domingo, 31 de julio de 2011

BREVE HISTORIA DE LA LITERATURA ARGENTINA

La literatura de habla hispana en el territorio argentino, se inicia con la conquista y colonización española.
Los conquistadores traían consigo cronistas que redactaban y describían todos los acontecimientos importantes, aunque con ojos españoles y para un público lector español.
Siendo Santiago del Estero la primera ciudad de la Argentina, varios cronistas de esta población pueden ser considerados como los iniciadores de la crónica literaria y poesía argentina. Entre ellos destacan Luis Pardo, quien fuese alabado como poeta por Lope de Vega. También Matheo Rojas de Oquendo y Bernal Díaz del Castillo.
El primer cronista del Río de La Plata fue Ulrico Schmidl, con su obra "Derrotero y viaje a España y a las Indias", una obra muy discutida por las diferencias entre traducciones[1]
La Universidad de Córdoba, fundada en 1613, se convirtió rápidamente en un centro de cultura.
A medida que la población criolla crecía y la educación de ésta se fortalecía, surgían los primeros destellos -aunque en forma embrionaria- de una literatura local en forma de cartas, epístolas y otros tipos de composiciones.
Durante la segunda mitad del siglo XVIII, aunque las autoridades españolas se empeñaban en restringir las noticias que llegaban de Europa a América, al puerto de Buenos Aires arribaban, subrepticiamente ocultos en los barcos, todo tipo de libros. La Revolución acabó con las restricciones, y cuando en 1812 se inauguró la primera biblioteca pública de Buenos Aires, promovida por Mariano Moreno, en apenas un mes los habitantes de Buenos Aires donaron más de 2000 libros.
Las tensiones con la literatura francesa produjeron los fenómenos del criollismo, o literatura gauchesca y la reivindicación de la literatura española. Hispanistas y gauchescos no formaron escuelas definidas ni coincidieron siempre en el tiempo; fueron más bien manifestaciones que tácitamente rechazaban la influencia francesa. Mientras los primeros apenas dejaron huellas en cuanto a cantidad y calidad de obras, a los segundos se los considera fundadores de la literatura argentina moderna.
Sin embargo, el primer relato que merece para muchos críticos el nombre de «fundacional», fue escrito antes de mediados del siglo XIX por Esteban Echeverría (1805-1851), escritor y político liberal, de tendencia romántica perteneciente a la denominada Generación del 37.
Su cuento El matadero, que describe una escena brutal de tortura y asesinato en los mataderos de ganado de Buenos Aires, es de un estilo realista infrecuente en la época.
Echeverría escribió también el poema La cautiva, de ambiente rural, pero de estilo culto y complejas resoluciones metafóricas y sintácticas.


La literatura gauchesca comienza con la obra del oriental Bartolomé Hidalgo. Sus Cielitos, que hablan de la peripecia patriótica, van deviniendo después en poemas en los cuales se incorporan las primeras denuncias que luego continuarán la voz de Los Tres Gauchos Orientales y más tarde la voz de Martín Fierro de José Hernández.
Posteriormente ocurre la publicación de Fausto, de Estanislao del Campo (1866), sátira en verso en la que un gaucho relata con su propio lenguaje una representación del Fausto de Charles Gounod en la ópera de Buenos Aires, el Teatro Colón.

El salón literario

Marcos Sastre, un librero de la ciudad de Buenos Aires, ofreció en 1837 un salón de su "Librería Argentina" para oficiar de salón literario y que se efectuaran allí las reuniones de los grupos de lecturas y discusión de los intelectuales. La primera sesión inaugural fue en junio de 1837. Los conceptos básicos que cohesionaron al grupo, sentados en los discursos inaugurales de Juan Bautista Alberdi, Marcos Sastre, Juan María Gutiérrez, fueron:
  • Necesidad de reflexionar sobre los acontecimientos políticos del pasado para poder actuar sobre el presente. Como manifestara Echeverría en un discurso frente al Código: "Señores, si hemos de hacer algo por nuestra patria, es preciso que nuestras ideas nazcan del conocimiento de la vida anterior y presente de nuestra sociedad."
  • Retorno a los ideales de la Revolución de Mayo, de la que se consideraban hijos y sucesores.
  • Creación de una literatura nacional, unida al medio geográfico y social, que atendiera "al fondo más que a la forma del pensamiento, a la idea más que al estilo, a la belleza útil más que a la belleza en sí" (Alberdi); que "armonice con la virgen y grandiosa naturaleza americana" (Echeverría). Los modelos literarios serán los ofrecidos por el romanticismo europeo, pero con una fuerte impronta de carácter criollista.
  • Propuesta de un divorcio con respecto a los modelos literarios españoles y a la tutela académica.
  • Defensa de la libertad en el empleo de la lengua, aceptan las variantes regionales del español americano.
 La literatura gauchesca

