuna había sido confiscada; murió y fue enterrado allí. En 1990 se repatriaron sus restos a la Argentina y se colocaron en el cementerio de La Recoleta
Extractos de la "Carta de Hacienda de Figueroa" (recomendamos a todos leerla completa), donde Rosas nos deja su profundo pensamiento sobre la Organización y Constitución Nacional:
"...En este lastimoso estado es preciso crearlo todo de nuevo, trabajando primero en pequeño; y por fracciones para entablar después un sistema general que lo abrace todo. Obsérvese que una República Federativa es lo más quimérico y desastroso que pueda imaginarse, toda vez que no se componga de Estados bien organizados en sí mismos (..); de consiguiente si dentro de cada Estado en particular, no hay elementos de poder para mantener el orden respectivo, la creación de un Gobierno general representativo no sirve más que para poner en agitación a toda la República a cada desorden parcial que suceda, y hacer que el incendio de cualquier Estado se derrame por todos los demás. Así es que la República de Norte América no ha admitido en la confederación los nuevos pueblos y provincias que se han formado después de su independencia, sino cuando se han puesto en estado de regirse por sí solos, y entre tanto los ha mantenido sin representación en clase de Estados; considerándolos como adyacencias de la República."
"El Congreso general debe ser convencional, y no deliberante, debe ser para estipular las bases de la Unión Federal, y no para resolverlas por votación."
"El Gobierno general en una República Federativa no une los pueblos federados, los representa unidos: no es para unirlos, es para representarlos en unión ante las demás naciones: (..) En una palabra, la unión y tranquilidad crea el Gobierno general, la desunión lo destruye; él es la consecuencia, el efecto de la unión, no es la causa,"
Lideró todas las provincias en ese período y dio su nombre a esa época de la historia Argentina de la cual fue símbolo.
Nació en Buenos Aires el 30 de marzo de 1793, de padres pertenecientes a familias de ricos y poderosos terratenientes.
Se crió en una estancia de la familia cerca del Salado, ingresó en la escuela de Francisco Javier Argerich en Buenos Aires a la edad de ocho años.
Interrumpió sus estudios para formar la compañía de niños para luchar contra las invasiones inglesas de 1806/7
Cuando tuvo que elegir entre regresar a la escuela o ir a la estancia de la familia en Rincón de López (donde los indios habían matado a su abuelo en 1783), se decidió por lo último, afirmando que lo único que quería en la vida era ser estanciero.
Permaneció allí durante los años plenos de acontecimientos que siguieron a la Revolución de Mayo; fue administrador de esa estancia en 1811 y al poco tiempo demostró poder desempeñar con habilidad tanto las tareas del gaucho como las del control y comercialización.
En 1820, se casó con Encarnación de Ezcurra.
Se enfrentó con sus padres por una cuestión de honor relacionada con su administración de la estancia de la familia, cambió y simplificó el nombre de Juan Manuel José Domingo Ortiz de Rozas por el de Juan Manuel de Rosas y comenzó su exitosa carrera como estanciero independiente.
Se asoció con Juan Terrero para establecer un saladero, Las Higueritas, cerca de Quilmes; cuando el gobierno lo clausuró, compraron una estancia y comenzaron uno nuevo. Luego fundaron Los Cerrillos sobre el río Salado cerca de la frontera con los indios.
Su primera actuación oficial fue en 1818 a pedido del Director Supremo Pueyrredón para que asumiera la responsabilidad de defender la frontera sur de los ataques de los indios.
Logró resolver los problemas por medio de tratados con los caciques indios a quienes conocía bien. Al año siguiente envió al gobierno un plan para el desarrollo, la vigilancia y la defensa de las pampas más remotas, anticipando en sesenta años la Conquista del Desierto.
Se unió al ejército de Rodríguez en Buenos Aires para luchar, con Manuel Dorrego, en la campaña contra José Miguel Carrera, Carlos M. de Alvear y Estanislao López en su oposición al gobierno de Buenos Aires.
Renunció al ejército con el rango de coronel; regresó a Los Cerrillos y la vida de campo.
Continuó preparado, con sus gauchos y peones armados, para proteger la frontera contra el ataque de los indios, instaló fuertes a lo largo de la nueva línea de frontera e hizo nuevos acuerdos con los indios, pero Rivadavia (entonces presidente) se negó a aceptar las condiciones de Rosas.
Los indios renovaron sus ataques y Rosas, que tenía su estancia en la frontera, se convirtió en un poderoso opositor de Rivadavia. Para ese entonces se había hecho federal, opuesto violentamente a los unitarios, dirigidos por Rivadavia.
Después de la renuncia de Rivadavia (1827), Rosas fue designado comandante de la milicia con órdenes de lograr la paz con los indios y de establecer un pueblo en Bahía Blanca. Realizó con éxito ambos cometidos. Cuando el unitario Lavalle destituyó del cargo de gobernador de Buenos Aires a Dorrego en 1828, Rosas dirigió sus propios hombres contra aquél, se unió a Estanislao López de Santa Fe para derrotar a Lavalle en Puente de Márquez, el 26 de abril de 1829, y en julio Lavalle y Rosas firmaron una tregua.
