sábado, 16 de marzo de 2013

General Valle : “Ruego a Dios que mi sangre sirva para unir a los argentinos. Viva la Patria.”


El Teniente General post mortem Juan José Valle (n. Buenos Aires 1896 - 12 de juniode 1956, Buenos Aires) fue un militar argentino que en 1956 encabezó una fallida sublevación cívico-militar contra la dictadura militar autodenominada Revolución Libertadora del Teniente General Pedro Eugenio Aramburu. Derrotado el movimiento, Valle fue fusilado por orden de Aramburu, junto a otras personas que adhirieron al levantamiento. Por este acto algunos sectores han denominado a aquel régimen militar como "la Fusiladora".
Se casó con Dora Cristina Prieto -quien pertenecía a una familia tradicional de Buenos Aires- y tuvieron una sola hija: Susana Cristina (1936-2006).
Fue ingeniero militar a los 22 años. Su capacidad profesional e inteligencia le permitieron desarrollar su carrera militar en los más prestigiosos destinos. Antes del movimiento del 9 de junio de 1956 nunca había participado en política.
Revistó en el Colegio Militar de la Nación como jefe de sección y comandante de la Compañía de Ingenieros Zapadores Pontoneros. Su inteligencia y contracción al estudio motivaron que fuera profesor de la Escuela Superior Técnica.
Fue miembro de la Comisión de Adquisiciones en el exterior, en París, Francia, tiempo que aprovechó para continuar su capacitación profesional.
Sus sobresalientes aptitudes profesionales lo llevaron a ser nombrado jefe del Batallón 4 de Zapadores Pontoneros en Concepción del Uruguay y luego subdirector de la Escuela de Zapadores (hoy Escuela de Ingenieros), la misma que a partir de 2006 lleva su nombre, Inspector de Ingenieros y Director General de Ingenieros hasta la finalización de su carrera con el golpe de estado de septiembre de 1955.
El 16 de septiembre de 1955 comenzó una insurrección militar, autodenominada "Revolución Libertadora", contra el gobierno constitucional del presidente Juan Domingo Perón. El 18 de septiembre el Ministro de Guerra Franklin Lucero solicitó por radio un parlamento entre los bandos opuestos y Perón envió una confusa carta al Ejército ofreciéndoles entregar su mando. En base a esta carta se constituyó una Junta Militar integrada por 17 generales entre los cuales estaba el general Valle, la cual inició negociaciones con los rebeldes y el 21 de septiembre conviene con ellos los puntos de acuerdo en base a los cuales se entregaría el poder, lo que se realizó el 23 de ese mismo mes.1
El poder fue asumido por un gobierno militar dirigido inicialmente por el General de División Eduardo Lonardi, removido poco después por Pedro Eugenio Aramburu quien asumió el poder el 13 de noviembre de 1955. Como parte de la política de ilegalización del peronismo, el gobierno militar dio de baja al general Valle.
En la noche del 9 de junio de 1956 comenzó una insurrección cívico-militar peronista comandada por el General Juan José Valle. El movimiento se desplegó en varias partes del país, pero fue rápidamente desbaratado. En los enfrentamientos los sublevados mataron a tres personas -Blas Closs, Rafael Fernández y Bernardino Rodríguez- y tuvieron a su vez dos muertos -Carlos Yrigoyen y Rolando Zanera- sin contar, por supuesto, los que fueron luego fusilados.2
Respecto del propósito de los rebeldes dice Page:
"El manifiesto que delineaba los objetivos del movimiento era un tanto vago; llamaba a elecciones a la brevedad posible y exigía la preservación del patrimonio nacional pero no decía nada respecto a Perón. Aunque un grupo de peronistas, individualmente, se unieron a la conspiración y las bases del partido la consideraban como un intento de entronizar nuevamente al conductor, la resistencia peronista se mantuvo a la distancia"3
El gobierno militar decidió efectuar un castigo ejemplificador y completamente inusual para la historia argentina en el siglo XX disponiendo el fusilamiento de los sublevados. Entre el 9 y el 12 de junio de 1956 27 civiles y militares fueron fusilados, algunos de ellos en fusilamientos clandestinos realizados en José León Suárez, antes de la orden de ley marcial, relatados en un clásico libro deRodolfo Walsh titulado Operación Masacre.
Valle, muy deprimido por los fusilamientos que ya se conocían, se había refugiado en casa de un amigo, Andrés Gabrielli. Como insistía en presentarse Gabrielli se entrevistó con el capitán Francisco Manrique en la Casa de Gobierno y obtuvo la promesa de que se respetaría su vida. El 12 de junio Valle esperó que Manrique lo fuera a buscar y lo llevara al Regimiento de Palermo, donde lo interrogaron y condenaron a muerte. Manrique fue a ver al general Aramburu y éste se negó a conmutarle la pena aduciendo que después que se fusiló a suboficiales y civiles no se podía dejar de aplicar la misma pena al cabecilla del movimiento. A las 8 de la noche avisaron a su familia que a las 10 sería fusilado. Su hija Susana que tenía entonces 18 años corrió a ver a Monseñor Tato, que había sido expulsado por Perón en 1955, quien por intermedio del Nuncio Apostólico obtuvo que el Papa telegrafiara un pedido de clemencia a Aramburu, sin resultado.4
Juan José Valle fue fusilado el 12 de junio de 1956 en la Penitenciaría Nacional de la Ciudad de Buenos Aires, actual parque Las Heras(en las calles Coronel Díaz y Las Heras) donde se encuentra una placa colocada en su memoria y la de los demás fusilados. Antes de morir entregó varias cartas a su hija Susana, entre ellas una a Aramburu expresándole su perdón.
Respecto de la reacción de Perón cuenta Miguel Bonasso:
"En carta a Cooke, Perón criticó acerbamente "el golpe militar frustrado", que atribuyó a "la falta de prudencia que caracteriza a los militares". Después, los acusó de haberlo traicionado y conjeturó que, de no haberse ido del país, lo hubieran asesinado "para hacer méritos con los vencedores".5
Por su parte el historiador Joseph A. Page dice sobre el episodio:
"En una carta que Perón envió a John William Cooke el mismo día del levantamiento de Valle, no había la más mínima traza de compasión por los militares rebeldes. El conductor criticaba su apresuramiento y falta de prudencia y aseguraba que sólo su ira por haber debido sufrir el retiro involuntario los había motivado a actuar".
Carta del General Juan José Valle al General Pedro Eugenio Aramburu del 12 de junio de 1956

