viernes, 28 de marzo de 2014

Bernardo de Monteagudo el Robespierre Argentino

Bernardo Monteagudo nació en la provincia de Tucumán el 20 de agosto de 1789. Un mes después de que lo que estalló en París, lo que pasaría a la historia como la Revolución Francesa. 
Fue hijo del capitán de milicias español Miguel Monteagudo ( aunque toda la vida lo persiguió el insulto racista de "mulato" ) y de la tucumana Catalina Cáceres, casados en Chuquisaca el once de marzo de 1786. Tuvieron once hijos, de los cuales Bernardo fue el único sobreviviente.
Durante su temprana infancia, Monteagudo se crió en una extremada pobreza lo cual no impidió que sus padres, muy -proclives a una educación culta, hicieran todo lo posible por iniciarlo en las letras. Por entonces era frecuente que recorrieran la campiña ciertos maestros ambulantes que por algunas monedas, iniciaban en la lectura de la cartilla y del catecismo a los niños que así lo solicitaban, descargando palmetazos ante olvidos ó irreverencias. El pequeño Bernardo siempre demostró, un acentuado anhelo por aprender, ayudado por una inteligencia precozmente despierta. 

La muerte de su madre, cuando el niño había llegado apenas a los trece años, fue trágica no sólo por la pérdida de alguien a quien Bernardo amaba entrañablemente y de quien recibía generosos cuidados, sino también porque la relación con la nueva pareja de su padre se hizo difícil y tensa.
Decidió entonces partir hacia Chuquisaca, a ponerse bajo la tutela de un pariente lejano, el cura Troncoso, alentado por un padre convencido de los talentos de ese hijo que se mostraba más sagaz y más letrado que los demás niños, aun de aquellos cuya posición económica les hacía correr con ventaja.

Con los años se convierte en un hombre esbelto, de porte atlético, casi alto, de perfil clásico, tez algo oscura y mirada incendiada.
Lector de Rousseau, Voltaire y los enciclopedistas pudo estudiar en la Universidad St. Francis Xavier de Chuquisaca junto con Mariano Moreno y Juan José Castelli entre otros revolucionarios jacobinos. La Universidad de Chuquisaca era el verdadero centro de las luces de principios del siglo XIX donde se doctoró en Teología en 1805 y Cánones en 1806 con una tesis muy conservadora y monárquica titulada: "Sobre el origen de la sociedad y sus medios de mantenimiento. Todo comenzó cuando llegaron a América las noticias de la caída del rey Fernando VII y la instauración de la Junta de Sevilla. La Real Audiencia de Charcas (como también se conocía la ciudad que hoy se llama Sucre en honor al mariscal Antonio José, mano derecha de Simón Bolívar) se opuso y llamó a constituir otras juntas provinciales. En noviembre de 1808, el delegado sevillano, José Manuel de Goyeneche, entró en la ciudad e intentó que ese territorio quedara en manos de Carlota Joaquina Teresa de Borbón, hermana de Fernando y reina regente de Portugal en el Brasil. Los claustros de la Universidad se convirtieron en un polvorín y rechazaron de plano las exigencias de Goyeneche. Poco después, la Audiencia reconoció la autoridad de la Junta sevillana, pero el germen revolucionario ya había despertado. Al transcurrir esto Monteagudo escribió el "Diálogo entre Atahualpa y Fernando VII", una irónica sátira política en que pretendía demostrar que los derechos del rey de España y del pueblo español sobre España eran los mismos que los de los americanos sobre América al comenzar un debate en la universidad y los círculos intelectuales sobre la legitimidad del gobierno virreinal. Fue en este contexto que Monteagudo realizó la proclama que sería la chispa de la Revolución que estallaría un año después en Buenos. El 25 de mayo de 1809 estalló en Chuquisaca una sublevación contra las autoridades virreinales. Tomó parte de esta revolución que se opuso a la entrega del Alto Perú a la infanta Carlota Joaquina. Cuando el gobernador Francisco de Paula Sanz recuperó el gobierno, arrestó a Monteagudo y lo condeno a muerte. El mariscal Nieto había enviado a todos los efectivos disponibles para combatir a los patriotas, en apoyo del Capitán de Fragata José de Córdova. La ciudad universitaria había quedado virtualmente desamparada. Monteagudo, ansioso por plegarse a las filas patriotas que se acercaban decidió preparar un plan para fugarse. Alegando “tener una merienda con unas damas” en el jardín contiguo de la prisión, obtuvo la codiciada llave que le abría la puerta de salida y logro fugarse. En Chuquisaca escribió una proclama de los rebeldes que decia: “Hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez. Ya es tiempo de levantar el estandarte de la libertad en estas desgraciadas colonias, adquiridas sin el menor título y conservadas con la mayor injusticia y tiranía”.
Monteagudo volvió a ser arrestado en Tupiza, siendo liberado después de la batalla de Suipacha por el ejército de Castelli. enviado por la junta de Buenos Aires, lo puso en libertad en 1811. Pasando a ser auditor del mismo y secretario de Juan Jose Castelli, jefe político de la expedición. Se mantuvo a su lado y el 14 de diciembre de 1810, Castelli firmó la sentencia que condenaba a muerte a los enemigos de la revolución y principales ejecutores de las masacres de Chuquisaca y La Paz, recientemente capturados por las fuerzas patriotas. A las nueve de la noche fueron puestos en capilla, destinándoseles habitaciones separadas para que “pudiesen prepararse a morir cristianamente”.