La literatura gauchesca es un subgénero propio de la literatura latinoamericana que intenta recrear el lenguaje del gaucho y contar su manera de vivir. Se caracteriza principalmente por tener al gaucho como personaje principal, y transcurrir las acciones en espacios abiertos y no urbanizados (como la Pampa argentina). Es importante destacar que, más allá de que este género tiene como eje principal al gaucho, generalmente es usado por escritores de alto nivel socioeconómico. Esta literatura presenta descripciones de la vida campesina y sus costumbres, así como de los personajes sociales de ese entonces: indios, mestizos, negros y gringos, entre otros. Suele haber una exaltación de lo folclórico y cultural, y se emplea como protesta y para realizar una crítica social. En la forma y el lenguaje, se distingue por el empleo abundante de metáforas, neologismos, arcaísmos y términos aborigenes. Suele haber poco uso de sinónimos, y predomina el monólogo sobre el diálogo.

Martín Fierro

Martín Fierro es un poema narrativo de José Hernández, obra literaria considerada ejemplar del género gauchesco en Argentina y Uruguay. Se publicó en 1872 con el título El Gaucho Martín Fierro, y su continuación, La vuelta de Martín Fierro, apareció en 1879.

Narra el carácter independiente, heroico y sacrificado del gaucho. El poema es, en parte, una protesta en contra de las tendencias europeas y modernas del presidente argentino Domingo Faustino Sarmiento.
Leopoldo Lugones, en su obra literaria El payador calificó a este poema como "el libro nacional de los argentinos" y reconoció al gaucho su calidad de genuino representante del país, emblema de la argentinidad. Para Ricardo Rojas representaba el clásico argentino por antonomasia. El gaucho dejaba de ser un hombre "fuera de la ley" para convertirse en héroe nacional. Leopoldo Marechal, en un ensayo titulado Simbolismos del "Martín Fierro" le buscó una clave alegórica. José María Rosa vio en el "Martín Fierro" una interpretación de la historia argentina.
Este libro ha aparecido literalmente en cientos de ediciones y fue traducido a más de 70 idiomas. La última fue al Quichua, tras nueve años de trabajo, por Don Sixto Palavecino y Gabriel Conti.
La obra narra las desventuras de un gaucho, reclutado a la fuerza para la guerra contra el indio, quien a su regreso mata a un hombre en duelo, huye y se exilia entre los salvajes.
Vuelto a la civilización, pronuncia una serie de máximas a sus hijos y reflexiones sobre las penurias de sus paisanos, los gauchos, parias de la pampa.

Domingo F. Sarmiento, Facundo

En 1845, Domingo Faustino Sarmiento, escritor y político que llegaría a la Presidencia de la Nación, había publicado Facundo, sobre el caudillo provincial Facundo Quiroga, a quien describe agudamente, pero a la vez pinta como símbolo y representación de la barbarie, a la que Sarmiento oponía el progreso y la civilización. Para la crítica del siglo XX, Facundo es también un libro inaugural de la literatura argentina.
En cuanto a la producción literaria de mujeres, destacan en el siglo XIX autoras como Juana Manuela Gorriti, Eduarda Mansilla, Rosa Guerra y Juana Manso, que por un lado también discuten a su manera el problema nacional, por ejemplo con el motivo de la Cautiva o el tema gauchesco, por otro lado se insertan en la incipiente discusión feminista de la época, con problemas como la educación de la mujer.

