domingo, 25 de diciembre de 2011

BAHIA BLANCA: homenaje al 109 aniversario del nacimiento de CARLOS DI SARLI

El próximo 07 de enero de 2012 a las 10:30 hs  se colocara una plaqueta en homenaje al 109 aniversario del nacimiento de CARLOS DI SARLI en el monumento a su figura ubicado en la calle Yrigoyen al 600  de esta ciudad, evento este enmarcado en el ciclo “BAHIA BLANCA NO OLVIDA” que lleva adelante la productora Dandy producciones a cargo de JOSE VALLE, dicho homenaje consistirá en la colocación de una imagen del genial pianista con una descripción de su vida y obra.
CARLOS DI SARLI: “NO HABRA NINGUNO IGUAL, NO HABRA NINGUNO”
Pianista, director y compositor (Bahia Blanca 7 de enero de 1903 – Olivos  12 de enero de 1960)
Nacio en  la casa sita en la calle  San Martín 48 y su infancia y juventud la vivío en la casa  de la calle Buenos Aires(Hoy  Irigoyen,) número 511 , de Bahia Blanca.
Nadie como él supo combinar la cadencia rítmica del tango con una estructura armónica, en apariencia sencilla, pero llena de matices y sutilezas, impuso un sello propio, un perfil musical diferente que se mantiene inalterable en toda su prolongada trayectoria.
Dos tangos de su autoría son considerados clásicos del género. El primero es en homenaje a su maestro Osvaldo Fresedo y se llama “Milonguero viejo”; el segundo es un reconocimiento a su ciudad natal, “Bahía Blanca”. No son sus únicas creaciones, pero son las más memorables. Tan memorable como su famosa mano izquierda, “su zurda milonguera” , como dijera un crítico, esa zurda que le otorgaba al sonido del piano un toque distintivo y distinguido, pleno de sutilezas y matices. La mano izquierda de Di Sarli se reconocía por esa manera de decir, de acentuar, de modula
El Señor del Tango fue absolutamente respetuoso de la melodía y el espíritu de los compositores de su repertorio, adornando de matices y sutiles detalles la instrumentación orquestal, apartándose de la falsa contradicción que existía entre el tango evocativo tradicional y la corriente vanguardista.
Los cantores en tiempos del sexteto, fueron por orden de participación: Santiago Devin, Ernesto Famá, Fernando Díaz, Antonio Rodríguez Lesende, Roberto Arrieta e Ignacio Murillo.
El primer cantor de la orquesta fue Roberto Rufino, a quien lo siguieron Antonio Rodríguez Lesende, Agustín Volpe, Carlos Acuña, Alberto Podestá, otra vez Roberto Rufino, nuevamente Alberto Podestá, Osvaldo Cabrera, por tercera vez Roberto Rufino, otra vez Alberto Podestá, Jorge Durán, Raúl Rosales, por cuarta vez Alberto Podestá, Osvaldo Cordó, Oscar Serpa, Mario Pomar, nuevamente Oscar Serpa, Roberto Galé, Roberto Florio, y finalmente Jorge Durán otra vez y Horacio Casares.
La imagen suya, sentado frente al piano con sus lentes ahumados y su leve sonrisa se transformó en un clásico.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Alberto Vaccarezza


