miércoles, 16 de octubre de 2013

Coronel Don Martiniano Chilavert:Una vida ejemplar y una muerte honorable...

El coronel Martiniano Chilavert, héroe de Ituzaingó, prestó servicio bastantes años en el Partido Unitario al mando del General Juan Lavalle y sus aliados Colorados en Montevideo. Durante mucho tiempo estuvo haciéndole la guerra al Partido Federal y a su jefe Rosas cuando realmente cayó en si que no estaba atacando a un partido sino a la Confederación Argentina.

Lo refutan estas palabras de Chilavert a Fructuoso Rivera, jefe del Partido Colorado aliado de Lavalle:
“Hace tiempo que veo que la guerra que Ud. hace no es a Rosas sino a la República Argentina, ya que su lucha es una cadena de coaliciones con el extranjero. De resultas de ello Argentina ha sido ultrajada en su soberanía, favoreciendo esto a Rosas ya que la opinión pública ve amenazada la Patria”.

En estos tiempos Chilavert se enteró del combate de la Vuelta de Obligado, en la cual la Confederación Argentina se impuso ante una flota coligada franco británica que atacó el territorio argentino. Así fue que, aunque opositor político decidido de Juan Manuel de Rosas en abril de 1846 le ofreció humildemente sus servicios, “por ser opuesto a mis principios combatir contra mi país unido a fuerzas extranjeras, sea cual fuera la naturaleza del gobierno que lo rige”.

En mayo escribió, al general federal-oriental aliado de Rosas, Manuel Oribe:
“El cañón de Obligado contestó a tan insolentes provocaciones. Su estruendo resonó en mi corazón. Desde ese instante un solo deseo me anima: el de servir a mi patria en esta lucha de justicia y de gloria para ella.”… En esto también, Chilavert compartía las ideas de su formador y líder el general Don José de San Martín.

Chilavert privilegiaba la defensa de la Patria más allá de los intereses de facción. El 11 de mayo del año 1846, Chilavert se dirigía desde San Lorenzo (Río Grande) al general Oribe, pidiendo el honor de servir a su patria, en los términos siguientes:
“En todas las posiciones en que el destino me ha colocado, el amor a mi país ha sido el sentimiento más enérgico de mi corazón. Su honor y su dignidad me merecen religioso respeto. Considero el más espantoso crimen llevar contra él las armas del extranjero. Vergüenza y oprobio recogerá el que así proceda; y en su conciencia llevará eternamente un acusador implacable que sin cesar le repetirá: traidor! traidor! Traidor!”

“Conducido por estas convicciones me reputé desligado del partido al que servía, tan luego como la intervención binaria de la Inglaterra y de la Francia se realizó en los negocios del Plata… Me impuse de las ultrajantes condiciones a que pretenden sujetar a mi país los poderosos interventores, y del modo inicuo como se había tomado su escuadra. Ví también propagadas doctrinas a las que deben sacrificarse el honor y el porvenir de mi país. La disolución misma de su nacionalidad se establece como principio. El cañón de Obligado contestó a tan insolentes provocaciones. Su estruendo resonó en mi corazón. Desde ese instante un solo deseo me anima: el de servir a mi patria en esta lucha de justicia y de gloria para ella.”

“Todos los recuerdos de nuestra inmortal revolución, en que fui formado, se agolpan. Si, es mi patria… anunciándose al mundo por esta verdad: existo por mi propia fuerza. Irritada ahora por injustas ofensas acredita que podrá quizás ser vencida, pero que dejará por trofeos una tumba, flotando en un océano de sangre y alumbrada por las llamas de sus Lares incendiados.”

Al recibir su despacho de Coronel de Artillería de la Confederación, expresó:
“Lo felicito por su heroica resolución, y oro por la conservación del gobierno que tan dignamente la representa, y para que lo colme del espíritu de sabiduría. Al ofrecer al gobierno de mi país mis débiles servicios por la benévola mediación de V.E., nada me reservo. Lo único que pido es que se me conceda el más completo y silencioso olvido sobre lo pasado.”