Siglo XX

Normalizada la vida política después de las guerras interiores, y con el gobierno en manos de liberales, el país entra con gran pujanza en el nuevo siglo y la literatura se hace cosmopolita. El poeta, narrador y ensayista Leopoldo Lugones es la figura que representa este puente entre dos épocas. Influido por la poesía del nicaragüense Rubén Darío, escribió poemarios de elaborada retórica, cuentos y combativos ensayos. De su anarquismo inicial derivó hacia el nacionalismo autoritario, apoyó el primer golpe de Estado en el país (1930) y se suicidó en una posada en el delta del río Paraná.
A la poesía suntuosa de Lugones, sigue la «sencillista», de poetas como Baldomero Fernández Moreno y Evaristo Carriego. También a principios de este siglo es cuando Gustavo Martínez Zuviría (Hugo Wast) da comienzo a su gran producción de artículos y novelas varias de las cuales fueron llevadas al cine. Se destacan entre ellas Flor de Durazno (1911) en la que hace su debut en el cine Carlos Gardel y Valle Negro (1918) novela elogiada por Miguel de Unamuno.
Ricardo Güiraldes publica su Don Segundo Sombra, novela rural que a diferencia de Martín Fierro no reivindica socialmente al gaucho, sino que lo evoca como personaje legendario, en un tono elegíaco.
En la provincia de Entre Ríos, a la orilla del río Paraná, el poeta Juan L. Ortiz inicia una obra solitaria, de intensa relación con el paisaje fluvial, pero también con sus humildes habitantes.
En la década del cuarenta aparece una nueva vanguardia de la mano de Juan-Jacobo Bajarlía junto a Gyula Kosice, Edgar Bayley, Carmelo Arden Quin y Tomás Maldonado entre otros. Al mismo tiempo, se afirma la figura de Borges, a la vez que es cuestionada por su presunto «cosmopolitismo». Ernesto Sabato publica su primera novela, El túnel, elogiada y premiada en Europa. Leopoldo Marechal publica varios libros de poesía y su Adán Buenosayres (1948).
Publican poetas como Olga Orozco y Enrique Molina y la poeta Celia Gourinski, influidos por el surrealismo europeo; Alberto Girri, admirador de la poesía anglosajona y Edgar Bayley, cofundador del «concretismo», de mayor gravitación en las artes plásticas que en la literatura.

Julio Cortázar edita sus primeros cuentos en los años 1950, el primero de ellos por gestión de Borges, y se autoexilia en París.
En esa década y la siguiente, la vanguardia poética se reagrupa en la revista Poesía Buenos Aires, dirigida por Raúl Gustavo Aguirre.
El poeta Juan Gelman aparece como la figura más destacada de una poesía de tono coloquial, políticamente comprometida, que incluye a Juana Bignozzi y Horacio Salas, mientras Fernando Demaría se destaca por su lirismo íntimamente ligado a la tierra y al paisaje.
Destacan también, en poesía, Rafael Squirru, Fernando Guibert, Joaquín Giannuzzi, Leónidas Lamborghini,Emeterio Cerro, Juan-Jacobo Bajarlía, Alejandra Pizarnik, Abelardo Castillo, Liliana Heker, Vicente Battista, Beatriz Guido, Bernardo Kordon, Juan José Manauta, Rodolfo Walsh, Adolfo Bioy Casares, de muy distintas ideas estéticas, que recorren una gama de estilos que va desde lo social hasta lo existencial y lo fantástico. Sobresale en el interior argentino, Juan Bautista Zalazar, poeta y cuentista nacido en La Rioja y afincado en Catamarca.
Muchos de estos autores habían comenzado su actividad en los años anteriores a la dictadura; otros aparecen en los ochenta y noventa para reanudar la discusión literaria. El tono paródico en algunos de ellos, la ironía, la fantasía, el realismo y la épica, la gravedad o la liviandad, el minimalismo y la lírica intimista y feminista indican las tendencias y tensiones del momento histórico.

La polémica Florida-Boedo

En los años veinte, surge la polémica Florida-Boedo, entre lo que se conocería como el Grupo Florida y Grupo Boedo. Ambos grupos aglutinan a la vanguardia. El Grupo Florida tiene entre sus miembros sobre todo a personajes de la élite económica, mientras que el Grupo Boedo se proclama como antivanguardista, más ligados a los problemas sociales y económicos de las clases trabajadoras, influidos por el modelo realista de la literatura rusa, entre los que se destaca Roberto Arlt, aunque nunca se proclamó como perteneciente al Grupo Boedo. La polémica Florida-Boedo no es solamente de carácter económico, sino que refleja modos diferentes de concebir la literatura y la escritura; esto incluye las temáticas tratadas, el lenguaje utilizado, la función social que cada grupo le asigna a la literatura y los modelos literarios a seguir.
La hoja de divulgación del Grupo Florida se llamaría, significativamente, Martín Fierro, para algunos, un gesto snob, para otros, la expresión del matiz criollista que quería subrayar el movimiento innovador. En ese periódico escribe Jorge Luis Borges, quien con el tiempo sería el más conocido fuera de las fronteras del país, y otros poetas clave, como Raúl González Tuñón y Oliverio Girondo (estos últimos, pertenecientes al Grupo Boedo).
El boom latinoamericano