Que el creador del sainete en la Argentina. Un tipo de obra teatral, generalmente calificada como "género chico". El diccionario la define: pieza teatral dramático jocosa de carácter popular.
No fue una gloria del teatro pero caló hondo en la sensibilidad del pueblo.
Su obra representa, aún en su liviandad, un verdadero documento de época. De cuando las corrientes inmigratorias llevaba a la mayoría de los recién arribados a vivir en hacinamiento, sufriendo con las dificultades del idioma y la diversidad de culturas, sumado a la desesperanza del presente y la incertidumbre del futuro.
Los trazos gruesos de tal situación fueron exactamente captados por Vaccarezza, pero tuvo la virtud de desdramatizarlos. En sus obras estaban los malos y los buenos, pero cuando ya se orillaba la tragedia, porque salían a relucir revólveres o cuchillos, los bravos contendientes "arrugaban" o alguien se encargaba de hacerlos entrar en razones. Los finales eran siempre felices y románticos.
Fue compañero de colegio de Armando Discépolo, amistad que se prolongó en el tiempo. Y una interesante coincidencia, ambos enfocaron la mirada, en los "huéspedes" de los inquilinatos y los "conventillos", que eran viviendas muy humildes, que estaban habitadas por personas de distintos orígenes. Era el desfile de la inmigración pobre que arribaba en busca de un horizonte mejor, huyendo de guerras y persecuciones étnicas u ideológicas.
Eran los "gallegos" (así se llama en la Argentina a todos los españoles cualquiera sea su región de nacimiento), los "tanos" (todos los italianos), los "rusos" (denominación para todos los judíos de cualquier país) y los "turcos" (todos los provenientes de Turquía, Siria, Líbano y países árabes, sin distinción alguna) y mezclados entre ellos, algunos porteños de bajo nivel y otros provincianos tan inmigrantes como los extranjeros.
Su observación sobre esta gente no superaba el plano de lo descriptivo y costumbrista, sin pretender la profundidad del drama; por el contrario, Armando Discépolo les penetró el alma, indagó en la psiquis de cada uno de ellos, con ironía y hondura. Fue considerado el creador del grotesco en el teatro argentino.
Vaccarezza fue una autor prolífico de letras de tango, también zambas, estilos y ritmos afines que poblaron los repertorios de cantores y cancionistas a partir de los años '20.
Como Luis César Amadori, Manuel Romero y Mario Battistella llegó a la canción a partir del teatro, imponiendo su sainete, al que supo encontrarle la fórmula precisa. Hasta la llegada de la radio y por unos años más, el teatro fue el difusor de la canción popular. Fuera drama o fuera comedia, en todas las obras no podía faltar el personaje cantor o la joven cancionista. Muchas veces recurriendo a nombres ya populares para realzar el interés del público.
Carlos Gardel le grabó 13 temas: "La copa del olvido" (con música de Enrique Delfino, en 1921), "Otario que andás penando" (también con Delfino, en 1932), "Adiós para siempre" (con Antonio Scatasso, 1925), "Adiós que te vaya bien (con Delfino, 1924), "Araca corazón" (Delfino, 1927), "Eche otra caña pulpero" (Delfino, 1923), "El carrerito" (con Raúl de los Hoyos, 1928), "El poncho del amor" (Scatasso, 1927), "Francesita" (Delfino, 1924), "No le digas que la quiero" (Delfino, 1924), "No me tires con la tapa de la olla" (Scatasso, 1926, a partir del tango primitivo del mismo título), "Padre nuestro" (Delfino, 1923), "Talán talán" (Delfino, 1924).
Otros intérpretes le cantaron "La canción" y "Botines viejos" (ambos con Juan de Dios Filiberto) y también "Atorrante", "Calle Corrientes", "Julián Navarro" (con Francisco Canaro), "Pobre gringo" (junto con Juan Caruso y música de Antonio Scatasso), "Muchachita porteña" (con Mariano Mores), entre muchos otros.
Fue hombre de radio, tanto como charlista breve, como autor de cantidad de guiones para propuestas de diverso tipo.
Escribió poemas, sencillos, sin mayor vuelo, pero bien aceptados cuando los recitaba por la radio y que fueron editados en libros con los siguientes títulos: "La Biblia gaucha", "Dijo Martín Fierro" y "Cantos de la vida y de la tierra" -y alguno más- todos "criollos", ninguno "ciudadano", para equilibrar, porque dentro suyo bullían tanto el hombre de la ciudad como el hombre de campo.
También desarrolló una intensa actividad gremial, tanto en ARGENTORES (Sociedad argentina de autores), como en "La casa del Teatro". Fue de los primeros en luchar para conseguir el aporte de los propietarios de las salas teatrales, el derecho autoral, con situaciones plagadas de anécdotas que contaba con toda gracia.
Reconoció dos ocupaciones antes que el teatro fuera su muy fructífero medio de vida. El de rematador de muebles, al que llamaba estilo "Luis catre" (haciendo alusión en la humorada que eran de muy baja calidad en contrapartida a los estilos en boga Luis XV y Luis XVI) y anteriormente, a sus 17 años, ayudante en un juzgado. Allí comenzó, trazando grueso las características de sus compañeros mayores. Nació su primera obra: "El juzgado", representada en 1903 por un grupo filodramático entre los que estaba un joven Carlos Perelli (luego reconocido actor casado con la actriz Milagros de la Vega).
Dicen que registró unos 200 títulos. La mayoría llegaron y pasaron, más allá de la buena respuesta de su público, pero otros quedaron para siempre, incluso alimentando el argot del porteño, porque títulos, frases y palabras surgidas de su imaginacion se incorporaron a nuestro lenguaje.
En 1911 gana un concurso en el teatro Nacional de Pascual Carcavallo que de inmediato le echó el ojo. Fue con "Los scruchantes" (del lunfardo: ladrón que emplea la violencia con puertas o ventanas, muebles o caja fuertes. El scruche.) Luego deben nombrarse "El cabo Rivero" (llevado al cine), "Juancito de la Ribera" (representada por la década del '60 por el cantor Jorge Vidal), "Lo que le pasó a Reynoso" (llevada al cine), "Cuando un pobre se divierte", "Murió el sargento" (también llevada al cine) y fundamentalmente estas dos: "Tu cuna fue un conventillo" (llevada el cine) y el inusual éxito de "El conventillo de La Paloma", que a partir de su estreno superó largamente las mil representaciones contínuas, pero en la milésima representación decidió renunciar la actriz que personificaba a "La doce pesos", porque adujo entonces que su carrera debía buscar otros caminos, y tuvo razon. Se trataba de Libertad Lamarque.
Dijimos que le encontró la fórmula al sainete y aquí va un ejemplo. En la obra "La comparsa se despide" (1932) cuando el personaje "Serpentina" se lo debe explicar a un turista norteamericano:
Poca cosa:
un patio de conventiyo,
un italiano encargado,
un yoyega retobado,
una percanta, un vivillo.
Dos malevos de cuchillo,
un chamuyo,una pasión,
choques, celos, discusión,
desafío, puñalada,
aspamento, disparada
auxilio, cana y telón.
Y debajo de todo eso,
tan sencillo al parecer,
debe el sainete tener
rellenando su armazón
la humanidad,la emoción,
la alegría, los donaires
y el color de Buenos Aires
metido en el corazón.
¿Una fórmula sencilla? Pero ninguno que recurrió a élla obtuvo los mismos resultados, el mismo reconocimiento. Vaccarezza manejaba un lunfardo pintoresco y ponía en boca de sus personajes parlamentos altamente ocurrentes para su público. El crítico teatral Jaime Potenze ha dicho: «No es arriesgado reconocer que Vaccarezza, sobre todo en su vena sainetera, es el autor más popular que ha dado el país, al extremo que considerarlo un clásico no parece exagerado».
Para reafirmar su fórmula va esta anécdota: Tuvo una larga discusión con su amigo José González Castillo por cuestiones de versificación. Finalmente aquel lo desafió a crear un soneto en el menor tiempo y delante suyo. Don Alberto no se amilanó y en minutos escribió:
Un soneto me manda hacer Castillo
y pa' poder zafar de este brete
en lugar de un soneto haré un sainete
que para mí es trabajo más sencillo.
La escena representa un conventillo,
personajes: un grébano amarrete,
un gallego que en todo se entromete,
una grela, dos taitas y un vivillo.
Se levanta el telón. Una disputa
se entabla entre el yoyega y el goruta
de la que saca el rana pa'l completo.
El guapo despreciao por la garaba
se arremanga pa'l final... viene la biaba...
¡y se acabó el sainete y el soneto!
Y para mostrar su faceta de observador también del hombre de campo, pero allí no más traspasado el arrabal, el hombre con mayor libertad, más sereno y filosofeador, van estos consejos "del viejo Irala" (de 1936):
Todo cristiano al nacer
trai dos alforjas vacías
y la vida en sus porfías
solita se las enllena
poniendo en una las penas
y en otra las alegrías.
Y la virtú superior del hombre que tiene luces
es no perderse en los cruces
al repartirse las cargas
y tantiar que las amargas no pesen más que las dulces...
Nunca renegués de Dios
aunque dudes de que exista
no hagas lo del anarquista
que a Dios maldecía y luego
que un rayo dejó ciego
a Dios le pedía la vista.
Si algún amigo en la mala
necesita tus favores
no esperes a que mejore la situación que aqueja,
El que anda en huella pareja no necesita cuartiadores.
Mas nunca hagas las gauchadas
del comesario Romero
que soltaba los cuatreros
diciéndoles, sin empachos,
vayan a robar muchachos
que precisamos dinero.
Cuando a ser cantor te lleven
el gusto o la obligación
no te vandién de gritón
y ricordá en la largada
que la voz no vale nada
donde falta entonación.
Y para terminar con esta semblanza, recordar de "Tu cuna fue un conventillo", la historia de aquella otra milonguita que un día dejó la pieza del bulín, atraída por las luces del centro para nunca más volver. Aquella que comienza:
Era una paica papusa
retrechera y rantifusa,
que aguantaba la marruza
sin protestas hasta el fin.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Arturo Jauretche sobre la toma de posición de la clase media

Arturo Jauretche fue un intelectual criollo, uno de los más destacados panegiristas de la cultura nacional, que renegó del europeísmo de las elites y clases medias y se volcó a la causa de los paisanos, de los hombres de a pie, del pueblo trabajador. Nació en la localidad bonaerense de Lincoln, el 13 de noviembre de 1901. Mayor entre diez hermanos, hijos de un empleado y una maestra, Jauretche agradeció siempre haberse trenzado en aventuras con los hijos de los paisanos del pueblo, hecho que –según dijera- le permitió conocer el otro mundo, “la vida de los boyeritos”.
Destacado dirigente del conservadorismo linqueño a los 17 años, la reforma universitaria y la revolución mexicana le cambiaron el rumbo. Convertido en yrigoyenista, tras el golpe de estado de 1930, participó del levantamiento de 1933 en Paso de los Libres –al que le dedicó un largo poema- y dos años más tarde fue uno de los creadores de la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina, más conocida por sus siglas: FORJA, desde donde llamó a transformar la “Argentina colonial” en una “Argentina libre”.
Saludó la llegada del peronismo y pronto aceptó el cargo de presidente del Banco de la Provincia de Buenos Aires, hasta 1951, cuando se alejó por diferencias con Perón. Tras el golpe de 1955, se dedicó a escribir en defensa de lo conquistado durante diez años de gobierno popular con el semanario El 45 y el periódico El líder. Luego de su exilio en Montevideo y tras el frustrado acercamiento al frondizismo, dedicó tiempo a la reflexión, surgiendo así varios de sus libros más reconocidos, entre otros, El medio pelo en la sociedad argentina y Manual de zonceras argentinas. Entristecido por la realidad del país, falleció el 25 de mayo de 1974. Recordamos la fecha de su nacimiento con una reflexión en torno a uno de los problemas que más le preocupó: el rol de la clase media y la intelligentzia, inteligencia colonizada.
Fuente: Arturo Jauretche, Mano a mano entre nosotros, Buenos Aires, Peña Lillo Editor, 1969,  pág. 124.
"Donde la confusión se produce es en las clases intermedias y dentro de estas, particularmente en aquellos que queriendo constituir la inteligencia argentina son sólo la “intelligentzia”. Este es el hecho que analizo en La Yapa, ampliación de Los Profetas del Odio en su tercera edición, bajo el subtítulo “La colonización pedagógica”. Estas clases intermedias han sido subestimadas en su importancia en la lucha nacional y el resultado ha sido que los factores que hacen la colonización pedagógica, a través de la captación cultural, las han puesto a su servicio en los momentos críticos de nuestra historia, rompiendo el equilibrio a favor del mantenimiento de las viejas estructuras. En el conflicto entre la Argentina nueva, la real, que quiere realizarse más allá del colonialmente previsto destino agropecuario, y la ya agotada estructura de ese país pequeño que da el continente agropecuario, la toma de posiciones de esas clases intermedias es esencial y requiere esa introspección. (...) A esas clases intermedias me refiero cuando digo que el país se está buscando a sí mismo y mirando hacia adentro.

