viernes, 2 de septiembre de 2011

NICOLAS AVELLANEDA

 NICOLAS AVELLANEDA: Político. Hijo de Marco Avellaneda, figura principal de la Coalición del Norte y víctima de la guerra civil, y de Dolores Silva y Zavaleta, nació en la ciudad de Tucumán el 3 de octubre de 1837. Pasó parte de su infancia en el exilio y a principios de 1850 ingresó al Colegio de Monserrat. Más tarde estudió leyes en la Universidad de Córdoba, pero regresó a su provincia antes de rendir los exámenes finales de la carrera. En Tucumán colaboró en el periódico "El Guardia Nacional" y fundó "El Eco del Norte". A mediados de 1857 su familia creyó conveniente que se trasladara a Buenos Aires en busca de mejores horizontes. No bien llegó, Avellaneda se dedicó a concluir su carrera universitaria y en 1858 se doctoró en jurisprudencia siendo su padrino de tesis el doctor José Roque Pérez, con quien hizo su práctica forense y del cual sería socio en su actividad profesional.

En 1859 defendió a "La Reforma Pacífica", el periódico del federalismo porteño, en la acusación que le promoviera Vélez Sárfield en nombre del directorio del Banco de la Provincia. Posteriormente incursionó en el periódico porteño y redactó "El Nacional" y "El Pueblo".

En 1860 accedió a la Legislatura provincial y también comenzó a desempeñarse como catedrático de economía política. En 1865 dio a conocer sus Estudios sobre las leyes de tierras y al poco tiempo su Manifiesto de Derecho . En 1866, el gobernador de Buenos Aires, Adolfo Alsina, le ofreció el ministerio de Gobierno. De allí continuó su carrera ascendente y, el 12 de octubre de 1868, Sarmiento le confió la Cartera de Justicia e Instrucción Pública. Desde estas funciones, compenetrado de los propósitos del presidente, desplegó una incansable labor, siendo responsable de gran parte de los progresos realizados durante la presidencia de Sarmiento en materia de educación.

Su creciente prestigio, asentado sobre las sólidas bases de una destacada actividad pública, hizo que un grupo de amigos lanzara su nombre para las elecciones presidenciales de 1874. Sarmiento la vio con simpatía y el nombre de Avellaneda se perfiló como el de uno de los candidatos más viables. En agosto de 1873 renunció a su ministerio, para evitar toda sospecha de ingerencia oficial en su campaña política. Pronto su figura concentró la cerrada oposición de los grupos políticos porteños, interesados en imponer a Mitre o Alsina. El inesperado apoyo del autonomismo alsinista despejó, en buena medida, el camino de Avellaneda hacia la presidencia de la República. El 22 de marzo de 1874 se proclamó la fórmula Nicolás Avellaneda- Mariano Acosta. El 6 de agosto de ese mismo año los electores consagraron a Avellaneda y a Acosto presidente y vicepresidente de la Nación. Los partidarios de Mitre no se resignaron y el 24 de septiembre de 1874 se lanzaron a la revolución. . En ese clima enrarecido por el ruido de las armas, asumió Avellaneda la primera magistratura del país el 12 de octubre de 1874.

Liberal, con una gran formación humanista y una enorme afición por, las letras, Avellaneda se dispuso a gobernar con firmeza pero sin violencias. El 17 de diciembre de 1874, al celebrar el triunfo del gobierno sobre los revolucionarios, Avellaneda sintetizó su concepción política con una afortunada frase: "Nada hay dentro de la nación superior a la Nación misma". La crisis financiera de los años 1875 y 1876 colocó en una situación difícil a su gobierno. Para conjurarla, se redujeron los empleos públicos y se disminuyeron los sueldos. Como las medidas no dieron el resultado esperado, Avellaneda extremó su política de austeridad. A los acreedores británicos, preocupados por el posible incumplimiento argentino, los calmó con una frase histórica: "Hay dos millones de argentinos que ahorrarán hasta sobre su hambre y sed para responder, en una situación suprema, a los compromisos de nuestra fe pública en los mercados extranjeros". Finalmente la crisis pasó y su sombría experiencia contribuyó a que el gobierno tomara algunas medidas de protección a la industria.

En materia internacional, Avellaneda resolvió definitivamente la cuestión con el Paraguay y respaldó a su canciller, Bernardo de Irigoyen, cuando éste reaccionó patrióticamente ante la descomedida actitud del banco de Londres.