El Boom latinoamericano fue un movimiento literario que surgió entre los años 1960 y 1970, cuando el trabajo de un grupo de novelistas latinoamericanos relativamente joven fue ampliamente distribuido en Europa y en todo el mundo. El boom está más relacionado con los autores Gabriel García Márquez de Colombia, Julio Cortázar de Argentina, Carlos Fuentes de México y Mario Vargas Llosa del Perú. Por el movimiento de América Latina de la Vanguardia, estos escritores desafiaron las convenciones establecidas de la literatura latinoamericana. Su trabajo es experimental y, debido al clima político de la América Latina de la década de 1960, también muy política. El crítico Gerald Martin escribe: "No es una exageración para afirmar que si el continente del Sur fue conocido por dos cosas por encima de todos los demás en la década de 1960, éstas fueron, en primer lugar, la Revolución Cubana y su impacto tanto en América Latina y el Tercer Mundo en general, y en segundo lugar, el auge de la literatura latinoamericana, cuyo ascenso y caída coincidió con el auge y caída de las percepciones Liberales de Cuba entre 1959 y 1971".

Centro Editor de América Latina

En la década de 1960 aparecerá el Centro Editor de América Latina. Esta editorial se convertirá en el centro intelectual de muchos de los principales escritores y críticos literarios de Argentina, abarcando a la generación de intelectuales provenientes de 1950 hasta 1980. Jaime Rest, Beatriz Sarlo, Nicolás Rosa, David Viñas, entre muchos otros, desfilarán por el Centro Editorial dirigiendo colecciones o bien contribuyendo como escritores de fascículos. Esta editorial será clave en la difusión de la literatura argentina con su colección Capítulo. Historia de la literatura argentina, una edición fascicular semanal que entregará un fascículo crítico junto con un libro de literatura argentina. De esta forma, los críticos literarios argentinos más destacados darán sus primeros pasos como prologistas y anotadores de obras literarias argentinas destacadas. El Centro Editor de América Latina no sólo permitió el desarrollo intelectual de muchas generaciones jóvenes que se iniciaban en la carrera académica, sino que además fue clave para difundir la literatura argentina a los lugares más recónditos del país, alternando entre clásicos como el Martín Fierro de José Hernández y obras un poco menos tradicionales como La musa y el gato escaldado de Nicolás Olivari.

Escritores del interior

La literatura argentina se caracteriza por ser poco federal, siendo Buenos Aires (y más específicamente, Capital Federal) la gran meca cultural y literaria, en detrimento de la literatura que proviene de las provincias. Algunos escritores de las provincias son: Velmiro Ayala Gauna, Manuel Castilla, Luis Franco, Julio Ardiles Gray.

Revistas literarias

En Argentina, las revistas literarias fueron cruciales en la difusión de nuevos escritores, intelectuales y académicos, además de ser un punto de encuentro para el intercambio de las diferentes perspectivas sobre la literatura y los posicionamientos políticos en relación a los modelos literarios.

ORIGENES DEL TANGO

Dicen que la palabra tango es anterior al baile y que por el año 1803 figuraba en el diccionario de la Real Academia Española como una variante del tángano, un hueso o piedra que se utilizaba para el juego de ese nombre. Pero ya en 1889 la institución normativa de la lengua incluía una segunda acepción del tango como "fiesta y baile de negros y de gente de pueblo en América". Sin embargo, debieron pasar casi 100 años para que el diccionario definiera al tango como "baile argentino de pareja enlazada, forma musical binaria y compás de dos por cuatro, difundido internacionalmente".
Otros estudiosos de la música ciudadana argumentan que el vocablo es propio de las lenguas africanas que llegaron con los esclavos al Río de la Plata y cuyo significado sería "lugar cerrado".
Es muy probable que tango sea una voz de origen portugués introducida en el nuevo continente a través del dialecto criollo afro-portugués. Al comparar tango y tambo, Blas Matamoro afirma que ambas son onomatopeyas del tam-tam o candombe utilizado en los bailes negros. Más aún, en dialecto bozal la expresión era "tocá tango" o "tocá tambó" (toca el tambor) para iniciar el baile. El lugar de reunión de los esclavos, tanto en África como en América, era llamado tango.
Y así nombró Buenos Aires a las casas de los suburbios donde, a comienzos del siglo XIX, los negros se encontraban para bailar y olvidar temporalmente su condición.