Apología del Matambre

Un extranjero que ignorando absolutamente el castellano oyese por primera vez pronunciar, con el énfasis que inspira el nombre, a un gaucho que va ayuno y de camino, la palabra matambre , diría para sí muy satisfecho de haber acertado: éste será el nombre de alguna persona ilustre, o cuando menos el de algún rico hacendado. Otro que presumiese saberlo, pero no atinase con la exacta significación que unidos tienen los vocablos mata y hambre , al oírlos salir rotundos de un gaznate hambriento, creería sin duda que tan sonoro y expresivo nombre era de algún ladrón o asesino famoso. Pero nosotros, acostumbrados desde niños a verlo andar de boca en boca, a chuparlo cuando de teta, a saborearlo cuando más grandes, a desmenuzarlo y tragarlo cuando adultos, sabemos quién es, cuáles son sus nutritivas virtudes y el brillante papel que en nuestras mesas representa.
No es por cierto el matambre ni asesino ni ladrón; lejos de eso, jamás que yo sepa, a nadie ha hecho el más mínimo daño: su nombradía es grande; pero no tan ruidosa como la de aquéllos que haciendo gemir la humanidad, se extiende con el estrépito de las armas, o se propaga por medio de la prensa o de las mil bocas de la opinión. Nada de eso; son los estómagos anchos y fuertes el teatro de sus proezas; y cada diente sincero apologista de su blandura y generoso carácter. Incapaz por temperamento y genio de más ardua y grave tarea, ocioso por otra parte y aburrido, quiero ser el órgano de modestas apologías, y así como otros escriben las vidas de los varones ilustres, trasmitir si es posible a la más remota posteridad, los histórico-verídicos encomios que sin cesar hace cada quijada masticando, cada diente crujiendo, cada paladar saboreando, el jugoso e ilustrísimo matambre.
Varón es él como el que más; y si bien su fama no es de aquéllas que al oro y al poder prodiga la rastrera adulación, sino recatada y silenciosa como la que al mérito y la virtud tributa a veces la justicia; no por eso a mi entender debe dejarse arrinconada en la región epigástrica de las innumerables criaturas a quienes da gusto y robustece, puede decirse, con la sangre de sus propias venas . Además, porteño en todo, ante todo y por todo, quisiera ver conocidas y mentadas nuestras cosas allende los mares, y que no nos vengan los de extranjis echando en cara nuestro poco gusto en el arte culinario, y ensalzando a vista y paciencia nuestra los indigestos y empalagosos manjares que brinda sin cesar la gastronomía a su estragado apetito; y esta ráfaga también de espíritu nacional, me mueve a ocurrir a la comadrona intelectual, a la prensa, para que me ayude a parir si es posible sin el auxilio del forceps , este más que discurso apologético.
Griten en buena hora cuanto quieran los taciturnos ingleses, roast-beef , plum pudding ; chillen los italianos, maccaroni , y váyanse quedando tan delgados como una I o la aguja de una torre gótica. Voceen los franceses omelette souflée , omelette au sucre , omelette au diable ; digan los españoles con sorna, chorizos , olla podrida , y más podrida y rancia que su ilustración secular. Griten en buena hora todos juntos, que nosotros, apretándonos los flancos soltaremos zumbando el palabrón, matambre , y taparemos de cabo a rabo su descomedida boca.
Antonio Pérez decía: "Sólo los grandes estómagos digieren veneno", y yo digo: "Sólo los grandes estómagos digieren matambre". No es esto dar a entender que todos los porteños los tengan tales; sino que sólo el matambre alimenta y cría los estómagos robustos, que en las entendederas de Pérez eran los corazones magnánimos.
Con matambre se nutren los pechos varoniles avezados a batallar y vencer, y con matambre los vientres que los engendraron: con matambre se alimentan los que en su infancia, de un salto escalaron los Andes, y allá en sus nevadas cumbres entre el ruido de los torrentes y el rugido de las tempestades, con hierro ensangrentado escribieron: Independencia, Libertad ; y matambre comen los que a la edad de veinte y cinco años llevan todavía babador, se mueven con andaderas y gritan balbucientes: Papá... papá... Pero a juventudes tardías, largas y robustas vejeces, dice otro apotegma que puede servir de cola al de Pérez.
Siguiendo, pues, en mi propósito, entraré a averiguar quién es éste tan ponderado señor y por qué sendas viene a parar a los estómagos de los carnívoros porteños.
El matambre nace pegado a ambos costillares del ganado vacuno y al cuero que le sirve de vestimenta; así es que, hembras, machos y aun capones tienen sus sendos matambres, cuyas calidades comibles varían según la edad y el sexo del animal: macho por consiguiente es todo matambre cualquiera que sea su origen, y en los costados del toro, vaca o novillo adquiere jugo y robustez. Las recónditas transformaciones nutritivas y digestivas que experimenta el matambre, hasta llegar a su pleno crecimiento y sazón, no están a mi alcance: naturaleza en esto como en todo lo demás de su jurisdicción, obra por sí, tan misteriosa y cumplidamente que sólo nos es dado tributarle silenciosas alabanzas.
Sábese sólo que la dureza del matambre de toro rechaza al más bien engastado y fornido diente, mientras que el de un joven novillo y sobre todo el de vaca, se deja mascar y comer por dientecitos de poca monta y aún por encías octogenarias.
Parecer común es, que a todas las cosas humanas por más bellas que sean, se le puede aplicar pero, por la misma razón que la perspectiva de un valle o de una montaña varía según la distancia o el lugar de donde se mira y la potencia visual del que la observa. El más hermoso rostro mujeril suele tener una mancha que amortigua la eficacia de sus hechizos; la más casta resbala, la más virtuosa cojea: Adán y Eva, las dos criaturas más perfectas que vio jamás la tierra, como que fueron la primera obra en su género del artífice supremo, pecaron; Lilí por flaqueza y vanidad, el otro porque fue de carne y no de piedra a los incentivos de la hermosura. Pues de la misma mismísima enfermedad de todo lo que entra en la esfera de nuestro poder, adolece también el matambre. Debe haberlos, y los hay, buenos y malos, grandes y chicos, flacos y gordos, duros y blandos; pero queda al arbitrio de cada cual escoger al que mejor apetece a su paladar, estómago o dentadura, dejando siempre a salvo el buen nombre de la especie matambruna, pues no es de recta ley que paguen justos por pecadores, ni que por una que otra indigestión que hayan causado los gordos, uno que otro sinsabor debido a los flacos, uno que otro aflojamiento de dientes ocasionado por los duros, se lance anatema sobre todos ellos.
Cosida o asada tiene toda carne vacuna, un dejo particular o sui generis debido según los químicos a cierta materia roja poco conocida y a la cual han dado el raro nombre de osmazomo (olor de caldo). Esta substancia pues, que nosotros los profanos llamamos jugo exquisito, sabor delicado, es la misma que con delicias paladeamos cuando cae por fortuna en nuestros dientes un pedazo de tierno y gordiflaco matambre: digo gordiflaco porque considero esencial este requisito para que sea más apetitoso; y no estará de más referir una anecdotilla, cuyo recuerdo saboreo yo con tanto gusto como una tajada de matambre que chorree.
Era yo niño mimado, y una hermosa mañana de primavera, llevóme mi madre acompañada de varias amigas suyas, a un paseo de campo. Hízose el tránsito a pie, porque entonces eran tan raros los coches como hoy el metálico; y yo, como era natural, corrí, salté, brinqué con otros que iban de mi edad, hasta más no poder. Llegamos a la quinta: la mesa tendida para almorzar nos esperaba. A poco rato cubriéronla de manjares y en medio de todos ellos descollaba un hermosísimo matambre.
Repuntaron los muchachos que andaban desbandados y despacháronlos a almorzar a la pieza inmediata, mientras yo, en un rincón del comedor, haciéndome el zorrocloco, devoraba con los ojos aquel prodigioso parto vacuno. "Vete niño con los otros", me dijo mi madre, y yo agachando la cabeza sonreía y me acercaba: "Vete, te digo", repitió, y una hermosa mujer, un ángel, contestó: "No, no; déjelo usted almorzar aquí", y al lado suyo me plantó de pie en una silla. Allí estaba yo en mis glorias: el primero que destrizaron fue el matambre; dieron a cada cual su parte, y mi linda protectora, con hechicera amabilidad me preguntó: "¿Quieres, Pepito, gordo o flaco?". "Yo quiero, contesté en voz alta, gordo, flaco y pegado", y gordo, flaco y pegado repitió con gran ruido y risotadas toda la femenina concurrencia, y dióme un beso tan fuerte y cariñoso aquella preciosa criatura, que sus labios me hicireon un moretón en la mejilla y dejaron rastros indelebles en mi memoria.
Ahora bien, considerando que este discurso es ya demasiado largo y pudiera dar hartazgo de matambre a los estómagos delicados, considerando también que como tal, debe acabar con su correspondiente peroración o golpe maestro oratorio, para que con razón palmeen los indigestos lectores, ingenuamente confieso que no es poco el aprieto en que me ha puesto la maldita humorada de hacer apologías de gente que no puede favorecerme con su patrocinio. Agotado se ha mi caudal encomiástico y mi paciencia y me siento abrumado por el enorme peso que inconsiderablemente eché sobre mis débiles hombros.
Sin embargo, allá va, y obre Dios que todo lo puede, porque sería reventar de otro modo. Diré sólo en descargo mío, que como no hablo ex-cátedra, ni ex-tribuna, sino que escribo sentado en mi poltrona, saldré como pueda del paso, dejando que los retóricos apliquen a mansalva a este mi discurso su infalible fallo literario.
Incubando estaba mi cerebro una hermosa peroración y ya iba a escribirla, cuando el interrogante "¿qué haces?" de un amigo que entró de repente, cortó el rebesino a mi pluma. "¿Qué haces?", repitió. Escribo una apología. "¿De quién?" Del matambre. "¿De qué matambre, hombre?" De uno que comerás si te quedas, dentro de una hora. "¿Has perdido la chaveta?" No, no, la he recobrado, y en adelante sólo escribiré de cosas tales, contestando a los impertinentes con: fue humorada, humorada, humorada. Por tal puedes tomar, lector, este largo artículo; si te place por peroración el fin; y todo ello, si te desplace, por nada.
Entre tanto te aconsejo que, si cuando lo estuvieses leyendo, alguno te preguntase: "¿qué lee usted?", le respondas como Hamlet o Polonio: words , words , words , palabras, palabras, pues son ellas la moneda común y de ley con que llenamos los bolsillos de nuestra avara inteligencia.
Juan María Gutiérrez, Obras Completas de D. Esteban Echeverría, Carlos Casavalle Editor, Buenos Aires, 1870-1874.

