Raúl Ricardo Alfonsín nació el 12 de marzo de 1927 en la localidad bonaerense de Chascomús, como el
mayor de los seis hijos de Raúl Serafín, un comerciante minorista de orígen español, y de Ana María Foulkes, descendiente de alemanes. Estudió en la Escuela Normal Regional de Chascomús y en el Liceo Militar General San Martín, donde tuvo como compañeros de clase a los futuros dictadores Jorge Rafael Videla y Leopoldo Fortunato Galtieri.
En 1949 se casó con María Lorenza Barreneche, con quien luego tendría seis hijos: Raúl Felipe, Ana María, Ricardo Luis, Marcela, María Inés y Javier Ignacio. Al año siguiente, en 1950, se recibió de abogado en la Facultad de Derecho de la Universidad de La Plata. Fue el mismo año en el que comenzó a militar en el Movimiento de Intransigencia y Renovación de la Unión Cívica Radical.
Sobre el ocaso del primer gobierno peronista, en 1954, fue electo concejal por Chascomús, pero al año siguiente lo metió preso la Revolución Libertadora. Durante los mandatos de los presidentes radicales Arturo Frondizi y Arturo Umberto Illia pasó primero de diputado provincial, a diputado nacional, a Vicepresidente de bloque y terminó presidiendo el Comité bonaerense de la Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP). Por reabrir el comité provincial en 1966, en plena dictadura de Juan Carlos Onganía, estuvo preso un breve tiempo.
Sin embargo, sólo comenzó a destacarse en política a principios de los '70, cuando creó el Movimiento de Renovación y Cambio. Se trataba una línea del radicalismo apoyada por la militancia universitaria, con una propuesta socialdemocráta, nacional y popular, pero alejada del peronismo y de la violencia política. Allí conoció a muchos radicales que luego serían célebres, como Federico Storani, Leopoldo Moreau y Enrique "Coti" Nosiglia.
Alfonsín perdió la interna con Ricardo Balbín, aunque consiguió la banca de diputado una vez más en 1973. Con el aumento de la violencia del gobierno de Perón e Isabel, fue uno de los fundadores de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH). Desde allí, en su rol de abogado, defendió a opositores políticos perseguidos y presentó habeas corpus por los desaparecidos, lo que implicaba poner en riesgo su propia vida.
También fue uno de los pocos que se opuso a la Guerra de Malvinas que marcó el principio del fin de la última dictadura militar, lo cual comenzó a cimentar su popularidad: Alfonsín arrasó primero en la interna contra Fernando De la Rua, y el 30 de octubre de 1983 se impuso al candidato peronista Ítalo Luder con el 51,7% de los votos contra el 40% del PJ.
Ni bien comenzó su gobierno, como había prometido en campaña, anuló la autoamnistía dictada por los militares y creó la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) a fin de investigar los crímenes cometidos por las tres juntas de la dictadura. En 1984 se publicó Nunca Más, el informe de dicha investigación, y a fines del año siguiente se condenó a cinco mandatarios militares a penas que iban de cuatro años a la reclusión perpetua.
Lo que fue en un principio la principal fortaleza de su gestión, terminaría siendo su mayor debilidad. La amenaza de golpe de estado de los militares era constante y lo obligó a firmar la ley de Punto Final, pero no fue suficiente: ante el levantamiento carapintada de Semana Santa de 1987 se vio sin apoyo militar alguno, y para evitar una guerra civil debió promover la ley de Obediencia Debida. Fue el "Felices Pascuas" y el comienzo del declive de su gobierno.
Sin embargo, fue la economía que terminó de sepultar a Alfonsín. Los buenos comienzos del Plan Austral quedaron opacados por la creciente inflación y la falta de fondos estatales. La oposición del peronismo y del propio radicalismo le impidió emprender las privatizaciones que luego se harían en los '90.
El Plan Primavera fue un último manotazo de ahogado que terminó hundido entre la hiperinflación, la corrida contra el dólar, el aumento de la pobreza y los saqueos. Las elecciones presidenciales se adelantaron al 14 de mayo de 1989 y Alfonsín renunció antes de tiempo, el 9 de julio, para ceder lugar al ganador Carlos Saúl Menem.