El 6 de diciembre de 1829, Rosas fue nombrado gobernador de Buenos Aires con poderes extraordinarios; desde entonces hasta febrero de 1852 -con la excepción del corto período desde 1832 hasta 1835- dominó no sólo Buenos Aires, sino también las provincias.
Rosas designó un gabinete capaz, incluyendo a Tomás Guido como ministro de Gobierno y de Relaciones Exteriores, Manuel J. García como ministro de Hacienda y Juan Ramón Balcarce como ministro de Guerra y Marina; una de sus primeras acciones fue celebrar un solemne funeral por Dorrego, ejecutado por Lavalle el año anterior; luego confiscó las propiedades de aquellos que habían intervenido en la revolución del 1º de diciembre de 1828, que había derrocado al gobierno de Dorrego; utilizó estos fondos para recompensar a los veteranos de su ejército restaurador y a los agricultores y peones que hablan sufrido grandes pérdidas en la lucha.
Rosas, que creía firmemente que una reorganización nacional constitucional era prematura en ese momento, retiró el apoyo de Buenos Aires; el 5 de diciembre de 1832, fue reelecto gobernador pero no aceptó el cargo, a pesar de las súplicas del pueblo, porque no se le otorgaban poderes extraordinarios. Juan Ramón Balcarce asumió la gobernación de Buenos Aires pero comenzaron a surgir desavenencias entre sus partidarios y los de Rosas; destituido por Rosas en la "Revolución de los Restauradores", lo siguió Juan José Viamonte (1833-1834); mientras tanto, Rosas había ido al sur de la provincia para dirigir las fuerzas expedicionarias hacia el corazón del territorio al sudoeste, oeste y noroeste de Buenos Aires.
Una sequía de tres años había sido desastrosa para la pastura del ganado y era esencial conseguir nuevas tierras; con casi dos mil hombres, Rosas empujó a los indios más hacia el sur, abriendo nuevas tierras, destruyendo tribus de importantes caciques que habían atacado los pueblos de Buenos Aires, matando o capturando a miles de indios, rescatando unos dos mil cautivos de ellos y explorando los cursos de los ríos Neuquén, Limay y Negro hasta el pie de los Andes.
Finalmente, firmó la paz con los indios, prometiéndoles la comida necesaria a cambio de su rendición y otras concesiones; esta paz duró veinte años; a su regreso a Buenos Aires, se lo aclamó con entusiasmo como héroe conquistador; la legislatura le confirió el título de "Restaurador de las leyes", le otorgó la isla de Choele Choel (que no aceptó pero tomó a cambio sesenta leguas cuadras de tierras buenas para la pastura, cercanas a Buenos Aires); se le rindieron otros muchos honores.
El gobierno se encontraba en dificultades, doña Encarnación y los partidarios de Rosas habían sabido manejar la situación política contra los gobiernos en el poder durante su ausencia; ya se habla creado la Mazorca, policía secreta, que incitando al pueblo a apoyar a Rosas y atemorizando a sus opositores, provocó la caída de Viamonte. Bernardino Rivadavia había regresado al país, después de un exilio de cinco años, pero no se le autorizó a permanecer. Se había comenzado a usar la cinta o divisa punzó (cinta o distintivo rojo subido, color de los uniformes usados por la primera unidad militar de Rosas contra los británicos y luego por los combatientes de los indios del sur) como emblema de la lealtad federal (luego fue obligatoria); el más grande rival de Rosas, Juan Facundo Quiroga, había sido asesinado en febrero de 1835.
El 7 de marzo, el gobernador interino, Manuel Vicente Maza, renunció y Rosas aceptó el cargo siempre que se le otorgaran poderes judiciales, ejecutivos y legislativos ilimitados y que un plebiscito aprobara su nombramiento; el 13 de abril de 1835, tomó el poder.
Por primera vez desde la Revolución de Mayo, se unieron las provincias argentinas bajo un gobierno central (de hecho, no de derecho) decidió a hacer respetar su autoridad por cualquier medio; de inmediato, Rosas dejó cesantes o pidió la baja de cientos de funcionarios del gobierno, empleados y oficiales del ejército, cuya lealtad hacia él no era del todo clara; a lo largo de su mandato enfrentó despiadadamente la oposición individual, grupal o institucional y demandó una constante demostración de lealtad; su propósito según decía era conservar la paz y el orden para que la nación pudiera prosperar política, social y económicamente.
Durante este período, la industria ganadera dominó la vida nacional con sus demandas de más tierras para el pastoreo, nuevas fuentes de sal para los saladeros y la creciente monopolización por parte de Buenos Aires del lucrativo comercio de carne salada y desecada.
