domingo, 31 de julio de 2011

BREVE HISTORIA DE LA LITERATURA ARGENTINA

La literatura de habla hispana en el territorio argentino, se inicia con la conquista y colonización española.
Los conquistadores traían consigo cronistas que redactaban y describían todos los acontecimientos importantes, aunque con ojos españoles y para un público lector español.
Siendo Santiago del Estero la primera ciudad de la Argentina, varios cronistas de esta población pueden ser considerados como los iniciadores de la crónica literaria y poesía argentina. Entre ellos destacan Luis Pardo, quien fuese alabado como poeta por Lope de Vega. También Matheo Rojas de Oquendo y Bernal Díaz del Castillo.
El primer cronista del Río de La Plata fue Ulrico Schmidl, con su obra "Derrotero y viaje a España y a las Indias", una obra muy discutida por las diferencias entre traducciones[1]
La Universidad de Córdoba, fundada en 1613, se convirtió rápidamente en un centro de cultura.
A medida que la población criolla crecía y la educación de ésta se fortalecía, surgían los primeros destellos -aunque en forma embrionaria- de una literatura local en forma de cartas, epístolas y otros tipos de composiciones.
Durante la segunda mitad del siglo XVIII, aunque las autoridades españolas se empeñaban en restringir las noticias que llegaban de Europa a América, al puerto de Buenos Aires arribaban, subrepticiamente ocultos en los barcos, todo tipo de libros. La Revolución acabó con las restricciones, y cuando en 1812 se inauguró la primera biblioteca pública de Buenos Aires, promovida por Mariano Moreno, en apenas un mes los habitantes de Buenos Aires donaron más de 2000 libros.
Las tensiones con la literatura francesa produjeron los fenómenos del criollismo, o literatura gauchesca y la reivindicación de la literatura española. Hispanistas y gauchescos no formaron escuelas definidas ni coincidieron siempre en el tiempo; fueron más bien manifestaciones que tácitamente rechazaban la influencia francesa. Mientras los primeros apenas dejaron huellas en cuanto a cantidad y calidad de obras, a los segundos se los considera fundadores de la literatura argentina moderna.
Sin embargo, el primer relato que merece para muchos críticos el nombre de «fundacional», fue escrito antes de mediados del siglo XIX por Esteban Echeverría (1805-1851), escritor y político liberal, de tendencia romántica perteneciente a la denominada Generación del 37.
Su cuento El matadero, que describe una escena brutal de tortura y asesinato en los mataderos de ganado de Buenos Aires, es de un estilo realista infrecuente en la época.
Echeverría escribió también el poema La cautiva, de ambiente rural, pero de estilo culto y complejas resoluciones metafóricas y sintácticas.


La literatura gauchesca comienza con la obra del oriental Bartolomé Hidalgo. Sus Cielitos, que hablan de la peripecia patriótica, van deviniendo después en poemas en los cuales se incorporan las primeras denuncias que luego continuarán la voz de Los Tres Gauchos Orientales y más tarde la voz de Martín Fierro de José Hernández.
Posteriormente ocurre la publicación de Fausto, de Estanislao del Campo (1866), sátira en verso en la que un gaucho relata con su propio lenguaje una representación del Fausto de Charles Gounod en la ópera de Buenos Aires, el Teatro Colón.

El salón literario

Marcos Sastre, un librero de la ciudad de Buenos Aires, ofreció en 1837 un salón de su "Librería Argentina" para oficiar de salón literario y que se efectuaran allí las reuniones de los grupos de lecturas y discusión de los intelectuales. La primera sesión inaugural fue en junio de 1837. Los conceptos básicos que cohesionaron al grupo, sentados en los discursos inaugurales de Juan Bautista Alberdi, Marcos Sastre, Juan María Gutiérrez, fueron:
  • Necesidad de reflexionar sobre los acontecimientos políticos del pasado para poder actuar sobre el presente. Como manifestara Echeverría en un discurso frente al Código: "Señores, si hemos de hacer algo por nuestra patria, es preciso que nuestras ideas nazcan del conocimiento de la vida anterior y presente de nuestra sociedad."
  • Retorno a los ideales de la Revolución de Mayo, de la que se consideraban hijos y sucesores.
  • Creación de una literatura nacional, unida al medio geográfico y social, que atendiera "al fondo más que a la forma del pensamiento, a la idea más que al estilo, a la belleza útil más que a la belleza en sí" (Alberdi); que "armonice con la virgen y grandiosa naturaleza americana" (Echeverría). Los modelos literarios serán los ofrecidos por el romanticismo europeo, pero con una fuerte impronta de carácter criollista.
  • Propuesta de un divorcio con respecto a los modelos literarios españoles y a la tutela académica.
  • Defensa de la libertad en el empleo de la lengua, aceptan las variantes regionales del español americano.
 La literatura gauchesca