A comienzos de 1847 regresó a Buenos Aires y se dedicó a reorganizar el cuerpo de artillería. Por supuesto, los unitarios lo llamarían traidor. En cartas a Juan Bautista Alberdi y otros prohombres de la oposición, se defendió con energía; pero no pudo convencerlos de seguirlo.

En 1851 tenía el comando del Regimiento de artillería ligera. En octubre de ese año, con muchos otros jefes, reiteró su adhesión al Gobierno, amenazado por el pronunciamiento de Urquiza.

Organizado el ejército federal por Ángel Pacheco, Chilavert tomó el mando en jefe de la artillería. Integró la famosa junta de guerra que reunió a los jefes federales la noche anterior a Caseros en donde reclamó la batalla contra el invasor, diciendo, que él no sabría dónde ocultar su espada si había de envainarla sin combatir con el enemigo que estaba enfrente y que en cuanto a él, acompañaría al gobierno de su patria hasta el último instante, porque así era cien veces gloriosa para él la muerte al pie de sus cañones combatiendo.

Cuando Rosas se enteró de lo que había acaecido en aquella junta de guerra, le tendió la mano al bravo coronel y le dijo:
“Coronel Chilavert, es Ud. un patriota; esta batalla será decisiva para todos. Urquiza, yo, o cualquier otro que prevalezca, deberá trabajar inmediatamente la Constitución Nacional sobre las bases existentes. Nuestro verdadero enemigo es Brasil, porque es un imperio.”

Chilavert propuso un plan de batalla, pero fue desoído. Ubicó su artillería en el palomar de Caseros donde emplazó treinta cañones que apuntaban directamente a las fuerzas brasileñas a las que le provocó numerosas bajas (Tanto es así, que el nombre de la batalla fue designado para homenajear a los invasores brasileños, ya que los jefes de ambos ejércitos -Rosas y Urquiza- se enfrentaron en Morón, así debió llamarse esa batalla).

En el conflicto que enfrentó a Rosas con Justo José de Urquiza y el Imperio del Brasil, dirigió todas las fuerzas de artillería de la Confederación en la batalla de Caseros. El historiador Adolfo Saldías así relata este hecho épico: “Haciendo fuego contra el grueso de las tropas invasoras brasileñas hasta agotar la munición. La última resistencia fue la de la artillería de Chilavert y la infantería de Díaz (también de origen unitario). Como se agotaron las municiones, mandó recoger los proyectiles del enemigo que estaban desparramados alrededor suyo y disparó con éstos. Y cuando no hubo nada más que disparar, finalmente la infantería brasileña pudo avanzar… y así terminó la batalla.”

Con tan sólo 300 artilleros soportó por todo el tiempo que duró la arremetida de casi 12.000 brasileños, hasta que la impresionante superioridad numérica y el agotamiento de las municiones rindieron al bravo coronel.

Habiendo tenido ocasión de escapar, permaneció sin embargo fumando tranquilamente al pie del último cañón, que él mismo disparó. Al ser tomado prisionero por el capitán de infantería José María Alaman, éste le tomó de la rienda el caballo que aquél montaba, Chilavert le apuntó con su pistola y le dijo: “Si me toca , señor oficial, le levanto la tapa de los sesos, pues yo lo que busco es un oficial superior a quien entregar mis armas”.

Poco después llegó el coronel Cayetano Virasoro, entonces al verlo de poncho de vicuña, Chilavert le expresó:“Señor comandante o coronel, me tiene Ud. a su disposición, previniéndole que sufro de hemorroides y antes de quitarme el caballo, hágame pegar cuatro tiros porque no puedo caminar.” No obstante esto, y contra la voluntad de Virasoro, Chilavert por expresa orden de Urquiza debió hacer una parte del trayecto a pie.