Rosas estaba muy involucrado en todo esto como estanciero, y propietario de mataderos, saladeros y del monopolio de la sal.
En 1851, Justo José de Urquiza de Entre Ríos, uno de los generales más importantes de Rosas, anunció su intención de derrocar a Rosas.
Con la ayuda de los unitarios, las fuerzas de Rivera, el Brasil (contra el que Rosas había luchado por el Uruguay) y la mayoría de los caudillos provinciales, las fuerzas de Rosas fueron vencidas en la batalla de Caseros: el 3 de febrero de 1852 una era había llegado a su fin.
Rosas, con su familia, fue llevado a Inglaterra en un barco inglés. Se estableció en un pequeño pueblo de Inglaterra (Swarkling) cerca de Southamptom, donde vivió durante veinticinco años de los aportes partidarios de Buenos Aires (hasta de Urquiza) porque su enorme fortuna había sido confiscada; murió y fue enterrado allí. En 1990 se repatriaron sus restos a la Argentina y se colocaron en el cementerio de La Recoleta
Extractos de la "Carta de Hacienda de Figueroa" (recomendamos a todos leerla completa), donde Rosas nos deja su profundo pensamiento sobre la Organización y Constitución Nacional:
"...En este lastimoso estado es preciso crearlo todo de nuevo, trabajando primero en pequeño; y por fracciones para entablar después un sistema general que lo abrace todo. Obsérvese que una República Federativa es lo más quimérico y desastroso que pueda imaginarse, toda vez que no se componga de Estados bien organizados en sí mismos (..); de consiguiente si dentro de cada Estado en particular, no hay elementos de poder para mantener el orden respectivo, la creación de un Gobierno general representativo no sirve más que para poner en agitación a toda la República a cada desorden parcial que suceda, y hacer que el incendio de cualquier Estado se derrame por todos los demás. Así es que la República de Norte América no ha admitido en la confederación los nuevos pueblos y provincias que se han formado después de su independencia, sino cuando se han puesto en estado de regirse por sí solos, y entre tanto los ha mantenido sin representación en clase de Estados; considerándolos como adyacencias de la República."
"El Congreso general debe ser convencional, y no deliberante, debe ser para estipular las bases de la Unión Federal, y no para resolverlas por votación."
"El Gobierno general en una República Federativa no une los pueblos federados, los representa unidos: no es para unirlos, es para representarlos en unión ante las demás naciones: (..) En una palabra, la unión y tranquilidad crea el Gobierno general, la desunión lo destruye; él es la consecuencia, el efecto de la unión, no es la causa,"
sábado, 12 de marzo de 2016
Día del Escudo Nacional Argentino
Aunque no posee una fecha de creación exacta, el Escudo Nacional de la República Argentina fue aprobado por decreto, durante la sesión del 12 de Marzo de 1813 en la Asamblea General Constituyente.
. El mencionado decreto se encuentra en el Archivo General de la Nación y reza una redacción en su letra donde ordena que el Supremo Poder Ejecutivo use el mis mo sello de este Cuerpo Soberano, con la sola diferencia de que la inscripción del Círculo sea la de: Supremo Poder Ejecutivo de las Provincias Unidas del Río de la Plata y los allí firmantes son el presidente de la Asamblea Tomás Antonio Valle, y el diputado Hipólito Vieytes, secretario de la misma.
El objetivo de este nuevo distintivo, además de ser un escudo de Armas, buscaba diferenciar los sellos utilizados por el gobierno del Virreinato a partir de ese momento en adelante. Es por esto que se le encomendaría al diputado de San Luis Don Agustín Donado de tamaño emprendimiento, quien le daría el trabajo a Juan de Dios Rivera Túpac, grabador y artesano del Perú, autor material de nuestra heráldica principal. Más allá de basarnos en esto, hay indicios de que días antes ya se había visto este diseño, pero no llegó nunca a saberse quien lo realizó exactamente.
Se cuenta que uno de los posibles intervinientes en crear las formas del Escudo Nacional podría haber sido Bernardo José de Monteagudo, político y abogado de Tucuman con una amplia carrera militar, y que el sello del Escudo apareció días antes de su aceptación en la Asamblea, el 22 de febrero de 1813 en una carta de ciudadanía para extranjeros, siendo la primera que aparece el mismo, otorgada ese día a Don Francisco de Paula Saubidet quien sería años más tarde el primer director del Archivo General que tuvo la Provincia de Buenos Aires, motivo por el cual suele tomarse en algunos casos el 22 de febrero como día del Escudo Nacional.
Diseño del Escudo Nacional
Descripción:
Su base está emplazada en una elipse u óvalo con su eje mayor en la vertical, a su vez dividido horizontalmente en dos mitados o campos, denominados cuarteles, siendo azul el de arriba y blanco el de abajo.