La literatura gauchesca es un subgénero propio de la literatura latinoamericana que intenta recrear el lenguaje del gaucho y contar su manera de vivir. Se caracteriza principalmente por tener al gaucho como personaje principal, y transcurrir las acciones en espacios abiertos y no urbanizados (como la Pampa argentina). Es importante destacar que, más allá de que este género tiene como eje principal al gaucho, generalmente es usado por escritores de alto nivel socioeconómico. Esta literatura presenta descripciones de la vida campesina y sus costumbres, así como de los personajes sociales de ese entonces: indios, mestizos, negros y gringos, entre otros. Suele haber una exaltación de lo folclórico y cultural, y se emplea como protesta y para realizar una crítica social. En la forma y el lenguaje, se distingue por el empleo abundante de metáforas, neologismos, arcaísmos y términos aborigenes. Suele haber poco uso de sinónimos, y predomina el monólogo sobre el diálogo.

Martín Fierro

Martín Fierro es un poema narrativo de José Hernández, obra literaria considerada ejemplar del género gauchesco en Argentina y Uruguay. Se publicó en 1872 con el título El Gaucho Martín Fierro, y su continuación, La vuelta de Martín Fierro, apareció en 1879.

Narra el carácter independiente, heroico y sacrificado del gaucho. El poema es, en parte, una protesta en contra de las tendencias europeas y modernas del presidente argentino Domingo Faustino Sarmiento.
Leopoldo Lugones, en su obra literaria El payador calificó a este poema como "el libro nacional de los argentinos" y reconoció al gaucho su calidad de genuino representante del país, emblema de la argentinidad. Para Ricardo Rojas representaba el clásico argentino por antonomasia. El gaucho dejaba de ser un hombre "fuera de la ley" para convertirse en héroe nacional. Leopoldo Marechal, en un ensayo titulado Simbolismos del "Martín Fierro" le buscó una clave alegórica. José María Rosa vio en el "Martín Fierro" una interpretación de la historia argentina.
Este libro ha aparecido literalmente en cientos de ediciones y fue traducido a más de 70 idiomas. La última fue al Quichua, tras nueve años de trabajo, por Don Sixto Palavecino y Gabriel Conti.
La obra narra las desventuras de un gaucho, reclutado a la fuerza para la guerra contra el indio, quien a su regreso mata a un hombre en duelo, huye y se exilia entre los salvajes.
Vuelto a la civilización, pronuncia una serie de máximas a sus hijos y reflexiones sobre las penurias de sus paisanos, los gauchos, parias de la pampa.

Domingo F. Sarmiento, Facundo

En 1845, Domingo Faustino Sarmiento, escritor y político que llegaría a la Presidencia de la Nación, había publicado Facundo, sobre el caudillo provincial Facundo Quiroga, a quien describe agudamente, pero a la vez pinta como símbolo y representación de la barbarie, a la que Sarmiento oponía el progreso y la civilización. Para la crítica del siglo XX, Facundo es también un libro inaugural de la literatura argentina.
En cuanto a la producción literaria de mujeres, destacan en el siglo XIX autoras como Juana Manuela Gorriti, Eduarda Mansilla, Rosa Guerra y Juana Manso, que por un lado también discuten a su manera el problema nacional, por ejemplo con el motivo de la Cautiva o el tema gauchesco, por otro lado se insertan en la incipiente discusión feminista de la época, con problemas como la educación de la mujer.