La debilidad electoral del radicalismo lo obligó a acordar el Pacto de Olivos con Menem, que permitió la reforma constitucional de 1994 y la posterior reelección presidencial. Para enfrentar la creciente popularidad del menemismo fue el principal impulsor de la Alianza entre la UCR y el FREPASO. Si bien al principio apoyó la unidad del gobierno de De la Rua, se fue distanciando a medida que entraba en el caos de 2001. Ese mismo año fue electo senador por la provincia de Buenos Aires, y votó la presidencia provisional de Eduardo Duhalde.
Desde entonces se dedicó a preservar su salud (sufrió un accidente automovilístico en 1999) y a bregar por la reconstrucción del radicalismo. Fue el protagonista principal del 25º aniversario del retorno a la democracia, una palabra que ya no se puede separar de su nombre. Queda como parte de su herencia, al igual que el juicio a las juntas, la ley de divorcio vincular o el reconocimiento de la deuda externa.
Falleció a los 82 años, el 31 de marzo de 2009, debido a un cáncer de pulmón y luego que su salud se viera agravada, en sus últimos días, por una neumonía broncoaspirativa.
El Gobierno de Argentina decretó tres días de duelo nacional por el fallecimiento y sus restos fueron velados desde primeras horas del 1 de abril de 2009 en el Salón Azul del Congreso Nacional al que concurrieron además de autoridades y políticos de distintos partidos un número aproximado de 80.000 personas que debió esperar en fila entre cinco y seis horas. Entre las autoridades políticas que participaron del acto se encontraban los ex presidentes Carlos Menem, Eduardo Duhalde, Fernando De la Rúa y Néstor Kirchner; la presidenta Cristina Fernández no pudo estar presente por encontrarse en la Cumbre del G-20 de Londres.
El Centro de Estudios y Difusión de la Cultura Popular Argentina tendrá a su cargo investigar, estudiar, proponer y divulgar las actividades culturales vinculándolas al desarrollo social, mediante la protección y difusión del patrimonio cultural tangible e intangible de la cultura popular argentina.
miércoles, 30 de octubre de 2013
miércoles, 16 de octubre de 2013
Coronel Don Martiniano Chilavert:Una vida ejemplar y una muerte honorable...
El coronel Martiniano Chilavert, héroe de Ituzaingó, prestó servicio bastantes años en el Partido Unitario al mando del General Juan Lavalle y sus aliados Colorados en Montevideo. Durante mucho tiempo estuvo haciéndole la guerra al Partido Federal y a su jefe Rosas cuando realmente cayó en si que no estaba atacando a un partido sino a la Confederación Argentina.
Lo refutan estas palabras de Chilavert a Fructuoso Rivera, jefe del Partido Colorado aliado de Lavalle:
“Hace tiempo que veo que la guerra que Ud. hace no es a Rosas sino a la República Argentina, ya que su lucha es una cadena de coaliciones con el extranjero. De resultas de ello Argentina ha sido ultrajada en su soberanía, favoreciendo esto a Rosas ya que la opinión pública ve amenazada la Patria”.
En estos tiempos Chilavert se enteró del combate de la Vuelta de Obligado, en la cual la Confederación Argentina se impuso ante una flota coligada franco británica que atacó el territorio argentino. Así fue que, aunque opositor político decidido de Juan Manuel de Rosas en abril de 1846 le ofreció humildemente sus servicios, “por ser opuesto a mis principios combatir contra mi país unido a fuerzas extranjeras, sea cual fuera la naturaleza del gobierno que lo rige”.
En mayo escribió, al general federal-oriental aliado de Rosas, Manuel Oribe:
“El cañón de Obligado contestó a tan insolentes provocaciones. Su estruendo resonó en mi corazón. Desde ese instante un solo deseo me anima: el de servir a mi patria en esta lucha de justicia y de gloria para ella.”… En esto también, Chilavert compartía las ideas de su formador y líder el general Don José de San Martín.