En la parte superior se encuentra un sol naciente, luego en el cuartel inferior blanco aparecen dos brazos, estrechandose de manos, sosteniendo un bastón o pica y un gorro frigio en su extremo superior.
En sus dos laterales está rodeado por una ornamentación con dos ramas de laurel que se anudan por debajo con una cinta en color celeste y blanco.
Significado del Escudo Nacional:
El óvalo dividido en dos lleva los colores que el año anterior se habrían adoptado para la enseña patria, con el azul celeste para representar la Justicia y la Lealtad, acompañado debajo por el blanco que denota la Fe y la Pureza.
El sol asomando en la parte superior, quizás en concordancia con la letra del himno que Vicente López y Planes ya tenía congeniada desde el año anterior, perpetrado en oro, apunta a la prosperidad, simbolizando el nacimiento de esta nueva nación.Ya en el campo blanco inferior, los dos antebrazos apretando su mano derecha, muestran una unión entre las Provincias del Río de la Plata, la fraternidad entre estos pueblos, sosteniendo la pica que divide simétricamente los dos cuarteles mostrando un equilibrio y compromiso entre los hombres y el gorro frigio, de origen y formas jacobino, símbolo de la Revolución Francesa, La Libertad, el arraigamiento de la soberanía popular.Por último las dos ramas de laureles simbolizando los logros y la independencia, coronando al Escudo en toda su extensión, y la cinta uniendo fraternalmente todo por debajo con los colores nacionales.
Por eso sean eternos los laureles que supimos conseguir, coronados de gloria vivamos... salud a todo el pueblo argentino en el día de su escudo nacional!!
El objetivo de este nuevo distintivo, además de ser un escudo de Armas, buscaba diferenciar los sellos utilizados por el gobierno del Virreinato a partir de ese momento en adelante. Es por esto que se le encomendaría al diputado de San Luis Don Agustín Donado de tamaño emprendimiento, quien le daría el trabajo a Juan de Dios Rivera Túpac, grabador y artesano del Perú, autor material de nuestra heráldica principal. Más allá de basarnos en esto, hay indicios de que días antes ya se había visto este diseño, pero no llegó nunca a saberse quien lo realizó exactamente.
Se cuenta que uno de los posibles intervinientes en crear las formas del Escudo Nacional podría haber sido Bernardo José de Monteagudo, político y abogado de Tucuman con una amplia carrera militar, y que el sello del Escudo apareció días antes de su aceptación en la Asamblea, el 22 de febrero de 1813 en una carta de ciudadanía para extranjeros, siendo la primera que aparece el mismo, otorgada ese día a Don Francisco de Paula Saubidet quien sería años más tarde el primer director del Archivo General que tuvo la Provincia de Buenos Aires, motivo por el cual suele tomarse en algunos casos el 22 de febrero como día del Escudo Nacional.
Diseño del Escudo Nacional
Descripción:
Su base está emplazada en una elipse u óvalo con su eje mayor en la vertical, a su vez dividido horizontalmente en dos mitados o campos, denominados cuarteles, siendo azul el de arriba y blanco el de abajo.
En la parte superior se encuentra un sol naciente, luego en el cuartel inferior blanco aparecen dos brazos, estrechandose de manos, sosteniendo un bastón o pica y un gorro frigio en su extremo superior.
En sus dos laterales está rodeado por una ornamentación con dos ramas de laurel que se anudan por debajo con una cinta en color celeste y blanco.
Significado del Escudo Nacional:
El óvalo dividido en dos lleva los colores que el año anterior se habrían adoptado para la enseña patria, con el azul celeste para representar la Justicia y la Lealtad, acompañado debajo por el blanco que denota la Fe y la Pureza.
El sol asomando en la parte superior, quizás en concordancia con la letra del himno que Vicente López y Planes ya tenía congeniada desde el año anterior, perpetrado en oro, apunta a la prosperidad, simbolizando el nacimiento de esta nueva nación.Ya en el campo blanco inferior, los dos antebrazos apretando su mano derecha, muestran una unión entre las Provincias del Río de la Plata, la fraternidad entre estos pueblos, sosteniendo la pica que divide simétricamente los dos cuarteles mostrando un equilibrio y compromiso entre los hombres y el gorro frigio, de origen y formas jacobino, símbolo de la Revolución Francesa, La Libertad, el arraigamiento de la soberanía popular.Por último las dos ramas de laureles simbolizando los logros y la independencia, coronando al Escudo en toda su extensión, y la cinta uniendo fraternalmente todo por debajo con los colores nacionales.
Por eso sean eternos los laureles que supimos conseguir, coronados de gloria vivamos... salud a todo el pueblo argentino en el día de su escudo nacional!!
sábado, 16 de enero de 2016
Repatrian los restos del general Juan de Lavalle
Un 16 de enero de 1861 procedentes de Bolivia llegan a la ciudad de Rosario los restos del prócer de la independencia argentina general Juan G. de Lavalle para ser embarcados en el vapor Guardia Nacional, que los condujo a Buenos Aires, donde fueron sepultados con honores.