Siglo XX

Normalizada la vida política después de las guerras interiores, y con el gobierno en manos de liberales, el país entra con gran pujanza en el nuevo siglo y la literatura se hace cosmopolita. El poeta, narrador y ensayista Leopoldo Lugones es la figura que representa este puente entre dos épocas. Influido por la poesía del nicaragüense Rubén Darío, escribió poemarios de elaborada retórica, cuentos y combativos ensayos. De su anarquismo inicial derivó hacia el nacionalismo autoritario, apoyó el primer golpe de Estado en el país (1930) y se suicidó en una posada en el delta del río Paraná.
A la poesía suntuosa de Lugones, sigue la «sencillista», de poetas como Baldomero Fernández Moreno y Evaristo Carriego. También a principios de este siglo es cuando Gustavo Martínez Zuviría (Hugo Wast) da comienzo a su gran producción de artículos y novelas varias de las cuales fueron llevadas al cine. Se destacan entre ellas Flor de Durazno (1911) en la que hace su debut en el cine Carlos Gardel y Valle Negro (1918) novela elogiada por Miguel de Unamuno.
Ricardo Güiraldes publica su Don Segundo Sombra, novela rural que a diferencia de Martín Fierro no reivindica socialmente al gaucho, sino que lo evoca como personaje legendario, en un tono elegíaco.
En la provincia de Entre Ríos, a la orilla del río Paraná, el poeta Juan L. Ortiz inicia una obra solitaria, de intensa relación con el paisaje fluvial, pero también con sus humildes habitantes.
En la década del cuarenta aparece una nueva vanguardia de la mano de Juan-Jacobo Bajarlía junto a Gyula Kosice, Edgar Bayley, Carmelo Arden Quin y Tomás Maldonado entre otros. Al mismo tiempo, se afirma la figura de Borges, a la vez que es cuestionada por su presunto «cosmopolitismo». Ernesto Sabato publica su primera novela, El túnel, elogiada y premiada en Europa. Leopoldo Marechal publica varios libros de poesía y su Adán Buenosayres (1948).
Publican poetas como Olga Orozco y Enrique Molina y la poeta Celia Gourinski, influidos por el surrealismo europeo; Alberto Girri, admirador de la poesía anglosajona y Edgar Bayley, cofundador del «concretismo», de mayor gravitación en las artes plásticas que en la literatura.

Julio Cortázar edita sus primeros cuentos en los años 1950, el primero de ellos por gestión de Borges, y se autoexilia en París.
En esa década y la siguiente, la vanguardia poética se reagrupa en la revista Poesía Buenos Aires, dirigida por Raúl Gustavo Aguirre.
El poeta Juan Gelman aparece como la figura más destacada de una poesía de tono coloquial, políticamente comprometida, que incluye a Juana Bignozzi y Horacio Salas, mientras Fernando Demaría se destaca por su lirismo íntimamente ligado a la tierra y al paisaje.
Destacan también, en poesía, Rafael Squirru, Fernando Guibert, Joaquín Giannuzzi, Leónidas Lamborghini,Emeterio Cerro, Juan-Jacobo Bajarlía, Alejandra Pizarnik, Abelardo Castillo, Liliana Heker, Vicente Battista, Beatriz Guido, Bernardo Kordon, Juan José Manauta, Rodolfo Walsh, Adolfo Bioy Casares, de muy distintas ideas estéticas, que recorren una gama de estilos que va desde lo social hasta lo existencial y lo fantástico. Sobresale en el interior argentino, Juan Bautista Zalazar, poeta y cuentista nacido en La Rioja y afincado en Catamarca.
Muchos de estos autores habían comenzado su actividad en los años anteriores a la dictadura; otros aparecen en los ochenta y noventa para reanudar la discusión literaria. El tono paródico en algunos de ellos, la ironía, la fantasía, el realismo y la épica, la gravedad o la liviandad, el minimalismo y la lírica intimista y feminista indican las tendencias y tensiones del momento histórico.