Chilavert privilegiaba la defensa de la Patria más allá de los intereses de facción. El 11 de mayo del año 1846, Chilavert se dirigía desde San Lorenzo (Río Grande) al general Oribe, pidiendo el honor de servir a su patria, en los términos siguientes:
“En todas las posiciones en que el destino me ha colocado, el amor a mi país ha sido el sentimiento más enérgico de mi corazón. Su honor y su dignidad me merecen religioso respeto. Considero el más espantoso crimen llevar contra él las armas del extranjero. Vergüenza y oprobio recogerá el que así proceda; y en su conciencia llevará eternamente un acusador implacable que sin cesar le repetirá: traidor! traidor! Traidor!”
“Conducido por estas convicciones me reputé desligado del partido al que servía, tan luego como la intervención binaria de la Inglaterra y de la Francia se realizó en los negocios del Plata… Me impuse de las ultrajantes condiciones a que pretenden sujetar a mi país los poderosos interventores, y del modo inicuo como se había tomado su escuadra. Ví también propagadas doctrinas a las que deben sacrificarse el honor y el porvenir de mi país. La disolución misma de su nacionalidad se establece como principio. El cañón de Obligado contestó a tan insolentes provocaciones. Su estruendo resonó en mi corazón. Desde ese instante un solo deseo me anima: el de servir a mi patria en esta lucha de justicia y de gloria para ella.”
“Todos los recuerdos de nuestra inmortal revolución, en que fui formado, se agolpan. Si, es mi patria… anunciándose al mundo por esta verdad: existo por mi propia fuerza. Irritada ahora por injustas ofensas acredita que podrá quizás ser vencida, pero que dejará por trofeos una tumba, flotando en un océano de sangre y alumbrada por las llamas de sus Lares incendiados.”
Al recibir su despacho de Coronel de Artillería de la Confederación, expresó:
“Lo felicito por su heroica resolución, y oro por la conservación del gobierno que tan dignamente la representa, y para que lo colme del espíritu de sabiduría. Al ofrecer al gobierno de mi país mis débiles servicios por la benévola mediación de V.E., nada me reservo. Lo único que pido es que se me conceda el más completo y silencioso olvido sobre lo pasado.”
A comienzos de 1847 regresó a Buenos Aires y se dedicó a reorganizar el cuerpo de artillería. Por supuesto, los unitarios lo llamarían traidor. En cartas a Juan Bautista Alberdi y otros prohombres de la oposición, se defendió con energía; pero no pudo convencerlos de seguirlo.
En 1851 tenía el comando del Regimiento de artillería ligera. En octubre de ese año, con muchos otros jefes, reiteró su adhesión al Gobierno, amenazado por el pronunciamiento de Urquiza.
Organizado el ejército federal por Ángel Pacheco, Chilavert tomó el mando en jefe de la artillería. Integró la famosa junta de guerra que reunió a los jefes federales la noche anterior a Caseros en donde reclamó la batalla contra el invasor, diciendo, que él no sabría dónde ocultar su espada si había de envainarla sin combatir con el enemigo que estaba enfrente y que en cuanto a él, acompañaría al gobierno de su patria hasta el último instante, porque así era cien veces gloriosa para él la muerte al pie de sus cañones combatiendo.
Cuando Rosas se enteró de lo que había acaecido en aquella junta de guerra, le tendió la mano al bravo coronel y le dijo:
“Coronel Chilavert, es Ud. un patriota; esta batalla será decisiva para todos. Urquiza, yo, o cualquier otro que prevalezca, deberá trabajar inmediatamente la Constitución Nacional sobre las bases existentes. Nuestro verdadero enemigo es Brasil, porque es un imperio.”
Chilavert propuso un plan de batalla, pero fue desoído. Ubicó su artillería en el palomar de Caseros donde emplazó treinta cañones que apuntaban directamente a las fuerzas brasileñas a las que le provocó numerosas bajas (Tanto es así, que el nombre de la batalla fue designado para homenajear a los invasores brasileños, ya que los jefes de ambos ejércitos -Rosas y Urquiza- se enfrentaron en Morón, así debió llamarse esa batalla).