Después de la derrota sufrida en Famaillá el 19 de septiembre de 1841, el general don Juan Lavalle mandó ensillar, y con los 200 hombres que le quedaban se retiró hacia Jujuy.
Al llegar a Salta conoció a Damasita Boedo, hermana del coronel Boedo, una hermosa joven rubia, de ojos azules, que no llegaba a los 25 años de edad, y, enamorado de ella, se la llevó en su retirada.
En la madrugada del 7 de octubre hizo alto sobre el río Sauce, desde donde destacó al comandante don Pedro Lacasa hacia Jujuy, llegando él ese mismo día por la noche. En Jujuy encontró que las autoridades habían fugado hacia la quebrada de Humahuaca, dejando acéfalo el gobierno.
A las 02.00 horas del día 8, el general Lavalle hizo acampar a sus tropas en unos potreros de alfalfa en los suburbios de la ciudad, en el lugar llamado La Tablada.
El general llegó enfermo, después de una marcha de dieciocho leguas en quince horas al tranco, los disgustos del día y el abatimiento que se había apoderado de su espíritu al ver derrumbarse todas las posibilidades de seguir la lucha.
Ocupó una casa en la ciudad en la que había estado alojado el doctor don Elías Bedoya, en calidad de enviado del general la noche del 8 de octubre, con su secretario don Félix Frías, el teniente don Celedonio Álvarez con ocho hombres de su escolta y su ayudante Lacasa, que era ese día el edecán de servicio; por supuesto que también iba Damasita con el general.
En medio del profundo silencio de la noche comenzó a despuntar el alba del sábado 9 de octubre de 1841. En la madrugada trágica, una partida federal con unos 30 hombres, al mando del teniente coronel Fortunato Blanco, llegó al paso de sus cabalgaduras cerca de la casa donde se alojaba Lavalle.
Al ruido, salió Damasita, e interrogada por el paradero de Lavalle, contestó que, efectivamente, habíase alojado allí, más que, en ese momento, se encontraba en el campo de La Tablada.
Cerróse la puerta de calle enseguida; Lacasa, que se hallaba durmiendo en la habitación de enfrente, ala derecha, en compañía de Félix Frías, se despertó y prestamente salió al zaguán, y por la puerta que no se había cerrado todavía alcanzó a divisar una partida de federales.
Rápidamente dio la voz de:
–¡A las armas!
Las huestes enemigas parecían completamente desorientadas y no aprovecharon la circunstancia favorable de hallarse abierta la puerta de calle.
Ignoraban, por otra parte, que en ella se encontraba el general Lavalle. Lacasa hizo poner de pie a los soldados que se encontraban en el patio y corriendo al fondo de la casa se dirigió al general para pedirle órdenes. No era Lavalle un hombre de intimidarse lo más mínimo por este suceso, y antes de tomar medidas, inquirió:
–¿Qué clase de enemigos son?
–Son paisanos –respondió Lacasa.
–¿Como cuántos?
–Veinte o treinta.
–No hay cuidado entonces; vaya usted, cierre la puerta y mande ensillar, que ahora nos hemos de abrir paso.
La puerta de calle fue cerrada con precipitación, lo que produjo aún mayor recelo en la fuerza enemiga, que viendo en ello una señal de resistencia, decidió echarla abajo por algún procedimiento.
Lavalle salió al segundo patio cubierto con una bufanda de vicuña, dado lo temprano de la hora y estado de salud. De valor personal, temerario y de acuerdo a su costumbre, no es extraño que se presentara en el momento de peligro sin ceñir su espada.
El acero que lo acompañó en las guerras de la independencia lo extravió su asistente en la batalla de Famaillá, por lo cual su secretario le obsequió una espada que fue la que le acompañó hasta su muerte.
Quería disponerlo todo por sí mismo con su arrojo y su intrepidez ante el peligro.
Pero ahora no se trataba de combatir con 97 granaderos contra 500 soldados enemigos, como en Río Bamba, o 100 contra 300, como en Pasco; ahora era una escaramuza, una especie de búsqueda policial inquiriendo de qué se trataba.
Al llegar a la siguiente puerta, que estaba cerrada, el general observó la partida por el ojo de la cerradura; en ese momento sonó un balazo..., luego dos más, tirados contra la fuerte y tosca puerta de cedro que guardaba la entrada principal de la casa. Este fuego sin dirección, hecho por la patrulla federal contra la casa, tuvo una virtud que ellos no soñaron. Una de las balas penetró por la cerradura e hirió mortalmente al general Lavalle, quien se dobló hacia adelante. La bala, que luego conservaría el general don Bartolomé Mitre como una reliquia, se alojó en su garganta.
La herida era mortal. El general cayó cerca del zaguán. Su sangre, que manaba en abundancia, empapó su bufanda de vicuña.