La polémica Florida-Boedo

En los años veinte, surge la polémica Florida-Boedo, entre lo que se conocería como el Grupo Florida y Grupo Boedo. Ambos grupos aglutinan a la vanguardia. El Grupo Florida tiene entre sus miembros sobre todo a personajes de la élite económica, mientras que el Grupo Boedo se proclama como antivanguardista, más ligados a los problemas sociales y económicos de las clases trabajadoras, influidos por el modelo realista de la literatura rusa, entre los que se destaca Roberto Arlt, aunque nunca se proclamó como perteneciente al Grupo Boedo. La polémica Florida-Boedo no es solamente de carácter económico, sino que refleja modos diferentes de concebir la literatura y la escritura; esto incluye las temáticas tratadas, el lenguaje utilizado, la función social que cada grupo le asigna a la literatura y los modelos literarios a seguir.
La hoja de divulgación del Grupo Florida se llamaría, significativamente, Martín Fierro, para algunos, un gesto snob, para otros, la expresión del matiz criollista que quería subrayar el movimiento innovador. En ese periódico escribe Jorge Luis Borges, quien con el tiempo sería el más conocido fuera de las fronteras del país, y otros poetas clave, como Raúl González Tuñón y Oliverio Girondo (estos últimos, pertenecientes al Grupo Boedo).
El boom latinoamericano

El Boom latinoamericano fue un movimiento literario que surgió entre los años 1960 y 1970, cuando el trabajo de un grupo de novelistas latinoamericanos relativamente joven fue ampliamente distribuido en Europa y en todo el mundo. El boom está más relacionado con los autores Gabriel García Márquez de Colombia, Julio Cortázar de Argentina, Carlos Fuentes de México y Mario Vargas Llosa del Perú. Por el movimiento de América Latina de la Vanguardia, estos escritores desafiaron las convenciones establecidas de la literatura latinoamericana. Su trabajo es experimental y, debido al clima político de la América Latina de la década de 1960, también muy política. El crítico Gerald Martin escribe: "No es una exageración para afirmar que si el continente del Sur fue conocido por dos cosas por encima de todos los demás en la década de 1960, éstas fueron, en primer lugar, la Revolución Cubana y su impacto tanto en América Latina y el Tercer Mundo en general, y en segundo lugar, el auge de la literatura latinoamericana, cuyo ascenso y caída coincidió con el auge y caída de las percepciones Liberales de Cuba entre 1959 y 1971".

Centro Editor de América Latina

En la década de 1960 aparecerá el Centro Editor de América Latina. Esta editorial se convertirá en el centro intelectual de muchos de los principales escritores y críticos literarios de Argentina, abarcando a la generación de intelectuales provenientes de 1950 hasta 1980. Jaime Rest, Beatriz Sarlo, Nicolás Rosa, David Viñas, entre muchos otros, desfilarán por el Centro Editorial dirigiendo colecciones o bien contribuyendo como escritores de fascículos. Esta editorial será clave en la difusión de la literatura argentina con su colección Capítulo. Historia de la literatura argentina, una edición fascicular semanal que entregará un fascículo crítico junto con un libro de literatura argentina. De esta forma, los críticos literarios argentinos más destacados darán sus primeros pasos como prologistas y anotadores de obras literarias argentinas destacadas. El Centro Editor de América Latina no sólo permitió el desarrollo intelectual de muchas generaciones jóvenes que se iniciaban en la carrera académica, sino que además fue clave para difundir la literatura argentina a los lugares más recónditos del país, alternando entre clásicos como el Martín Fierro de José Hernández y obras un poco menos tradicionales como La musa y el gato escaldado de Nicolás Olivari.

Escritores del interior

La literatura argentina se caracteriza por ser poco federal, siendo Buenos Aires (y más específicamente, Capital Federal) la gran meca cultural y literaria, en detrimento de la literatura que proviene de las provincias. Algunos escritores de las provincias son: Velmiro Ayala Gauna, Manuel Castilla, Luis Franco, Julio Ardiles Gray.

Revistas literarias

En Argentina, las revistas literarias fueron cruciales en la difusión de nuevos escritores, intelectuales y académicos, además de ser un punto de encuentro para el intercambio de las diferentes perspectivas sobre la literatura y los posicionamientos políticos en relación a los modelos literarios.

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