En el conflicto que enfrentó a Rosas con Justo José de Urquiza y el Imperio del Brasil, dirigió todas las fuerzas de artillería de la Confederación en la batalla de Caseros. El historiador Adolfo Saldías así relata este hecho épico: “Haciendo fuego contra el grueso de las tropas invasoras brasileñas hasta agotar la munición. La última resistencia fue la de la artillería de Chilavert y la infantería de Díaz (también de origen unitario). Como se agotaron las municiones, mandó recoger los proyectiles del enemigo que estaban desparramados alrededor suyo y disparó con éstos. Y cuando no hubo nada más que disparar, finalmente la infantería brasileña pudo avanzar… y así terminó la batalla.”
Con tan sólo 300 artilleros soportó por todo el tiempo que duró la arremetida de casi 12.000 brasileños, hasta que la impresionante superioridad numérica y el agotamiento de las municiones rindieron al bravo coronel.
Habiendo tenido ocasión de escapar, permaneció sin embargo fumando tranquilamente al pie del último cañón, que él mismo disparó. Al ser tomado prisionero por el capitán de infantería José María Alaman, éste le tomó de la rienda el caballo que aquél montaba, Chilavert le apuntó con su pistola y le dijo: “Si me toca , señor oficial, le levanto la tapa de los sesos, pues yo lo que busco es un oficial superior a quien entregar mis armas”.
Poco después llegó el coronel Cayetano Virasoro, entonces al verlo de poncho de vicuña, Chilavert le expresó:“Señor comandante o coronel, me tiene Ud. a su disposición, previniéndole que sufro de hemorroides y antes de quitarme el caballo, hágame pegar cuatro tiros porque no puedo caminar.” No obstante esto, y contra la voluntad de Virasoro, Chilavert por expresa orden de Urquiza debió hacer una parte del trayecto a pie.
Desde el campo de Caseros fue conducido a Palermo, donde Urquiza había instalado su cuartel general, allí fue reconvenido por Urquiza por su “defección” del bando unitario, a lo que Chilavert respondió “Mil veces lo volvería a hacer”, lo que desató la ira de Urquiza que le espetó “vaya nomás…” y ordenó que se le pegaran cuatro tiros por la espalda, ejecución infamante que a modo de castigo se le propinaba a los cobardes y a los traidores.
El sargento mayor Modesto Rolón afirmó: “Recuerdo que el hombre iba con toda tranquilidad, pues lo llevaba a mi lado. Al llegar al paraje designado, le comuniqué la tremenda orden que portaba. Está bien, me contestó, permítame señor oficial, reconciliarme con Dios -y dio unos cuantos pasos rezando en voz baja- hasta que pasados algunos segundos dijo: estoy pronto, señor oficial, sacó su reloj y pidió lo entregasen a su hijo; se quitó asimismo su pequeño tirador y arrojándolo al suelo, manifestó que había en él algunos cigarros y un poco de dinero. También regaló a los soldados su poncho y sombrero, pidiéndoles no le destrozaran la cabeza.”
Llevado al paredón y cuando un oficial quiso ponerlo de espaldas para cumplir las órdenes de Urquiza, lo rechazó de un violento bofetón y luego mirando fijamente al pelotón les gritó: “tirad, tirad aquí, que así mueren los hombres como yo!”.
El pelotón bajo sus armas. El oficial los contuvo. Sonó un tiro y Chilavert tambaleó y su rostro se cubrió de sangre, pero manteniéndose de pie les repitió a los gritos: “tirad, tirad al pecho!”. El oficial y sus soldados quisieron asegurar a la víctima y se produjo una lucha salvaje, espantosa: las bayonetas, las culatas y la espada fueron los instrumentos de martirio que finalmente vencieron a aquel león. Envuelto en su sangre, con la cabeza partida de un hachazo y todo su cuerpo convulsionado por la agonía, hizo aún ademán de llevarse la mano al pecho.
Esto sucedió el 4 de febrero de 1852, al otro día de la batalla de Caseros y desmentían groseramente la frase de “Ni vencedores ni vencidos” que tan mendazmente había proclamado Urquiza, quien no ahorró sangre de los vencidos y vayan como ejemplo los ahorcados de la división de Aquino; (Esta división estaba compuesta de más de 800 hombres que pertenecían al ejército federal de Manuel Oribe y que al ser derrotado éste, fueron incorporados por Urquiza, de manera forzada al llamado “Ejército Grande”. Los levados al arribar a suelo argentino se sublevaron dando muerte al Cnl Pedro León Aquino, que los comandaba por imposición de Urquiza, y fueron a Luján a reunirse con sus camaradas federales.