El autor de su muerte era un mulato llamado José Bracho, quien luego habría de conocerse entre algunos federales como el "héroe de la cerradura".
Lacasa, que había precedido a su jefe penetrando en la habitación, salió precipitadamente y encontró a Lavalle en el suelo en los estertores de la agonía. Luego quedó inmóvil, con los ojos abiertos hacia la puerta del zaguán que habría de ser famosa, y por donde su arrojo había pensado buscar la libertad en una arremetida audaz.
Nada podía ser más inesperado que el trágico fin del jefe que los había llevado a tantas batallas.
Algunos corrieron a incorporarse al grueso de las fuerzas que no lejos de allí estaban al mando de Pedernera, quien desde aquel momento tuvo que asumir el mando de las huestes, cada vez más diezmadas.
Estando en los preparativos para continuar la retirada, con el cadáver del general, se presentó Damasita al general don Juan Esteban Pedernera, quien al verla le dijo:
–Mire usted, Damasita: el general ya ha muerto; me parece por lo mismo que su presencia aquí ya no tiene objeto. Seguramente que usted desea volver al seno de su familia, y si esto es así, le haré dar todos los recursos necesarios para que usted regrese a su casa.
Pero ella, que era de un alma entera, replicó con admirable entereza:
–Señor general: cuando una joven de mi clase pierde una vez su honra, no puede volver jamás a su país. Prepáreme usted una mula para seguir yo también adelante, y vivir y morir como Dios me ayude.
En casa del general don Juan Gregorio de Las Heras, a los pocos días de la muerte del general Lavalle, se hallaban reunidos el general Deheza, el coronel De la Plaza y el general don Mariano Necochea. Al tener conocimiento de la tragedia, el último dijo:
–¡Pobre Juan! Los malos ejemplos de don Simón le habían trastornado la cabeza.
–El terreno estaba bien preparado –agregó otro de los presentes.
El cadáver permaneció bastante tiempo tirado en el suelo, hasta que el general Pedernera dispuso que fuese levantado.
Así cayó el bravo general don Juan Galo de Lavalle, el héroe de Río Bamba, el magnífico soldado de Nazca, el rey de los arenales de Moquehuá.
Su cuerpo inanimado fue colocado en su hermoso tordillo y la caravana triste y silenciosa comenzó su santa peregrinación hacia la catedral de Potosí, tras el jefe muerto, puesto a la vanguardia para evitar que cayese en poder de las fuerzas de Oribe, que lo ansiaban tenazmente para llevar su cabeza a Rosas.
A veinticuatro leguas de Jujuy, como la descomposición del cadáver del general dificultaba la marcha, dispusieron descarnarlo, y el coronel don Alejandro Danel practicó esta penosa operación.
Con el propósito de disecar mejor los huesos, fueron tendidos al sol sobre el techo de un rancho. Inesperadamente un cóndor descendió vertiginosamente de las nubes y apoderándose del cúbito del brazo derecho de Lavalle, remontó a las alturas.
Aquel cóndor, expresión de gallardía y fiereza de esos inmensos dominios solitarios y agrestes de la montaña y el espacio, tal vez quiso levantar en alto llevando y mostrando como trofeo el hercúleo brazo sableador del ínclito granadero de San Martín.
La caravana hizo 163 leguas. El 22 de octubre de 1841, a las 21:00, llegó a Potosí, siendo recibida por el presidente de Bolivia, quien dispuso que los restos del general Lavalle fueran depositados en la Catedral.
Damasita Boedo marchó con la caravana a Bolivia; llegó a Chuquisaca, y allí volviéronse locos los coyas más engreídos y retobados de amor por ella, y, conocedores de la aventura de que había sido objeto y por quien ahora peregrinaba sola en el extranjero, pretendieron reemplazar a Lavalle en la posesión de tan peregrina beldad. Pero no pudieron. La joven no había nacido para los coyas.
Un chileno cargó al fin con ella. Era Billinghurst, ministro plenipotenciario de Chile. Bajo su amparo pasó a Chile, donde vivió con el lujo y la holgura que le prodigaba su generoso amante; y lo que fue más tachable en ella es que regresó a Salta, punto de la tierra donde tan bizarramente había protestado ante el cuerpo del general Lavalle no volver jamás por culpa del muerto y causa de su deshonra.
Pero abandonó su juvenil rubor, volvió a la tierra de los suyos, que había hecho votos de no volver; deslumbró e incitó la envidia por sus trajes riquísimos y sus chales de seda con que se paseó por las calles, se zarandeó por paseos y se arrodilló en los templos, resplandeciendo todavía al lado de sus sedas y sus joya su amabilísima hermosura.
Volvió a Chile, donde murió.
Los restos del general Lavalle actualmente descansan en el cementerio de la Recoleta, en Buenos Aires, y el epitafio de su tumba encierra el postrer y eterno homenaje del pueblo argentino:
"Granadero: vela su sueño y si despierta dile que su Patria lo admira."