José Ingenieros sobre Sarmiento y su visión de la cultura como instrumento de dignificación


El 11 de septiembre de 1888, Domingo Faustino Sarmiento moría en Asunción, adonde había llegado con la esperanza de aliviar sus dolores. La finalización de su mandato presidencial en 1874 no había puesto fin a su intensa vida pública, a su afición por la pluma y a su pensamiento abocado a la educación, más que a ningún otro tema. Su cadáver embalsamado fue transportado desde Asunción a Buenos Aires. En el trayecto, fue objeto de honores oficiales y populares en varias ciudades. Su cuerpo llegó a la capital porteña el 21 de septiembre. Cuando falleció, José Ingenieros tenía once años. Todavía no era el exponente más prestigioso del positivismo argentino que fue ya entrado el siglo XX. Uno de sus principales referentes fue justamente Sarmiento. Ingenieros creyó en la educación como un sistema de adaptación de los ciudadanos, como una forma de capacitarlos en el trabajo socialmente útil y en el desempeño cívico. En varias ocasiones, como la frase que seleccionamos, recordó a quien creyó en la educación como una fuerza moral, que debería difundirse en la nación como requisito ineludible para su crecimiento económico.
Fuente: José Ingenieros, Obras completas. Vol. 16. Los tiempos nuevos, Editorial ELMER, Buenos Aires, 1956.
“Ciegos, los que no lo ven; paralíticos, los que no se preparan a adaptarse a ese nuevo régimen social, que irá surgiendo naturalmente de los sucesos. Y para no ser ciegos ni paralíticos en un mundo que será movido por nuevos ideales, no conocemos, hasta ahora, sino una profilaxia segura: la educación, el ideal de Sarmiento, tal como él lo concibió y lo practicó durante toda su vida, por vocación y por principio, una educación para el porvenir, libre de las mentiras del pasado. No se equivocaba al mirar la cultura como el instrumento más grande de dignificación en el individuo, de solidaridad en la nación, de simpatía en la humanidad.”.
José Ingenieros