Chilavert fue fusilado por un pelotón del batallón mandado por el coronel Cayetano Virasoro. El anciano Francisco Castellote y su hijo Pedro, padre y hermano políticos de Chilavert, fueron a implorar a Urquiza la vida del sentenciado a muerte, pero Urquiza fue insensible al dolor, inclusive le negó cristiana sepultura exponiendo sus restos a la descomposición de su carne, sólo después de unos días les entregó el cadáver destrozado del heroico artillero.
Martiniano Chilavert fue un paradigma de héroe porque a su coraje personal (indispensable en esos tiempos) unió un talento y una preparación profesional y científica que lo convirtió en un artillero de excepción en una época en que no abundaban quienes se dedicaran a menesteres tan complejos. Sin embargo, la historia “oficial” o liberal, como quiera llamarse, puso en práctica su remanido y deleznable método de borrar de sus anales la memoria del héroe ya que para ellos Chilavert “sacó los pies del plato”… y todo porque tuvo la dignidad suficiente para no actuar como un traidor a su Patria.
Actualmente sus restos descansan en el cementerio de La Recoleta, en Buenos Aires, en una bóveda de la familia del coronel Argüello.
Lo refutan estas palabras de Chilavert a Fructuoso Rivera, jefe del Partido Colorado aliado de Lavalle:
“Hace tiempo que veo que la guerra que Ud. hace no es a Rosas sino a la República Argentina, ya que su lucha es una cadena de coaliciones con el extranjero. De resultas de ello Argentina ha sido ultrajada en su soberanía, favoreciendo esto a Rosas ya que la opinión pública ve amenazada la Patria”.
En estos tiempos Chilavert se enteró del combate de la Vuelta de Obligado, en la cual la Confederación Argentina se impuso ante una flota coligada franco británica que atacó el territorio argentino. Así fue que, aunque opositor político decidido de Juan Manuel de Rosas en abril de 1846 le ofreció humildemente sus servicios, “por ser opuesto a mis principios combatir contra mi país unido a fuerzas extranjeras, sea cual fuera la naturaleza del gobierno que lo rige”.
En mayo escribió, al general federal-oriental aliado de Rosas, Manuel Oribe:
“El cañón de Obligado contestó a tan insolentes provocaciones. Su estruendo resonó en mi corazón. Desde ese instante un solo deseo me anima: el de servir a mi patria en esta lucha de justicia y de gloria para ella.”… En esto también, Chilavert compartía las ideas de su formador y líder el general Don José de San Martín.
Chilavert privilegiaba la defensa de la Patria más allá de los intereses de facción. El 11 de mayo del año 1846, Chilavert se dirigía desde San Lorenzo (Río Grande) al general Oribe, pidiendo el honor de servir a su patria, en los términos siguientes:
“En todas las posiciones en que el destino me ha colocado, el amor a mi país ha sido el sentimiento más enérgico de mi corazón. Su honor y su dignidad me merecen religioso respeto. Considero el más espantoso crimen llevar contra él las armas del extranjero. Vergüenza y oprobio recogerá el que así proceda; y en su conciencia llevará eternamente un acusador implacable que sin cesar le repetirá: traidor! traidor! Traidor!”
“Conducido por estas convicciones me reputé desligado del partido al que servía, tan luego como la intervención binaria de la Inglaterra y de la Francia se realizó en los negocios del Plata… Me impuse de las ultrajantes condiciones a que pretenden sujetar a mi país los poderosos interventores, y del modo inicuo como se había tomado su escuadra. Ví también propagadas doctrinas a las que deben sacrificarse el honor y el porvenir de mi país. La disolución misma de su nacionalidad se establece como principio. El cañón de Obligado contestó a tan insolentes provocaciones. Su estruendo resonó en mi corazón. Desde ese instante un solo deseo me anima: el de servir a mi patria en esta lucha de justicia y de gloria para ella.”