Dentro de pocas horas usted tendrá la satisfacción de haberme asesinado. Debo a mi Patria la declaración fidedigna de los acontecimientos. Declaro que un grupo de marinos y de militares, movidos por ustedes mismos, son los únicos responsables de lo acaecido.
Para liquidar opositores les pareció digno inducirnos al levantamiento y sacrificarnos luego fríamente. Nos faltó astucia o perversidad para adivinar la treta.
Así se explica que nos esperaran en los cuarteles, apuntándonos con las ametralladoras, que avanzaran los tanques de ustedes aun antes de estallar el movimiento, que capitanearan tropas de represión algunos oficiales comprometidos en nuestra revolución. Con fusilarme a mí bastaba. Pero no, han querido ustedes, escarmentar al pueblo, cobrarse la impopularidad confesada por el mismo Rojas, vengarse de los sabotajes, cubrir el fracaso de las investigaciones, desvirtuadas al día siguiente en solicitadas de los diarios y desahogar una vez más su odio al pueblo. De aquí esta inconcebible y monstruosa ola de asesinatos.
Entre mi suerte y la de ustedes me quedo con la mía. Mi esposa y mi hija, a través de sus lágrimas verán en mí un idealista sacrificado por la causa del pueblo. Las mujeres de ustedes, hasta ellas, verán asomárseles por los ojos sus almas de asesinos. Y si les sonríen y los besan será para disimular el terror que les causan. Aunque vivan cien años sus víctimas les seguirán a cualquier rincón del mundo donde pretendan esconderse. Vivirán ustedes, sus mujeres y sus hijos, bajo el terror constante de ser asesinados. Porque ningún derecho, ni natural ni divino, justificará jamás tantas ejecuciones.
La palabra "monstruos" brota incontenida de cada argentino a cada paso que da.
Conservo toda mi serenidad ante la muerte. Nuestro fracaso material es un gran triunfo moral. Nuestro levantamiento es una expresión más de la indignación incontenible de la inmensa mayoría del pueblo argentino esclavizado. Dirán de nuestro movimiento que era totalitario o comunista y que programábamos matanzas en masa. Mienten. Nuestra proclama radial comenzó por exigir respeto a las instituciones y templos y personas. En las guarniciones tomadas no sacrificamos un solo hombre de ustedes. Y hubiéramos procedido con todo rigor contra quien atentara contra la vida de Rojas, de Bengoa, de quien fuera. Porque no tenemos alma de verdugos. Sólo buscábamos la justicia y la libertad del 95% de los argentinos, amordazados, sin prensa, sin partido político, sin garantías constitucionales, sin derecho obrero, sin nada. No defendemos la causa de ningún hombre ni de ningún partido.
Es asombroso que ustedes, los más beneficiados por el régimen depuesto, y sus más fervorosos aduladores, hagan gala ahora de una crueldad como no hay memoria. Nosotros defendemos al pueblo, al que ustedes le están imponiendo el libertinaje de una minoría oligárquica, en pugna con la verdadera libertad de la mayoría, y un liberalismo rancio y laico en contra de las tradiciones de nuestro país. Todo el mundo sabe que la crueldad en los castigos la dicta el odio, sólo el odio de clases o el miedo. Como tienen ustedes los días contados, para librarse del propio terror, siembran terror. Pero inútilmente. Por este método sólo han logrado hacerse aborrecer aquí y en el extranjero. Pero no taparán con mentiras la dramática realidad argentina por más que tengan toda la prensa del país alineada al servicio de ustedes.
Como cristiano me presento ante Dios, que murió ajusticiado, perdonando a mis asesinos, y como argentino, derramo mi sangre por la causa del pueblo humilde, por la justicia y la libertad de todos no sólo de minorías privilegiadas. Espero que el pueblo conozca un día esta carta y la proclama revolucionaria en las que quedan nuestros ideales en forma intergiversable. Así nadie podrá ser embaucado por el cúmulo de mentiras contradictorias y ridículas con que el gobierno trata de cohonestar esta ola de matanzas y lavarse las manos sucias en sangre. Ruego a Dios que mi sangre sirva para unir a los argentinos. Viva la patria.
Juan José Valle. Buenos Aires, 12 de junio de 1956.

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