Los siete platos de arroz con leche

Lucio V. Mansilla, sobrino carnal de Rosas, recibe en Londres la noticia del pronunciamiento de Urquiza. En diciembre de 1851 llega a Buenos Aires. Sombrero de copa, levita muy larga y pantalón muy estrecho. «Ha llegado el niño Lucio». Urquiza está en camino. -¿Y cómo está mi tío?» «¿Y cómo está Manuelita?», pregunta el recién venido. Al día siguiente monta a caballo y va a pedir la bendición a su tío. Llegado allá, pregunta naturalmente por su prima. -La niña está en la quinta.» En efecto, en el llamado jardín de las magnolias está Manuelita rodeada de un gran séquito de admiradores, unos de pie, los otros sentados sobre el césped, «pero ella tenía a su lado, provocando las envidias federales y haciendo con su gracia característica, todo ameleochado, el papel de cavaliere servente», al sabio jurisconsulto don Dalmacio Vélez Sársfield». Palermo no es el centro social repugnante que dicen los enemigos, aunque el Restaurador campea allí con sus bufones y su extraordinaria ordinariez. «Rozas no es «un temperamento libidinoso, sino un neurótico obsceno.» Pero su hija es pura y afable. -Llegar, verme Manuelita y abrazarme, fué todo uno.» Vuelven a los salones. El recién llegado pide ver a su tío. Su prima sale para volver al rato. «Ahora te recibirá.» El joven Lucio, que ha rehusado un asiento en la mesa, porque debe volver a cenar en su casa, espera. Sigue esperando varias horas... La mirada de su prima contesta., «Ten paciencia. Ya sabes lo que es tatita.» Regresa de nuevo, conduce al postulante a través de muchas estancias, diciéndole al fin: «Voy a decirle a tatita». La pieza, sin alfombras, muestra lucientes baldosas, en una esquina, junto a una mesita de noche colorada, una cama de pino colorada con colcha de damasco colorado; en medio, una mesita de caoba con carpeta de paíío grana entre dos sillas de esterilla coloradas...
Yo me quedé en pie, conteniendo la respiración, como quien espera el santo advenimiento; porque aquella personalidad terrible, producía todas las emociones del cariño y del temor. Moverme, habría sido hacer ruido, y cuando se está en el santuario todo ruido es como una profanación, y aquella mansión era, en aquel entonces, para mí, algo más que un santuario.
Reinaba un profundo silencio, en mi imaginación al menos; los segundos me parecían minutos, horas los minutos. Mi tío aparece: era un hombre alto, rubio, blanco, semipálido, combinación de sangre y de bilis, un cuasi adiposo napoleónico, de gran talla, de frente perpendicular, amplia, rasa como una plancha de mármol fría, lo mismo que sus concepciones; de cejas no muy guarnecidas; poco arqueadas, de movilidad difícil; de mirada fuerte, templada por lo azul de una pupila casi perdida por lo tenue del matiz, dentro de unas órbitas escondidas en concavidades inson- dables; de nariz grande, afilada y correcta, tirando más al griego que al romano; de labios delgados, casi cerrados, como dando la medida de su reserva, de la firmeza de sus resoluciones; sin pelo de barba, perfectamente afeitado, de modo que el juego de sus músculos era perceptible... Agregad a esto una apostura fácil, recto el busto, abiertas las espaldas, sin esfuerzo estudiado, una cierta corpulencia del que toma su embonpoint, un traje que consistía en un chaquetón de paño azul, en un chaleco colorado, en unos pantalones azules también; añadid unos cuellos altos, puntiagudos, nítidos y unas manos perfectas como formas, y todo limpio hasta la pulcritud y todavía sentid y ved, entre una sonrisa que no llega a ser tierna, siendo afectuosa, un timbre de voz simpático hasta la seducción y tendréis la vera efigies del hombre que más poder ha tenido en América.
Así que mi tío entró, yo hice lo que habría hecho en mi primera edad: crucé los brazos y le dije, empleando la fórmula patriarcal, la misma, mismísima que empleaba con mi padre, hasta que pasó a mejor vida:
-La bendición, mi tío.
Y él me contestó:
-¡Dios lo haga bueno, sobrino!
Sentóse incontinenti en la cama, que antes he dicho había en la estancia, cuya cama (la estoy viendo), siendo muy alta, no permitía que sus pies tocaran en el suelo, e insinuándome que me sentara en la silla que estaba al lado.
Nos sentamos... Hubo un momento de pausa, que él interrumpió, diciéndome:
-Sobrino, estoy muy contento de usted...-
Es de advertir que era buen signo que Rozas tratara de usted; porque cuando de tú trataba, quería decir que no estaba contento de su interlocutor, o por alguna circunstancia del momento fingía no estarlo.
Yo me encogí de hombros, como todo aquél que no entiende el por qué de su contentamiento.
-Sí, pues -agregó-, estoy muy contento de usted (y esto lo decía balanceando las piernas que no alcanzaban al suelo, como ya lo dije), porque me han dicho -y yo había llegado recién el día antes. ¡Qué buena no sería su policía!- que usted no ha vuelto agringado.
Yo había vuelto vestido a la francesa, eso sí, pero potro americano hasta la médula de los huesos todavía, y echando unos ternos que era cosa de taparse las orejas.
Yo estaba ufano. No había vuelto agringado. Era la opinión de mi tío.
-¿Y cuánto tiempo ha estado usted ausente? - agregó él. Lo sabía perfectamente. Había estado resentido; no, mejor es la palabra «enojado», porque diz que me habían mandado a viajar sin consultarlo. Comedia.
Cuando mi padre resolvió que me fuera a leer en otra parte el Contrato Social, veinte días seguidos estuve yendo a Palermo sin conseguir verlo a mi ilustre tío.
Manuelita me decía, con su sonrisa siempre cariñosa:
-Dice tatita que mañana te recibirá.
El barco que salía para Calcuta estaba pronto. Sólo me esperaba a mí. Hubo que empezar a pagarle estadías. Al fin mi padre se amostazó y dijo-.
-Si esta tarde no consigues despedirte de tu tío, mañana te irás de todos modos; ya esto no se puede aguantar.
Mas esa tarde sucedió la que las anteriores: mi tío no me recibió. Y al día siguiente yo estaba singlando con rumbo a los hiperbóreos mares.
Sí, el hombre se había enojado; porque, algunos días después, con motivo de un empeño o consulta que tuvo que hacerle mi madre, él le arguyó:
-Y yo, ¿qué tengo que hacer con eso? ¿Para qué me meten a mí en sus cosas? ¿No lo han mandado al muchacho a viajar, sin decirme nada?
A lo cual mi madre observó:
-Pero, tatita (era la hermana menor y lo trataba así), si ha venido veinte días seguidos a pedirte la bendición, y no lo has recibido - replicando él:
-Hubiera venido veintiuno.
Lo repito: él sabía perfectamente que iban a hacer dos años que yo me había marchado, porque su memoria era excelente. Pero, entre sus muchas manías, tenía la de hacerse el zonzo y la de querer hacer zonzos a los demás. El miedo, la adulación, la ignorancia, el cansancio, la costumbre, todo conspiraba en favor suyo, y él en contra de sí mismo.
No se acabarían de contar las infinitas anécdotas de este complicado personaje, señor de vidas, famas y haciendas, que hasta en el destierro hizo alarde de sus excentricidades. Yo tengo una inmensa colección de ellas. Baste por hoy la que estoy contando.