“Todos los recuerdos de nuestra inmortal revolución, en que fui formado, se agolpan. Si, es mi patria… anunciándose al mundo por esta verdad: existo por mi propia fuerza. Irritada ahora por injustas ofensas acredita que podrá quizás ser vencida, pero que dejará por trofeos una tumba, flotando en un océano de sangre y alumbrada por las llamas de sus Lares incendiados.”
Al recibir su despacho de Coronel de Artillería de la Confederación, expresó:
“Lo felicito por su heroica resolución, y oro por la conservación del gobierno que tan dignamente la representa, y para que lo colme del espíritu de sabiduría. Al ofrecer al gobierno de mi país mis débiles servicios por la benévola mediación de V.E., nada me reservo. Lo único que pido es que se me conceda el más completo y silencioso olvido sobre lo pasado.”
A comienzos de 1847 regresó a Buenos Aires y se dedicó a reorganizar el cuerpo de artillería. Por supuesto, los unitarios lo llamarían traidor. En cartas a Juan Bautista Alberdi y otros prohombres de la oposición, se defendió con energía; pero no pudo convencerlos de seguirlo.
En 1851 tenía el comando del Regimiento de artillería ligera. En octubre de ese año, con muchos otros jefes, reiteró su adhesión al Gobierno, amenazado por el pronunciamiento de Urquiza.
Organizado el ejército federal por Ángel Pacheco, Chilavert tomó el mando en jefe de la artillería. Integró la famosa junta de guerra que reunió a los jefes federales la noche anterior a Caseros en donde reclamó la batalla contra el invasor, diciendo, que él no sabría dónde ocultar su espada si había de envainarla sin combatir con el enemigo que estaba enfrente y que en cuanto a él, acompañaría al gobierno de su patria hasta el último instante, porque así era cien veces gloriosa para él la muerte al pie de sus cañones combatiendo.
Cuando Rosas se enteró de lo que había acaecido en aquella junta de guerra, le tendió la mano al bravo coronel y le dijo:
“Coronel Chilavert, es Ud. un patriota; esta batalla será decisiva para todos. Urquiza, yo, o cualquier otro que prevalezca, deberá trabajar inmediatamente la Constitución Nacional sobre las bases existentes. Nuestro verdadero enemigo es Brasil, porque es un imperio.”
Chilavert propuso un plan de batalla, pero fue desoído. Ubicó su artillería en el palomar de Caseros donde emplazó treinta cañones que apuntaban directamente a las fuerzas brasileñas a las que le provocó numerosas bajas (Tanto es así, que el nombre de la batalla fue designado para homenajear a los invasores brasileños, ya que los jefes de ambos ejércitos -Rosas y Urquiza- se enfrentaron en Morón, así debió llamarse esa batalla).
En el conflicto que enfrentó a Rosas con Justo José de Urquiza y el Imperio del Brasil, dirigió todas las fuerzas de artillería de la Confederación en la batalla de Caseros. El historiador Adolfo Saldías así relata este hecho épico: “Haciendo fuego contra el grueso de las tropas invasoras brasileñas hasta agotar la munición. La última resistencia fue la de la artillería de Chilavert y la infantería de Díaz (también de origen unitario). Como se agotaron las municiones, mandó recoger los proyectiles del enemigo que estaban desparramados alrededor suyo y disparó con éstos. Y cuando no hubo nada más que disparar, finalmente la infantería brasileña pudo avanzar… y así terminó la batalla.”
Con tan sólo 300 artilleros soportó por todo el tiempo que duró la arremetida de casi 12.000 brasileños, hasta que la impresionante superioridad numérica y el agotamiento de las municiones rindieron al bravo coronel.
Habiendo tenido ocasión de escapar, permaneció sin embargo fumando tranquilamente al pie del último cañón, que él mismo disparó. Al ser tomado prisionero por el capitán de infantería José María Alaman, éste le tomó de la rienda el caballo que aquél montaba, Chilavert le apuntó con su pistola y le dijo: “Si me toca , señor oficial, le levanto la tapa de los sesos, pues yo lo que busco es un oficial superior a quien entregar mis armas”.
Poco después llegó el coronel Cayetano Virasoro, entonces al verlo de poncho de vicuña, Chilavert le expresó:“Señor comandante o coronel, me tiene Ud. a su disposición, previniéndole que sufro de hemorroides y antes de quitarme el caballo, hágame pegar cuatro tiros porque no puedo caminar.” No obstante esto, y contra la voluntad de Virasoro, Chilavert por expresa orden de Urquiza debió hacer una parte del trayecto a pie.
