“Mi querido compañero, Señor Don. Juan Facundo Quiroga: Habiendo mi primo el Señor Don Tomás
Anchorena adquirido la noticia del remedio siguiente me ha parecido conveniente comunicarlo a usted por si de algo le sirve su conocimiento, pues en la clase de males que usted padece, generalmente, donde menos se piensa suele en centrarse el alivio de la Divina Providencia. Pero yo sería de opinión que usted se resolviera a tentarlo, no debía ser hasta que regresase y gozase ya de un completo sosiego.
”Un griego que tiene Fonda en San Isidro, muy hombre de bien me ha referido que siendo el joven cuando Napoleón fue al Egipto, su padre fue salvado con este remedio.
”Tomó una porción de ajos, los peló y colocó sobre un pedazo de lienzo de camisa de hilo usada: enseguida pulverizó aquellos ajos con polvos de mercurio dulce en una dosis como de dos narigadas de rape, y doblando el lienzo lo coció en forma de bolsa o saco cerrado por todos lados. Después tomó una olla de dos orejas en que cabrían como cinco o seis botellas de agua y colocó en ella la bolsa pendiente por unos hilos de las dos orejas de modo que, estando dentro de la olla, se mantuviese al aire como en una maroma. Acto continuo le echó agua fría en la olla, pero cosa que la bolsa no tocase en la agua; la tapó con un plato y engrudó por las orillas para que quedase herméticamente cerrada la olla; puso un peso sobre el plato para que no se moviese, y colocó la olla así tapada y cerrada en fuego de carbón fuerte en donde la tuvo hirviendo como hora y media, cuidando mucho de reponer y pegar el engrudo donde se desprendía para que no saliere ningún vapor de la olla.
”Después de esta operación separó la olla del fuego y cuando había aflojado el calor la destapó, sacó la bolsa, y cerrada y caliente cuanto podía sufrirse en las manos, las exprimió con las mismas manos sobre una fuente haciéndole echar una especie de aceite que lo acomodó después en un frasco o botella. Con la brosa de los ajos exprimidos le frotó los miembros enfermos para aprovechar el jugo o aceite que tenían, dejando en ellos las brosas que se quedaban pegadas; y las envolvió después con unos lienzos usados.
”Concluida la primera cura, lo despidió entregándole el frasco del exprimido aceite para que se diese con él a mano caliente dos frotaciones al día, una al acostarse a la noche y otra al levantarse por la mañana, y le previno que cuando se acabase volviese por más. Observó exactamente la instrucción y a los tres días ya movía los miembros que se le habían adormecido del todo, a los nueve días caminó por sus pies sin muleta, y sanó del todo hasta el presente, sin necesidad de repetir la confección del medicamento.
”No le quedó otro defecto que cierta desigualdad a la vista, y entre el nudo de una muñeca y el de la otra, que me lo hizo notar, y que cuando quiere hacer mucha fuerza, le flaquea al rato el brazo izquierdo, que fue el enfermo. Siempre de Vd. affmo. Amigo, J. M. de Rosas."
El remedio milagroso no llegó a su destino. La carta donde Rosas se lo enviaba está fechada el 25 de febrero, y Quiroga había sido asesinado nueve días antes.
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