El día 15, en la Plaza Mayor de la imperial villa, entre las 10 y 11 horas de la mañana, se ejecutó la sentencia, previa lectura en alta voz que de la misma se hizo a los reos, hincados delante de las banderas de los regimientos.

Entre los espectadores que rodeaban el patíbulo, hubo uno que siguió ansioso el desarrollo de la escena. Bernardo de Monteagudo, que había visto las masacres perpetradas por Paula Sanz y Nieto apenas un año atrás en Chuquisaca, no olvidará nunca el episodio que sus ojos contemplaron: 

“¡Oh, sombras ilustres de los dignos ciudadanos Victorio y Gregorio Lanza!3 ¡Oh, vosotros todos los que descansáis en esos sepulcros solitarios! Levantad la cabeza: Yo lo he visto expiar sus crímenes y me he acercado con placer a los patíbulos de Sanz, Nieto y Córdova, para observar los efectos de la ira de la patria y bendecirla con su triunfo”.
Durante la reconquista del Alto Peru , varios miembros del ejército, y especialmente Monteagudo, insultaron gravemente los sentimientos religiosos de la población, lo que les trajo mucha oposición. El Alto Perú tenía una doble connotación para hombres como Monteagudo y Castelli. Era sin duda la amenaza más temible a la subsistencia de la revolución y era la tierra que los había visto hacerse intelectuales. Fue en las aulas y en las bibliotecas de Chuquisaca donde Mariano Moreno, Bernardo de Monteagudo y Juan José Castelli habían conocido la obra de Rousseau y fue en las calles y en las minas del Potosí donde habían tomado contacto con los grados más altos y perversos de la explotación humana admitida en estos términos por uno de los principales responsables de la masacre. Luego de la batalla de Huaqui, que terminó con la victoria de las tropas realistas al mando del General Jose Manuel de Goyoneche, la tropa local desertó y se pasó al enemigo, alejando para siempre a los argentinos del Alto Perú. Castelli fue enjuiciado y obligado a bajar a Buenos Aires para ser juzgado por la derrota de Huaqui y por su conducta calificada de “impropia” para con la Iglesia católica y los poderosos del Alto Perú. Ningún testigo confirmó los cargos formulados por los enemigos de la revolución. 
En Buenos Aires Bernardo de Monteagudo fue un redactor brillante de La Gazeta que tenia dos ediciones: una a cargo de Vicente Pazos Silva, en la de los martes, y los viernes a cargo del revolucionario Bernardo de Monteagudo. Las palabras exaltadas de Monteagudo, con ideas morenistas, contrastarían con las ideas más moderadas de Pazos Silva, y el periódico se convertiría en una especie de foro de discusión y debate feroz después de la muerte de su fundador. La confrontación entre ambos terminó finalmente con la clausura de la Gazeta, en marzo de 1812.
Intervino en la fundación de la Sociedad Patriótica, de la cual llegó a ser presidente. compuesto de 40 miembros, con el fin que aparece en el articulo 8° que dice así: "El objeto de esta sociedad es discutir todas las cuestiones que tengan un influjo directo ó indirecto sobre el bien público, sea en materias políticas, económicas, ó científicas, sin otra restricción que la de no atacar las leyes fundamentales del país ó el honor de algún ciudadano." En el notable considerando de este [ pág. ]decreto asienta su redactor que la instrucción pública es la primera necesidad de las sociedades, y que el gobierno que no la fomenta comete un crimen que la mas distante posteridad tiene derecho á vengar, maldiciendo su memoria." En 1812 fundó el periódico Mártir o Libre. En el mismo año conoció a San Martín, que acababa de llegar de Europa, y lo acompañó en la revolución del 8 octubre de 1812. En 1813 fue miembro de la Asamblea como diputado por Mendoza. En 1815 fundó el periódico El Independiente, que defendía la política del general Carlos de Alvear. Cuando éste fue derribado, Monteagudo tuvo que expatriarse a Europa. Volvió, desde Burdeos, en 1817; pero fue obligado a retirarse a Mendoza. De esta ciudad pasó a Chile, 