Desde el campo de Caseros fue conducido a Palermo, donde Urquiza había instalado su cuartel general, allí fue reconvenido por Urquiza por su “defección” del bando unitario, a lo que Chilavert respondió “Mil veces lo volvería a hacer”, lo que desató la ira de Urquiza que le espetó “vaya nomás…” y ordenó que se le pegaran cuatro tiros por la espalda, ejecución infamante que a modo de castigo se le propinaba a los cobardes y a los traidores.
El sargento mayor Modesto Rolón afirmó: “Recuerdo que el hombre iba con toda tranquilidad, pues lo llevaba a mi lado. Al llegar al paraje designado, le comuniqué la tremenda orden que portaba. Está bien, me contestó, permítame señor oficial, reconciliarme con Dios -y dio unos cuantos pasos rezando en voz baja- hasta que pasados algunos segundos dijo: estoy pronto, señor oficial, sacó su reloj y pidió lo entregasen a su hijo; se quitó asimismo su pequeño tirador y arrojándolo al suelo, manifestó que había en él algunos cigarros y un poco de dinero. También regaló a los soldados su poncho y sombrero, pidiéndoles no le destrozaran la cabeza.”
Llevado al paredón y cuando un oficial quiso ponerlo de espaldas para cumplir las órdenes de Urquiza, lo rechazó de un violento bofetón y luego mirando fijamente al pelotón les gritó: “tirad, tirad aquí, que así mueren los hombres como yo!”.
El pelotón bajo sus armas. El oficial los contuvo. Sonó un tiro y Chilavert tambaleó y su rostro se cubrió de sangre, pero manteniéndose de pie les repitió a los gritos: “tirad, tirad al pecho!”. El oficial y sus soldados quisieron asegurar a la víctima y se produjo una lucha salvaje, espantosa: las bayonetas, las culatas y la espada fueron los instrumentos de martirio que finalmente vencieron a aquel león. Envuelto en su sangre, con la cabeza partida de un hachazo y todo su cuerpo convulsionado por la agonía, hizo aún ademán de llevarse la mano al pecho.
Esto sucedió el 4 de febrero de 1852, al otro día de la batalla de Caseros y desmentían groseramente la frase de “Ni vencedores ni vencidos” que tan mendazmente había proclamado Urquiza, quien no ahorró sangre de los vencidos y vayan como ejemplo los ahorcados de la división de Aquino; (Esta división estaba compuesta de más de 800 hombres que pertenecían al ejército federal de Manuel Oribe y que al ser derrotado éste, fueron incorporados por Urquiza, de manera forzada al llamado “Ejército Grande”. Los levados al arribar a suelo argentino se sublevaron dando muerte al Cnl Pedro León Aquino, que los comandaba por imposición de Urquiza, y fueron a Luján a reunirse con sus camaradas federales.
Chilavert fue fusilado por un pelotón del batallón mandado por el coronel Cayetano Virasoro. El anciano Francisco Castellote y su hijo Pedro, padre y hermano políticos de Chilavert, fueron a implorar a Urquiza la vida del sentenciado a muerte, pero Urquiza fue insensible al dolor, inclusive le negó cristiana sepultura exponiendo sus restos a la descomposición de su carne, sólo después de unos días les entregó el cadáver destrozado del heroico artillero.
Martiniano Chilavert fue un paradigma de héroe porque a su coraje personal (indispensable en esos tiempos) unió un talento y una preparación profesional y científica que lo convirtió en un artillero de excepción en una época en que no abundaban quienes se dedicaran a menesteres tan complejos. Sin embargo, la historia “oficial” o liberal, como quiera llamarse, puso en práctica su remanido y deleznable método de borrar de sus anales la memoria del héroe ya que para ellos Chilavert “sacó los pies del plato”… y todo porque tuvo la dignidad suficiente para no actuar como un traidor a su Patria.
Actualmente sus restos descansan en el cementerio de La Recoleta, en Buenos Aires, en una bóveda de la familia del coronel Argüello.
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