Interrogado, como dejé dicho, contesté:
-Van a hacer dos años, mi tío.
Me miró y me dijo:
-¿Has visto mi Mensaje?
-¿Su Mensaje? -dije yo para mis adentros-. ¿Y qué será esto? No puedo decir que no, ni puedo decir que sí, ni puedo decir qué es... - y me quedé suspenso.
El, entonces, sin esperar mi respuesta, agregó:
Baldomero García, Eduardo Lahite y Lorenzo Torres dicen que ellos lo han hecho. Es una botaratada. Porque así, dándoles los datos, como yo se los he dado a ellos, cualquiera hace un Mensaje. Está muy bueno, ha durado varios días la lectura en la sala. ¿Qué? ¿No te han hablado en tu casa de eso?
Cuando yo oí lectura, ernpecé a colegir, y como desde niño he preferido la verdad a la mentira (ahora mismo no miento sino cuando la verdad puede hacerme pasar por cínico), repuse instantánearnente:
-¡Pero, mi tío, si recién he llegado ayer!
-¡Ah!, es cierto; Pues no has leído una cosa muy interesante; ahora vas a ver - y esto diciendo, se levantó, salió y me dejó solo.
Yo me quedé clavado en la silla, y así como quien medio entiende (vivía en un mundo de pensamientos tan raros), vislumbré que aquello sería algo como el discurso de la reina Victoria al Parlamento, ¿pues, qué otra explicación podría encontrarle a aquel «ahora vas a ver»?
Volvió el hombre que, en vísperas de perder su poderío, así perdía el tiempo con un muchacho insubstancial, trayendo en la mano un mamotreto enorme.
Acomodó simétricamente los candeleros, me insinuó que me sentara en una de las dos sillas que se miraban, se colocó delante de una de ellas de pie, y empezó a leer desde la carátula, que rezaba así -
-«iViva la Confederación Argentina!» --¡Mueran los Salvajes Unitarios!.
--¡Muera el loco traidor, salvaje Unitario Urquiza!-
Y siguió hasta el fin de la página, leyendo hasta la fecha 1851, pronunciando la ce, la zeta, la ve y be, todas las letras, con la afectación de un purista.
Y continuó así, deteniéndose de vez en cuando, para ponerme en aprietos gramaticales con preguntas como éstas - que yo satisfacía bastante bien, porque, eso sí, he sido regularmente humanista, desde chiquito, debido a cierto humanista, don Juan Sierra, hombre excelente, del que conservo afectuoso recuerdo-
-Y aquí, ¿por qué habré puesto punto y coma, o dos puntos, o punto final?
Por ese tenor iban las preguntas, cuando, interrumpiendo la lectura, preguntóme:
-¿Tiene hambre?
Ya lo creo que había de tener; eran las doce de la noche y había rehusado un asiento en la mesa al lado del doctor Vélez Sársfield, porque en casa me esperaban. . .
-Sí - contesté resueltamente. Pues voy a hacer que te traigan un platito de arroz con leche
El arroz con leche era famoso en Palermo, y aunque no lo hubiera sido, mi apetito lo era; de modo que empecé a sentir esa sensación de agua en la boca, ante el prospecto que se me presentaba de un platito que debía ser un platazo, según el estilo criollo y de la casa.
Mi tío fué a la puerta de la pieza contigua, la abrió y dijo- -Que traigan a Lucio un platito de arroz con leche.
La lectura siguió.
Un momento después, Manuelita misma se presentó con un enorme plato sopero de arroz con leche, me lo puso por delante y se fué.
Me lo comí de un sorbo. Me sirvieron otro, con preguntas y respuestas por el estilo de las apuntadas, y otro, y otros, hasta que yo dije: -Ya, para mí, es suficiente.
Me había hinchado; ya tenía la consabida cavidad solevantada y tirante como caja de guerra templada; pero no hubo más; siguieron los platos - yo comía maquinalmente, obedecía a una fuerza superior a mi voluntad...
La lectura continuaba.
Si se busca el Mensaje ése, por algún lector incrédulo o curioso, se hallará en él el período que comienza de esta manera: «El Brasil, en tan punzante situación». Aquí fuí interrogado, preguntándoseme -
-¿Y por qué habré puesto punzante?
Como el poeta pensé - que en mi vida me he visto en tal aprieto. Me expliqué. No aceptaron mi explicación. Y con una retórica gauchesca, mi tío me rectificó, demostrándome cómo el Brasil lo había estado picaneando, hasta que él había perdido la paciencia, rehusándose a firmar un tratado que había hecho el general Guido. . . Ya yo tenía la cabeza como un bombo - y lo otro tan duro, que no sé cómo aguantaba.
El, satisfecho de mi embarazo, que lo era por activa y por pasiva, y poniéndome el mamotreto en las manos, me dijo, despidiéndome:
-Bueno, sobrino, vaya nomás y acabe de leer eso en su casa -agregando en voz más alta-: Manuelita, Lucio se va.
Manuelita se presentó, me miró con una cara que decía afectuosamente -Dios nos dé paciencia» y me acompañó hasta el corredor, que quedaba del lado del palenque, donde estaba mi caballo.
Eran las tres de la mañana.
En mi casa estaban inquietos, me habían mandado buscar con un ordenanza.
Llegué sin saber cómo no reventé en el camino.
Mis padres no se habían recogido.
Mi madre me reprochó mi tardanza con ternura. Me excusé diciendo que había estado ocupado con mi tío.
Mi padre, que, mientras yo hablaba con mi madre, se paseaba meditabundo viendo el mamotreto que tenía debajo del brazo, me dijo:
-¿Qué libro es ése?
-Es el Mensaje que me ha estado leyendo mi tío... -¿Leyéndotelo?. . . -Y esto diciendo, se encaró con mi madre y prorrumpió con visible desesperación-: ¡No te digo que está loco tu hermano!
Mi madre se echó a llorar.
(Algún tiempo después de esta ocurrencia, el general Mansilla y su hijo Lucio, de paso para Francia, visitan a su pariente en su destierro de Southampton. Con Rozas, siempre de chaleco colorado, están allí su hijo Juan y su esposa, Manuelita, Terrero y un negrito a quien el amo apoda Míster. Manuelita, que anda aún con su moño colorarlo, y a quien el general Mansilla observa que «ese parche colorado no está bien-, contesta: -No me lo sacaré mientras no me lo manden». Un día, mientras el general y Manuelita están de sobremesa, el joven Lucio, por pedido de aqueIla, va a entretener a su tío, que ha ido a sentarse solo, en una salita próxima. Ambos callan, observándose muy al disimulo. El ex dictador habla al fin.
-¿En qué piensa, sobrino?
-En nada, señor.
-No, no es cierto; estaba pensando en algo.
No, señor. ¡Si no pensaba en nada!
-Bueno, si no pensaba en nada cuando le hablé, ahora está pensando ya.
-¡Si no pensaba en nada, mi tío!
-Si adivino, ¿me va a decir la verdad?
Me fascinaba esa mirada que leía en el fondo de mi conciencia, y maquinalmente, porque habría querido seguir negando, contesté:
-Sí.
-Bueno -repuso él-, ¿a que estaba pensando en aquellos platitos de arroz con leche, que le hice comer en Palermo, pocos días antes de que el «loco» (el loco era Urquiza) llegara a Buenos Aires?
Y no me dió tiempo para contestarle, porque prosiguió-
-¿A que cuando llegó a su casa a deshoras, su padre (e hizo con el pulgar y la mano cerrada una indicación hacia el comedor) le dijo a Agustinita: no te digo que tu hermano está loco?
No pude negar, queriendo; estaba bajo la influencia del magnetismo de la verdad - y contesté, sonriéndome:
-Es cierto.
Mi tío se echó a reír burlescamente.