Avellaneda estimuló y apoyó los planes de su ministro de Guerra y Marina, Adolfo Alsina, para extender las fronteras con el indio. En carta a Alvaro Barros, Avellaneda dejó expresado la importancia que le asignaba al problema del desierto: "La cuestión fronteras es la primera cuestión para todos, y hablamos incesantemente de ella aunque no la nombremos. Es el principio y el fin, el alfa y la omega...Somos pocos y necesitamos ser muchos. Sufrimos el mal del desierto y debemos aprender a sojuzgarlo: he ahí la síntesis de nuestra política económica". La tercera invasión de López Jordán y algunas revoluciones provinciales agitaron la vida nacional. El deterioro de los partidos tradicionales tampoco favoreció su gestión y, para revitalizarlos, auspició una política de entendimiento entre el mitrismo y el alsinismo que se conoció como la "conciliación".

Sin embargo, pese a sus propósitos de unidad, el último período de su mandato se vio empañado por la cruenta lucha entre las autoridades nacionales y los revolucionarios porteños. Los antagonismos políticos y la federalización de Buenos Aires encendieron la chispa de la guerra civil. Puesto en la disyuntiva de definirse, Avellaneda se inclinó por Roca y llevó adelante el proyecto de federalización de Buenos Aires. El localismo porteño se embanderó junto a la figura de Tejedor y, luego de una virulenta campaña contra el presidente, se lanzó a la acción armada. Luego de los encarnizados combates de Olivera y los Corrales, Tejedor inició conversaciones de paz con Avellaneda, instalado en Belgrano. Zanjadas las diferencias, Avellaneda envió el proyecto de federalización al Congreso y éste lo aprobó el 21 de septiembre de 1880.

Aunque su prestigio había sufrido las graves consecuencias de la lucha del 80, Avellaneda continuó siendo una figura respetada en el mundo porteño. En 1881 se lo designó rector de la Universidad de Buenos Aires. Al año siguiente ocupó un lugar en el Senado de la Nación en representación de Tucumán. Enfermo de cuidado, en 1885 se embarcó hacia Europa para atender su dolencia. Murió el 25 de noviembre de 1885, a bordo del vapor "Congo", que lo traía de regreso a la Argentina. Sus restos fueron recibidos con todos los honores y el presidente Roca habló al pie de su tumba. No fue un político consumado, pues creía excesivamente en la fuerza de las ideas, y mucho menos un caudillo popular. Pero fue un hombre íntegro, que nunca albergó rencores profundos.

LA PRESIDENCIA DE NICOLAS AVELLANEDA

La presidencia de Nicolás Avellaneda constituyó un período de estímulo y progreso en la agitada historia argentina del siglo XIX. Se destacó por su labor conciliadora entre las diversas facciones en que se dividía la vida política del país.
Nicolás Avellaneda nació en Tucumán el 1 de octubre de 1837. Tras estudiar derecho en Córdoba y Buenos Aires, alternó su labor como profesor de economía en a Universidad de Buenos Aires con la actividad periodística: en 1855 fundó El Eco del Norte y, más tarde, fue director de El Nacional.
Comenzó su carrera política en 1859, al ser elegido diputado por la provincia de Buenos Aires. Ministro de justicia e intrucción pública durante la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento (1868-1874), Avellaneda trabajó arduamente para mejorar el atrasado sistema educativo del país.
Elegido presidente en 1874, Avellaneda optó por una política conciliadora entre los diversos partidos, convencido de que sólo así podía hacerse frente a los problemas que aquejaban a la nación. Durante su mandato, estabilizó la precaria economía argentina, reprimió una rebelión en la provincia de Entre Ríos en 1876, fomentó la inmigración y promovió la conquista de la Patagonia.
Al finalizar su mandato en 1880, Avellaneda siguió desempeñando importantes cargos: fue senador por Tucumán y rector de la Universidad de Buenos Aires. En 1885, emprendió un viaje a Europa y, de regreso a la Argentina, murió en alta mar un día antes de arribar a Montevideo, el 26 de diciembre de ese mismo año. Nicolás Avellaneda escribió varias obras de carácter jurídico, entre las que destacan La asamblea de 1813 y Tierras de dominio público.

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