Fue quien redactó al primer manuscrito del acta de independencia de chile. Junto a don Miguel Zañartu se disputaron este honor. El segundo lo alegó epistolarmente y el primero, el autor según la tradición oral, carecía de documentación probatoria pertinente.
Con fecha 28 de enero fue enviada el Acta a don Bernardo O'Higgins, quien permanecía en la ciudad de Talca. Debido a la urgencia de su proclamación, fue mandada imprimir en Santiago al mismo tiempo por Cruz, de acuerdo a las instrucciones del Director Supremo, indicando que debía ser fechada "en Concepción a primero del actual".
O'Higgins introdujo algunas modificaciones antes de firmarla que debían ser agregadas para que fuera impresa, pero no fue posible ya que había sido editada.
El desastre de Cancha Rayada le llevó a Mendoza y luego a San Luis, donde presenció la sublevación y muerte de los prisioneros españoles. Nuevamente en Chile fue con San Martín al Perú , en la expedición libertadora (1820). El Protector lo nombró ministro de Guerra y después de Relaciones Exteriores (1821-22). Su labor fue extraordinaria. Eliminó la esclavitud, abolió la mita, ceso al arzobispo Las Heras de Lima, prohibió el juego, creo la Escuela Normal y la Biblioteca Nacional. Persiguió, expropio de sus bienes y expulso del país a 4,000 españoles. En ese mismo año creo la logia Lautaro junto con San Martin.
Asimismo, emprendió una incansable labor propagandística en favor de la causa independentista. Todos los días publicaba proclamas, periódicos y noticias que alentaban la lucha contra los chapetones. Monteagudo manejo la opinión publica, era un experto en inventar psicosociales en favor de San Martin.
En el campo patriota se hizo de muchos enemigos. Entre otros, Faustino Sánchez Carrión, Jose de la Riva Agüero y Thomas Cochrane. 
Al mismo tiempo, sobresalió como escritor político y tuvo muchos envidiosos por su gran talento.
Aunque eran dos figuras antónimas, (Monteagudo carecía de la virtud estoica de San Martín) lazos de respeto y afectividad los unía, tanto que durante el Protectorado del Libertador en Perú, lo designaría Ministro de Guerra, Marina y Relaciones Exteriores cuando San Martín asumió como Protector del Perú, y luego de Gobierno y Relaciones Exteriores. De esa manera se convirtió en el hombre fuerte de la política sanmartiniana en el Perú. Se volvió muy impopular en Lima por su excesivo antihispanismo, su autoritarismo y sus ideas monárquicas, por eso El 25 julio de 1822, una sublevación lo obligó a renunciar y lo condenó al destierro mientras San Martín se hallaba en Guayaquil. 
Durante esos años recorrió Panamá, Guatemala y Ecuador, y se pudo en contacto con Simón Bolívar. Ambos políticos se encuentran en la ciudad ecuatoriana de Ibarra en 1823. Una simpatía personal mutua y un acuerdo programático lo llevaron a Monteagudo a incorporarse al Ejército Libertador con el grado de Coronel. En 1824 entró en Lima y unos meses después participó de la batalla de Ayacucho, donde se selló la definitiva victoria de los americanos.
Los últimos tiempos de su vida los pasó elaborando el plan de unificación de las repúblicas latinoamericanas en una sola gran Confederación. Por esa razón publicó “Ensayo sobre la necesidad de una federación general entre los estados hispano-americanos y plan de su organización”.., tal vez su libro más importante. Este texto se materializa en los acuerdos alcanzados en el Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826 y como regresan con las actualizaciones del presente en UNASUR con la ventaja de que este ya no se limita solo a Hispanoamérica, sino que incluye a otros países como Brasil, Guyana y Surinán, países de origen no hispano. De allí, Bolívar tomó algunas herramientas para llevar adelante su sueño en el Congreso Anfictiónico de Panamá. Pero Monteagudo ya no estaba porque su impopularidad no había disminuido y el 28 de enero de 1825, en la plazoleta de Micheo, fue asesinado de una puñalada que le traspasó el corazón. Tenía apenas 35 años. Nadie pudo quitarle su admirable pasión revolucionaria la cual se llevo a su tumba.
Su asesino confeso, el negro Candelario Espinosa y su cómplice, sambo Ramón Moreira, fueron detenidos de inmediato.
Asesinato de Monteagudo
Es sabido que el prócer tucumano Bernardo Monteagudo fue asesinado en Lima, en la noche del 28 de enero de 1825, cuando salía de visitar a su amiga Juanita Salguero. 
Se dijo que esa muerte tuvo carácter político. Tal versión ha sido auspiciada por el relato de Ricardo Palma, quien vinculó el asesinato de Monteagudo a una "logia republicana" (masones) a la que inevitablemente vendría a estar asociado el ministro peruano Sanchez Carrion, quien se reveló enérgico y hasta implacable con Monteagudo y elogiaba con júbilo la llamada "excomunión civil" de Monteagudo finalmente decretada por el Primer Congreso Constituyente del Peru de 1822; y también por el testimonio del general colombiano Tomás C. de Mosquera, muchos años después. El asesino pudo identificarse porque, como usó un cuchillo nuevo, dio lugar a que se llamara a todos los barberos de la ciudad de Lima. Uno de ellos declaró haber afilado el de un negro que parecía cargador o aguador; presentes los de estos oficios, fue identificado Candelario Espinosa, quien llegó a confesar el delito y relacionar con él a personas de la alta sociedad de Lima.

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