La vida en la epova del virreinato

"En las calles de Buenos Aires no se ven, en las horas de la siesta más que médicos y perros". Así describía a la Gran Aldea un viajero francés. Y es que el pasatiempo preferido de los porteños era dormir la siesta. Tampoco había mucho que hacer. Las actividades principales eran la ganadería y el comercio, que se manejaban con poca mano de obra y una visita cada tanto a los lugares de producción y servicio. Ir de shopping llevaba muy poco tiempo. Bastaba atravesar la Plaza de la Victoria (actual plaza de Mayo) y recorrer la Recova donde estaban los puestos de los "bandoleros", como se llamaba entonces a los merceros frente a una doble fila de negocios de ropa y novedades.
Las diversiones
Convocaban por igual a ricos y pobres las corridas de toros. En 1791 el virrey Arredondo inauguró la pequeña plaza de toros de Monserrat (ubicada en la actual manzana de 9 de julio y Belgrano) con una capacidad para unas dos mil personas. Pero fue quedando chica, así que fue demolida y se construyó una nueva plaza para 10.000 personas en el Retiro en la que alguna vez supo torear don Juan Lavalle.
El pato, las riñas de gallo, las cinchadas y las carreras de caballo eran las diversiones de los suburbios orilleros a las que de tanto en tanto concurrían los habitantes del centro. Allí podían escucharse los "cielitos", que eran verdaderos alegatos cantados sobre la situación política y social de la época.
Las damas también gustaban de las corridas de toros pero preferían el teatro, la Opera y las veladas, que eran reuniones literarias y musicales realizadas en las casas. Eran la ocasión ideal para conseguir novio.
Los negros
Apenas siete años después de la segunda fundación de Buenos Aires, en 1587, se produjo el primer desembarque de africanos esclavos en Buenos Aires. Las travesías del Atlántico eran terribles. Viajaban amontonados sin las más mínimas condiciones sanitarias, mal alimentados y sometidos a la brutalidad de los traficantes.
Buenos Aires era una especie de centro distribuidor de esclavos. Desde aquí se los vendía y se los llevaba a los distintos puntos del virreinato. En Buenos Aires a los esclavos negros se los ocupaba sobre todo en las tareas domesticas como sirvientes en las casas de las familias más adineradas.
A pesar de la esclavitud, los negros de Buenos Aires y Montevideo no perdieron sus ganas de vivir e hicieron oír sus candombes y milongas y aportaron palabras a nuestro vocabulario como mucama, mandinga (el diablo) y tango.
El teatro
Una vez a la semana "la parte más sana del vecindario", como definía el Cabildo a sus miembros, es decir, los propietarios porteños, concurría al teatro para asistir a paquetas veladas de ópera y a disfrutar de las obras de teatro de Lavardén. Desde que la inaugurara el Virrey Vértiz en 1783, la Casa de Comedias, conocida como el Teatro de la Ranchería, se transformó en el centro de la actividad lírica y teatral de Buenos Aires hasta su incendio en 1792. En 1810 pudo reabrirse el Coliseo Provisional de Comedias dando un nuevo impulso al arte dramático.
El primer periódico de la colonia y la primera censura a la prensa
Durante el virreinato de Joaquín del Pino comienza a publicarse en Buenos Aires El Telégrafo Mercantil, el primer periódico de nuestra historia. El numero 1 apareció el primero de abril de 1801. Pero como el periódico decía cosas que molestaron al poder, fue clausurado por orden del virrey en octubre de 1802.
Las comunicaciones
Muy lejos del teléfono y la internet, los habitantes del virreinato se comunicaban por carta. Pero, ¿cuánto tardaba en llegar una carta a destino? Dependiendo lógicamente de las distancias, desde una semana a seis meses.
Las cartas eran llevadas a caballo a través de las postas, donde descansaban los mensajeros y cambiaban de caballo. Desde Buenos Aires tres veces por año salía un hombre a caballo hacia Chile, otro hacia el Perú y otro al Paraguay. Así que... había que armarse de paciencia. Con el tiempo aparecieron las galeras tiradas por varios caballos que transportaban pasajeros y correspondencia, acelerando los tiempos de llegada de las cartas.
En 1747 se creó el correo, pero recién con la apertura del puerto se regularizo la correspondencia con España.
El Consulado
Durante el virreinato de Arredondo se creó el Consulado en 1794, un organismo destinado a organizar la vida económica de la Colonia. Controlaba a los comerciantes para que no aumentaran injustificadamente sus precios y para que no engañaran a sus clientes con los pesos y medidas de sus mercaderías.
El primer secretario fue un joven criollo que había estudiado en Europa las más modernas teorías económicas, Manuel Belgrano, quien en los informes anuales del consulado aconsejara a las autoridades fomentar la industria y las artes productivas.

LA CASA DE GARDEL SE VISTIÓ DE FIESTA A 121 AÑOS DE SU NACIMIENTO

El domingo 11 de Diciembre, Día Nacional del Tango en conmemoración al nacimiento del cantor emblemático e indiscutido del género y al de Julio De Caro, (revolucionario del 2x4) la casa que Carlos Gardel le compró a su madre fue escenario de lujo para celebrar la fecha junto a nuevos valores del tango.
GABY
Con importante afluencia de público y por iniciativa de la Sub-Secretaría de Cultura del Gobierno de la ciudad desde las 17 hs desfilaron numerosos jóvenes por el patio interno de la "casa chorizo" sita en calle Jean Jaurés 735 de la Capital Federal, hoy Museo Casa Carlos Gardel.
GABY Y ALICIA POMETTI
Alberto Peinado, Alicia Pometti, Jorge Córdoba, Laly Martinez, Nazareno Altamirano (guitarra), Sergio Veloso, los bailarines Julio y Adriana, el ganador del certamen Hugo del Carril 2011 Sergio Veloso, Lulú y Gaby “La Voz Sensual del Tango” fueron los artistas que ofrecieron su talento para homenajear al zorzal criollo, nada menos que en el mismo patio donde mateaba con su madre.
Otro festejo paralelo se vivió aquella tarde de domingo ya que la cantante Lulú también celebra su santo el 11 de diciembre. Esta simpática cantante arrabalera que recuerda a Tita Merello en su decir fue la encargada de poner broche de oro a la calurosa tarde tanguera.
Antes, Gaby emocionó  a los presentes con tangos como Una emoción, la milonga El Zorzal, Revolver (estos últimos de Dorita Zárate y Jairo-Salzano respectivamente, dedicados a Carlos Gardel) y Tomo y obligo.
Sin duda el lugar fue intimidante para los jóvenes tangueros por su carga simbólica y emotiva, todos aseguraron sentirse elogiados por la convocatoria en un día tan importante y en el lugar más ligado al morocho del abasto. Por su parte el público demostró respeto y satisfacción ante las diferentes propuestas de los artistas.
LULU
El inmueble  de la sede del Museo Casa Carlos Gardel fue adquirido por Carlos Gardel para su madre, Berta Gardés, en 1927, a través de un crédito del Banco Nación. Allí vivieron juntos hasta 1933, último año de la estancia del cantante en Buenos Aires antes de viajar a Francia. Desde entonces, su madre compartió la vivienda con su amiga Anaís Beaux y el compañero de ésta, Fortunato Muñiz, quienes la habían empleado en su taller de planchado cuando llegó al país. Al morir Berta, en 1943, la casa quedó en manos de Armando Defino, último representante de Gardel.
Hoy puede disfrutarse allí de una importante colección de objetos originales del mítico cantor como así también sectores especiales dedicados a sus guitarristas, a Tita Merello y otros importantes exponentes del tango.