De fecha imprecisa y origen aún más incierto, hay teorías que remiten a sus raíces negras y otras que aseguran su origen inmigratorio. Lo cierto es que a mediados del 1800, los conocidos conventillos de la pujante ciudad de Buenos Aires se llenaban de paisanos del interior, "gringos" recién bajados del barco y varios porteños de pocos recursos que, quizás para diferenciarse o para generar arraigo, marcaron con impulso propio las nuevas expresiones populares.
Mezcla de códigos cerrados y con lenguaje particular, el tango germinaba en las casas de baile, orillaba el Riachuelo, los boliches de carreros y cuarteadores, los conventillos del barrio sur. Por esos años, muchos de los inmigrantes venían solos y las pocas mujeres que venían se encontraban en las academias o en las casas de citas.
La Buenos Aires de los '80 poco a poco se descubría en las academias y en los teatros. En las comedias, zarzuelas y otras obras, los actores empezaron a cantar y bailar tango.
Las academias, también llamadas peringundines, funcionaban sólo bajo autorización en los suburbios o barrios alejados del centro y, si bien en principio eran sólo para hombres, después incorporaron mujeres contratadas para bailar.
Los guapos, compadritos y malevos se encontraban en el Café Sabatino, el Almacén de la Milonga y el Viejo Bailetín del Palomar. En los boliches de la calle Necochea de La Boca, empezaba a escucharse esta música alegre, juvenil y pícara que, bajo el ritmo del dos por cuatro, ejecutaban Rosendo Mendizábal, Eduardo Arolas, Angel Villoldo y otros autodidactas que componían sin conocer las partituras.
El tango dejaba de ser exclusivo del arrabal para internarse poco a poco en el centro de la ciudad. Los organitos callejeros lo difundían por los barrios donde era común ver parejas de hombres bailando en las calles.
Esencialmente porteño, muchos escritores consideran que el tango de finales del '80 combinaba varios estilos de música. En él estaría involucrada la coreografía de la milonga, el ritmo del candombe y la línea melódica, emotiva y sentimental de la habanera. Pero también recibió influencia del tango andaluz, del chotis y del cuplé, a los que se agregan las payadas puebleras y las milongas criollas.
Se cree que el primer compositor de tango fue Juan Pérez, autor del tango Dame la Lata. Sin embargo, es muy probable que hayan existido otros autores y canciones anteriores. Además de la obra de Pérez, las primeras composiciones fueron El Tero y Andate a la Recoleta.
Si bien sus orígenes todavía polemizan las mesas de café de los tangueros, no se discute el prestigio y reconocimiento que adquirió internacionalmente.
Como toda auténtica expresión artística, el tango desentraña nuestra inextricable condición humana, revelando el espíritu porteño. Quizás debido a esta verdad, vive en los barrios de Buenos Aires y en las academias de Japón, en las calles de París y en los centros culturales neoyorquinos.