Después de la derrota sufrida en Famaillá el 19 de septiembre de 1841, el general don Juan Lavalle mandó ensillar, y con los 200 hombres que le quedaban se retiró hacia Jujuy.
Al llegar a Salta conoció a Damasita Boedo, hermana del coronel Boedo, una hermosa joven rubia, de ojos azules, que no llegaba a los 25 años de edad, y, enamorado de ella, se la llevó en su retirada.
En la madrugada del 7 de octubre hizo alto sobre el río Sauce, desde donde destacó al comandante don Pedro Lacasa hacia Jujuy, llegando él ese mismo día por la noche. En Jujuy encontró que las autoridades habían fugado hacia la quebrada de Humahuaca, dejando acéfalo el gobierno.
A las 02.00 horas del día 8, el general Lavalle hizo acampar a sus tropas en unos potreros de alfalfa en los suburbios de la ciudad, en el lugar llamado La Tablada.
El general llegó enfermo, después de una marcha de dieciocho leguas en quince horas al tranco, los disgustos del día y el abatimiento que se había apoderado de su espíritu al ver derrumbarse todas las posibilidades de seguir la lucha.
Ocupó una casa en la ciudad en la que había estado alojado el doctor don Elías Bedoya, en calidad de enviado del general la noche del 8 de octubre, con su secretario don Félix Frías, el teniente don Celedonio Álvarez con ocho hombres de su escolta y su ayudante Lacasa, que era ese día el edecán de servicio; por supuesto que también iba Damasita con el general.
En medio del profundo silencio de la noche comenzó a despuntar el alba del sábado 9 de octubre de 1841. En la madrugada trágica, una partida federal con unos 30 hombres, al mando del teniente coronel Fortunato Blanco, llegó al paso de sus cabalgaduras cerca de la casa donde se alojaba Lavalle.
Al ruido, salió Damasita, e interrogada por el paradero de Lavalle, contestó que, efectivamente, habíase alojado allí, más que, en ese momento, se encontraba en el campo de La Tablada.
Cerróse la puerta de calle enseguida; Lacasa, que se hallaba durmiendo en la habitación de enfrente, ala derecha, en compañía de Félix Frías, se despertó y prestamente salió al zaguán, y por la puerta que no se había cerrado todavía alcanzó a divisar una partida de federales.
Rápidamente dio la voz de:
–¡A las armas!
Las huestes enemigas parecían completamente desorientadas y no aprovecharon la circunstancia favorable de hallarse abierta la puerta de calle.
Ignoraban, por otra parte, que en ella se encontraba el general Lavalle. Lacasa hizo poner de pie a los soldados que se encontraban en el patio y corriendo al fondo de la casa se dirigió al general para pedirle órdenes. No era Lavalle un hombre de intimidarse lo más mínimo por este suceso, y antes de tomar medidas, inquirió:
–¿Qué clase de enemigos son?
–Son paisanos –respondió Lacasa.
–¿Como cuántos?
–Veinte o treinta.
–No hay cuidado entonces; vaya usted, cierre la puerta y mande ensillar, que ahora nos hemos de abrir paso.
La puerta de calle fue cerrada con precipitación, lo que produjo aún mayor recelo en la fuerza enemiga, que viendo en ello una señal de resistencia, decidió echarla abajo por algún procedimiento.
Lavalle salió al segundo patio cubierto con una bufanda de vicuña, dado lo temprano de la hora y estado de salud. De valor personal, temerario y de acuerdo a su costumbre, no es extraño que se presentara en el momento de peligro sin ceñir su espada.
El acero que lo acompañó en las guerras de la independencia lo extravió su asistente en la batalla de Famaillá, por lo cual su secretario le obsequió una espada que fue la que le acompañó hasta su muerte.
Quería disponerlo todo por sí mismo con su arrojo y su intrepidez ante el peligro.
Pero ahora no se trataba de combatir con 97 granaderos contra 500 soldados enemigos, como en Río Bamba, o 100 contra 300, como en Pasco; ahora era una escaramuza, una especie de búsqueda policial inquiriendo de qué se trataba.
Al llegar a la siguiente puerta, que estaba cerrada, el general observó la partida por el ojo de la cerradura; en ese momento sonó un balazo..., luego dos más, tirados contra la fuerte y tosca puerta de cedro que guardaba la entrada principal de la casa. Este fuego sin dirección, hecho por la patrulla federal contra la casa, tuvo una virtud que ellos no soñaron. Una de las balas penetró por la cerradura e hirió mortalmente al general Lavalle, quien se dobló hacia adelante. La bala, que luego conservaría el general don Bartolomé Mitre como una reliquia, se alojó en su garganta.
La herida era mortal. El general cayó cerca del zaguán. Su sangre, que manaba en abundancia, empapó su bufanda de vicuña.