Desde el campo de Caseros fue conducido a Palermo, donde Urquiza había instalado su cuartel general, allí fue reconvenido por Urquiza por su “defección” del bando unitario, a lo que Chilavert respondió “Mil veces lo volvería a hacer”, lo que desató la ira de Urquiza que le espetó “vaya nomás…” y ordenó que se le pegaran cuatro tiros por la espalda, ejecución infamante que a modo de castigo se le propinaba a los cobardes y a los traidores.

El sargento mayor Modesto Rolón afirmó: “Recuerdo que el hombre iba con toda tranquilidad, pues lo llevaba a mi lado. Al llegar al paraje designado, le comuniqué la tremenda orden que portaba. Está bien, me contestó, permítame señor oficial, reconciliarme con Dios -y dio unos cuantos pasos rezando en voz baja- hasta que pasados algunos segundos dijo: estoy pronto, señor oficial, sacó su reloj y pidió lo entregasen a su hijo; se quitó asimismo su pequeño tirador y arrojándolo al suelo, manifestó que había en él algunos cigarros y un poco de dinero. También regaló a los soldados su poncho y sombrero, pidiéndoles no le destrozaran la cabeza.”

Llevado al paredón y cuando un oficial quiso ponerlo de espaldas para cumplir las órdenes de Urquiza, lo rechazó de un violento bofetón y luego mirando fijamente al pelotón les gritó: “tirad, tirad aquí, que así mueren los hombres como yo!”.

El pelotón bajo sus armas. El oficial los contuvo. Sonó un tiro y Chilavert tambaleó y su rostro se cubrió de sangre, pero manteniéndose de pie les repitió a los gritos: “tirad, tirad al pecho!”. El oficial y sus soldados quisieron asegurar a la víctima y se produjo una lucha salvaje, espantosa: las bayonetas, las culatas y la espada fueron los instrumentos de martirio que finalmente vencieron a aquel león. Envuelto en su sangre, con la cabeza partida de un hachazo y todo su cuerpo convulsionado por la agonía, hizo aún ademán de llevarse la mano al pecho.

Esto sucedió el 4 de febrero de 1852, al otro día de la batalla de Caseros y desmentían groseramente la frase de “Ni vencedores ni vencidos” que tan mendazmente había proclamado Urquiza, quien no ahorró sangre de los vencidos y vayan como ejemplo los ahorcados de la división de Aquino; (Esta división estaba compuesta de más de 800 hombres que pertenecían al ejército federal de Manuel Oribe y que al ser derrotado éste, fueron incorporados por Urquiza, de manera forzada al llamado “Ejército Grande”. Los levados al arribar a suelo argentino se sublevaron dando muerte al Cnl Pedro León Aquino, que los comandaba por imposición de Urquiza, y fueron a Luján a reunirse con sus camaradas federales.

Chilavert fue fusilado por un pelotón del batallón mandado por el coronel Cayetano Virasoro. El anciano Francisco Castellote y su hijo Pedro, padre y hermano políticos de Chilavert, fueron a implorar a Urquiza la vida del sentenciado a muerte, pero Urquiza fue insensible al dolor, inclusive le negó cristiana sepultura exponiendo sus restos a la descomposición de su carne, sólo después de unos días les entregó el cadáver destrozado del heroico artillero.

Martiniano Chilavert fue un paradigma de héroe porque a su coraje personal (indispensable en esos tiempos) unió un talento y una preparación profesional y científica que lo convirtió en un artillero de excepción en una época en que no abundaban quienes se dedicaran a menesteres tan complejos. Sin embargo, la historia “oficial” o liberal, como quiera llamarse, puso en práctica su remanido y deleznable método de borrar de sus anales la memoria del héroe ya que para ellos Chilavert “sacó los pies del plato”… y todo porque tuvo la dignidad suficiente para no actuar como un traidor a su Patria.

Actualmente sus restos descansan en el cementerio de La Recoleta, en Buenos Aires, en una bóveda de la familia del coronel Argüello.

No hay comentarios:

Publicar un comentario