Historia del Folclore Argentino

La historia del folclore argentino lleva arraigada la influencia de los misioneros que llegaron a América en la época de la cristianización de los pueblos indígenas y la influencia de los esclavos llegados del África, con sus sonidos autóctonos. A eso hay que sumarle también, otros movimientos migratorios posteriores, que también traían consigo su cultura, costumbre y tradiciones.
Esta mezcla de ritmos, fue abriéndose paso por todo el territorio argentino, y de sus mezclas derivaban estilos musicales que se arraigaban en cada región como la expresión característica de ese ámbito.
Durante el siglo pasado, distintos intérpretes de cada región fueron moldeando los diferentes estilos que se convertirían en los más populares de nuestra música popular. Esto, en cierta parte, no fue muy positivo. Porque también quedaron en el olvido otros estilos y danzas, que algunos hoy luchan por reflotar.
Haciendo una recorrida apresurada en la historia del folclore argentino, nuestra música comienza a nacer, como ya dijimos, con la influencia de los misioneros. Esto ocurría en el siglo XVI, cuando Juan Gabriel Lezcano (Nuño Gabriel) llega a Buenos Aires junto a don Pedro de Mendoza, y reúne a los indígenas del lugar y comienza a enseñarles nuevos cantos, con los cuales intentaría "civilizarlos". Pero la primera provincia en recibir el aporte cultural hispano sería Tucumán, donde los indígenas de la zona recibirían de los misioneros llegados al lugar la influencia de su música.
Ya en el siglo XVII, la música, la danza y el canto alcanzarían un progreso más que interesante, varias provincias del territorio nacional comenzarían a organizar reuniones donde predominan todas estas formas de expresión artística. A esto hay que sumarle la cantidad de instrumentos que ya en esa época existían.
En el siglo XVIII se intensifica el aporte europeo a través de calificados músicos que llegan a estas tierras, con nuevos instrumentos, partituras y libros de música. Pero en este siglo también comienza a haber una influencia, pequeña, pero importante, de los esclavos, que con su música traída del África, darán un aporte importante a la música popular.
El siglo XIX es el momento cúlmine de nuestra música popular. Más allá de la creación del Himno Nacional y del Teatro Colón, comienzan a surgir las primeras orquestas y coros que difundirán por todo el territorio nacional lo que será nuestra música folclórica.
Con la llegada del siglo XX, comienzan a surgir grupos representativos de cada región de nuestro país, interpretando nuestra música popular, a través de las chacareras, zambas, vidalas, huaynos, gatos, cuecas y otros ritmos, que serán los preponderantes en el folclore nacional.
En la década de 1940, el folclore comenzó a difundirse en las grandes ciudades y, en los años 60, alcanzó una de sus máximas expresiones: el Festival de Cosquín, el más importante y representativo festival de nuestra música popular, estrenado en 1961. El aporte de este encuentro no ha sido sólo musical, sino también social y político. Entonces se conjugaron conjuntos populares, como Los Chalchaleros o Los Fronterizos, interprétes notables como Atahualpa Yupanqui o Eduardo Falú, músicos como Gustavo "Cuchi" Leguizamón y poetas como Jaime Dávalos o Hamlet Lima Quintana.
Los inicios de Los Chalchaleros, quizás el grupo más exitoso del folclore argentino, se remontan a 1948, cuando dieron su primera presentación en vivo en su Salta natal. Con el tiempo convertirían su nombre en una leyenda, siendo los responsables de crear varias de las zambas más bellas que nuestra música dio. Tras sufrir varios cambios en su formación, aún se mantienen en actividad concluyendo con su gira despedida por todo el país.
Otro grande de nuestra música fue el santiagueño don Andrés Chazarreta. Quizás el más antiguo de todos. Su composición más importante, que lo llevaría a dedicarse de lleno al folclore, es la Zamba de Vargas, compuesta en 1906. A partir de entonces, recorrería todo el país con su Conjunto de Arte Nativo, el cual representaba sobre el escenario las diferentes danzas de nuestro país.
Otra agrupación exitosa han sido Los Hermanos Ábalos, quienes dieron sus primeros pasos como profesionales en 1939, y fueron los primeros en incorporar el piano al folclore.
Los Fronterizos se formaron en 1953 y pronto se convirtieron en un
éxito mundial. Junto a Ariel Ramírez y al célebre charanguista Jaime Torres hicieron conocer el folklore Argentino en Europa con la Misa Criolla.
En su formación se realizaron numerosos cambios por motivos diversos. Sus actuales integrantes son exponentes del repertorio tradicional, y aunque ya no están las voces del pasado, su sonido respeta el del conjunto primitivo. Los Fronterizos saltaron a la fama en el Festival de Cosquín del verano de 1964, gracias al éxito de su canción "Puente Pesoa".
También en 1953 se forma el cuarteto Los Cantores de Quilla Huasi, que adquieren rápidamente gran renombre y como los anteriores llevan su arte a los escenarios del mundo. Con lógicos cambios en su formación llegan a nuestros días manteniendo la identidad del conjunto original.
Los Cantores del Alba hicieron su primera presentación en 1957 y desde siempre los acompañó el éxito, tanto en su tierra como en el exterior, llevando su canto en reiteradas giras a escenarios de Europa, Estados Unidos y Centroamérica.
En los 60 se registró una venta masiva de discos de folclore y aparecieron numerosas publicaciones sobre este género musical, como por ejemplo la revista "Cantando". El folclore se había convertido en un fenómeno comercial, y surgieron una gran cantidad de músicos que, en su mayoría, y, a pesar de los años, siguen manteniendo un contacto activo con la música de nuestra tierra. Entre ellos podemos nombrar a Horacio Guarany, un referente, una leyenda popular, que sedujo al público con su voz de protesta y denuncia social, como aún hoy lo sigue haciendo. Y siguiendo con la misma tesitura de compromiso político, hay que nombrar a José Larralde, exponente de un estilo "campero", especialmente en el ámbito de la milonga y los aires pampeanos.
Como uno de los máximos exponentes del folclore nacional es deber nombrar a Atahualpa Yupanqui. Perseguido y exiliado a la fuerza, por la persecución a la que lo sometieron las diferentes dictaduras de nuestro país, don Ata, a partir de su música, pero por sobre todas las cosas, de la poesía, se convirtió en un estandarte de generaciones pasadas y actuales, que aún lo recuerdan y lo toman como bandera que simboliza la lucha y la libertad.
Ariel Ramírez, creador en 1964 de una de las obras más importantes del folclore nacional e internacional, La Misa Criolla.
Estrenada en Alemania, esta obra tuvo una trascendencia mayor en esos momentos, siendo reconocida y presentada en todo el mundo. Quienes ayudaron a grabarla fueron, Félix Luna, en textos, y Los Fronterizos y Jaime Torres, en la música.
La música folclórica canalizó una sensibilidad popular y nacionalista, de múltiples vertientes estéticas, políticas e ideológicas, características de las décadas de 1960 y 1970.
La tucumana Mercedes Sosa, fiel representante de nuestra tierra y, sobre todo en el extranjero, donde es sumamente aclamada y premiada, posee una voz prodigiosa y ha compartido escenario con grandes del rock nacional como Charly García y Fito Páez.Sin embargo, las décadas posteriores no fueron tan fructíferas.
Eduardo Falú es uno de los más grandes intérpretes folklóricos de la guitarra.Su virtuosismo fue aplaudido en Argentina y en muchas partes del mundo.
Habiendo hecho una selección de los artistas más representativos de la historia del folclore argentino, hemos nombrado a aquellos que se convirtieron en un referente para las formaciones venideras, por su estilo y porque su canto representó a nuestra tierra (y en algunos casos lo siguen haciendo) en distintos lugares del mundo. Estos músicos abrieron una puerta a las generaciones posteriores, y formaron e influenciaron a otros grandes músicos actuales.