El autor de su muerte era un mulato llamado José Bracho, quien luego habría de conocerse entre algunos federales como el "héroe de la cerradura".
Lacasa, que había precedido a su jefe penetrando en la habitación, salió precipitadamente y encontró a Lavalle en el suelo en los estertores de la agonía. Luego quedó inmóvil, con los ojos abiertos hacia la puerta del zaguán que habría de ser famosa, y por donde su arrojo había pensado buscar la libertad en una arremetida audaz.
Nada podía ser más inesperado que el trágico fin del jefe que los había llevado a tantas batallas.
Algunos corrieron a incorporarse al grueso de las fuerzas que no lejos de allí estaban al mando de Pedernera, quien desde aquel momento tuvo que asumir el mando de las huestes, cada vez más diezmadas.
Estando en los preparativos para continuar la retirada, con el cadáver del general, se presentó Damasita al general don Juan Esteban Pedernera, quien al verla le dijo:
–Mire usted, Damasita: el general ya ha muerto; me parece por lo mismo que su presencia aquí ya no tiene objeto. Seguramente que usted desea volver al seno de su familia, y si esto es así, le haré dar todos los recursos necesarios para que usted regrese a su casa.
Pero ella, que era de un alma entera, replicó con admirable entereza:
–Señor general: cuando una joven de mi clase pierde una vez su honra, no puede volver jamás a su país. Prepáreme usted una mula para seguir yo también adelante, y vivir y morir como Dios me ayude.
En casa del general don Juan Gregorio de Las Heras, a los pocos días de la muerte del general Lavalle, se hallaban reunidos el general Deheza, el coronel De la Plaza y el general don Mariano Necochea. Al tener conocimiento de la tragedia, el último dijo:
–¡Pobre Juan! Los malos ejemplos de don Simón le habían trastornado la cabeza.
–El terreno estaba bien preparado –agregó otro de los presentes.
El cadáver permaneció bastante tiempo tirado en el suelo, hasta que el general Pedernera dispuso que fuese levantado.
Así cayó el bravo general don Juan Galo de Lavalle, el héroe de Río Bamba, el magnífico soldado de Nazca, el rey de los arenales de Moquehuá.
Su cuerpo inanimado fue colocado en su hermoso tordillo y la caravana triste y silenciosa comenzó su santa peregrinación hacia la catedral de Potosí, tras el jefe muerto, puesto a la vanguardia para evitar que cayese en poder de las fuerzas de Oribe, que lo ansiaban tenazmente para llevar su cabeza a Rosas.
A veinticuatro leguas de Jujuy, como la descomposición del cadáver del general dificultaba la marcha, dispusieron descarnarlo, y el coronel don Alejandro Danel practicó esta penosa operación.
Con el propósito de disecar mejor los huesos, fueron tendidos al sol sobre el techo de un rancho. Inesperadamente un cóndor descendió vertiginosamente de las nubes y apoderándose del cúbito del brazo derecho de Lavalle, remontó a las alturas.
Aquel cóndor, expresión de gallardía y fiereza de esos inmensos dominios solitarios y agrestes de la montaña y el espacio, tal vez quiso levantar en alto llevando y mostrando como trofeo el hercúleo brazo sableador del ínclito granadero de San Martín.
La caravana hizo 163 leguas. El 22 de octubre de 1841, a las 21:00, llegó a Potosí, siendo recibida por el presidente de Bolivia, quien dispuso que los restos del general Lavalle fueran depositados en la Catedral.
Damasita Boedo marchó con la caravana a Bolivia; llegó a Chuquisaca, y allí volviéronse locos los coyas más engreídos y retobados de amor por ella, y, conocedores de la aventura de que había sido objeto y por quien ahora peregrinaba sola en el extranjero, pretendieron reemplazar a Lavalle en la posesión de tan peregrina beldad. Pero no pudieron. La joven no había nacido para los coyas.
Un chileno cargó al fin con ella. Era Billinghurst, ministro plenipotenciario de Chile. Bajo su amparo pasó a Chile, donde vivió con el lujo y la holgura que le prodigaba su generoso amante; y lo que fue más tachable en ella es que regresó a Salta, punto de la tierra donde tan bizarramente había protestado ante el cuerpo del general Lavalle no volver jamás por culpa del muerto y causa de su deshonra.
Pero abandonó su juvenil rubor, volvió a la tierra de los suyos, que había hecho votos de no volver; deslumbró e incitó la envidia por sus trajes riquísimos y sus chales de seda con que se paseó por las calles, se zarandeó por paseos y se arrodilló en los templos, resplandeciendo todavía al lado de sus sedas y sus joya su amabilísima hermosura.
Volvió a Chile, donde murió.
Los restos del general Lavalle actualmente descansan en el cementerio de la Recoleta, en Buenos Aires, y el epitafio de su tumba encierra el postrer y eterno homenaje del pueblo argentino:
"Granadero: vela su sueño y si despierta dile que su Patria lo admira."
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