DECLARACIÓN DE PRINCIPIOS

El centro de estudios y difusión tendrá a su cargo investigar, estudiar, proponer y divulgar las actividades culturales vinculándolas al desarrollo social, mediante la protección y difusión del patrimonio cultural tangible e intangible de  la cultura popular argentina.

Existen actualmente diversos acercamientos al estudio de las artes en particular y al estudio de la cultura en la cual se involucran las diversas áreas que conforman los campos de las artes y la cultura, al nivel de institutos, centros culturales, academias, fundaciones, universidades, etc.

Se hace necesario destacar que debe reafirmarse la formación intelectual y moral del pueblo para que vaya construyendo su propia identidad cultural que involucre a la vez, lo nacional. 

Está claro entonces, que no puede existir arte y cultura sin poseer un compromiso social porque todos los seres humanos somos parte de una sociedad y,  en última instancia, somos fragmentos de un gran equilibrio, biológico y cultural donde arte y cultura son parte inescindible de esa totalidad si aplicamos una visión holística en nuestros análisis e interpretación.

Lo que sí debe estar claro es que la teoría que interpreta a  la cultura y a las artes, debe ser elaborada por intelectuales comprometidos, sinceros en sus análisis para no tergiversar la realidad que vivimos aunque no estén de acuerdo con la política que se desenvuelve en el período que escriben.

Debemos concluir afirmando que la cultura es organización mental, es disciplina, es creación que está inserta en el yo interior y que conforma parte de nuestra personalidad y sólo a través de ella es que se conquista una conciencia superior con la cual se llega a comprender el verdadero valor de la historia que cada pueblo tiene y que uno, de forma personal posee. Si se nos borra la historia, no tendremos asidero.