La leyenda del Caldén

En una pacífica tribu ranquelina mapuche, de las tantas que habitaban LA PAMPA vivía Huitrú, un peñí que correteaba como todos, por esta mapu que le pertenecía.
Era hostil y rebelde y, aunque pequeño, se daba cuenta de las penurias, sufrimientos y persecuciones de las que eran objeto.
Fue creciendo. Se convirtió en un joven fuerte y valeroso, con un solo ideal defender a su raza de las opresiones. Por esta causa fue perseguido y hostigado por sus caiñé.
Un día, al resistirse al saqueo de la toldería, fue capturado y mostrado como trofeo por sus adversarios, llevándolo lejos del lugar.
Esa misma noche, amparándose en la oscuridad reinante, logró escapar para buscar ayuda en otras tribus cercanas.
Cuando sus caiñé notaron que el indómito y bravo joven se había fugado, comenzaron a perseguirlo.
En su huida, Huitrú no se dio cuenta que se internaba cada vez más en el corazón del monte pampeano. En un momento se encontró enredado en unos bajos y enmarañados arbustos, y por más que luchó no pudo desligarse de sus ataduras.
Estaba sediento. Su cuerpo sangraba por las heridas que habían provocado las ramas y las relín. Su mollfun iba filtrándose en el suelo y atándolo cada vez mas.
Al verse perdido se encomendó a su Dios, guitu wuta chao, para que amparara a su raza a costa de su propia vida y, por un designio de éste, se lo vio de pronto convertido en un árbol frondoso, destinado a brindar alimento y sombra a sus peñi y a los animales, que serian los encargados de multiplicarlo por toda La Pampa.
Al amanecer, cuando sus hermanos y sus adversarios aún lo buscaban, sólo hallaron un imponente árbol en medio de estas extensas llanuras. El huitrú tenía las ramas cubiertas de relín, para defenderse de quienes lo quisieran cortar, y su mollfun se había convertido en una larga raíz buscando agua para saciar su sed, en lo más profundo de la mapu y poder aferrarse al hué que lo vio nacer. En el tronco se notaban las heridas sangrantes que el mapuche se hizo al huir.
Así como Huitrú (caldén) arraigado a este suelo, su raza sigue luchando por los derechos en estas tierras, afirmándose con fuerza y valor. Por eso, cuando se destruye un caldén, se mata un antepasado

Alfredo Abalos: uno de los grandes nombres de la canción folklórica

Alfredo Abalos atiende el teléfono desde Rosario, donde fue a cantar como lo hace casi desde siempre, en su incesante peregrinar por el interior del país. Acaba de sufrir un pequeño susto, una indisposición que obligó a una rápida internación, pero ya está repuesto, listo para volver a Santiago del Estero, y respondiendo afirmativo y polémico como es su costumbre. Se manifiesta orgulloso de que su último CD, Te digo, chacarera sea editado por Página/12, y explica que el disco contiene “las cosas que he venido haciendo durante toda mi vida. Siempre digo que he tratado de hacer buena música, no me interesa cantar pavadas para vender cien discos más. Yo canto cosas con fundamento, que me gusten, trato de marcar un camino, sobre todo a la juventud. Canciones que tengan melodía, un lindo mensaje, y que sean folklóricas, que tengan una gran dosis de música tradicional argentina, eso es fundamental”.
–La mayoría de las canciones son compuestas por usted, o alguno de sus hijos.
–También hay de otros autores, como Ariel Petrocelli y Hugo Díaz, o Julio Argentino Jerez. Son cosas que voy escuchando y que me gustan, por eso es que tardo tanto tiempo entre un disco y otro, porque no es cuestión de ponerse a cantar cualquier cosa. No hay otro camino que hacer las cosas con seriedad, no me voy a poner a pelotudear a esta altura de mi vida. Cuando grabo, siempre busco alguna gente que admiro para que me acompañe. En Te digo, chacarera está el maestro Carlos García en dos temas, y Lalo Homer y el Negro Gómez, de Los Andariegos, en guitarras. Y después mis hijos, Martín y Santiago Abalos Santillán, que tocan guitarras, violín y bombo. Para el próximo disco, pienso invitar a Luis Salinas.
–¿Escucha rock, también?
–Un poco, por reflejo. Mi hijo Martín, que toca la guitarra conmigo, es fanático de Los Redondos, se va a todos los recitales.
–Usted es reconocido como un gran intérprete del folklore santiagueño. ¿Qué es lo que hace tan particular a la música de esta región?
–La música de Santiago tiene un corte muy especial, sobre todo la chacarera, que es un ritmo impresionante. Cuando entró Diego de Rojas en Santiago, en el siglo XIV, venía con mucha gente del Cuzco, que hablaba quichua, y con negros. Quedó el ritmo del negro y el idioma quichua, que todavía se habla muchísimo. Y además la guitarra española, toda esa simbiosis entre Africa, Europa y América. A fines de 1800, en Santiago del Estero había una gran población negra, sólo en Salavina había más de 8000. De ahí el bombo, y el swing de la música de Santiago. Por otro lado hay un misterio que no se puede expresar con palabras, el santiagueño es músico por naturaleza, por ahí te vas al medio del monte, y en un rancho perdido aparece un viejo de 80 años que agarra el violín y uno no puede creer las melodías que toca.
–También se dice que usted es un especialista en chacareras truncas, pero mucha gente no sabe lo que es.
–La chacarera trunca tiene una síncopa especial, el último compás es como que te deja con la pata en el aire, de ahí lo de “trunca”, es como que termina anticipadamente.
Curiosamente, este cantor y bombisto que se convirtió en sinónimo de Santiago del Estero, nació en San Fernando hace 66 años y se crió en Ranchos, en la provincia de Buenos Aires. Pero mientras hacía el secundario en San Isidro, donde su “barra” estaba integrada por gente como el Chango Farías Gómez y Hernán Figueroa Reyes, ya se sentía atraído por Santiago. “Volvía a Buenos Aires porque tenía compromisos, pero un buen día me quedé, hace ya 35 años. Yo amo Santiago, su gente, su música, sus comidas, sus tradiciones.” Si bien no tiene ningún parentesco con los Hermanos Abalos, es una confusión que lo ha perseguido toda la vida. Peroa Alfredo le gusta recordar a ellos y otros grandes músicos de Santiago, así como los grandes asados que hacían en su casa. “Quemábamos una vaca, como dice un amigo, y hacíamos unas juntadas con Sixto Palavecino, Felipe Corpo, Orlando Jerez, Miguel Simón, Pablo Raúl Trullenque, Rodolfo Dalera –de Los Chaskis, que en aquella época se llamaban Los Calchakis–, mi mujer, Muni, que también cantaba, no sabés lo que era escuchar ese nivel de músicos y cantores.”
–Hace poco estuvo festejando sus 50 años con la música, con un recital en el ND Ateneo.
–Sí, es lindo recordar tantos años de andar, y festejar con amigos como Luis Salinas, Hugo Casas, Colacho Brizuela. Tengo muchos recuerdos hermosos, agradezco haber vivido esas épocas. Yo era changuito cuando empecé, y me entreveraba con la gente que sabía para aprender. Le llevaba la guitarra al dúo Arbós-Narváez, andaba con el Gordo Troilo, que un día me escuchó cantar y le gustó. Me dijo “vos cantás lindo, pibe, sentate aquí al lado mío”, y me cantaba unos estilos criollos hermosos. Alfredo De Angelis, que me mandó a mi primer profesor de canto en Buenos Aires. Rogelio Araya, un gran cantor, Miguel Angel Trejo, un pianista impresionante. Gente que ha sido grande para la música argentina, pero parecería que éste es un país programado para olvidar a los grandes músicos; la penetración cultural es tremenda. Y un pueblo sin identidad está a un paso de la dominación. Ese es el problema que a mí me preocupa constantemente, y vivo renegando por eso.
Sin embargo, Abalos se muestra esperanzado por el resurgir del folklore que ve en su provincia. “En este momento en Santiago hay un semillero impresionante de chicos jóvenes, que están cantando y haciendo música. Se escucha muchísimo folklore, en ese aspecto estamos contentos porque no hemos sembrado en vano. Por otra parte, ando todo el año recorriendo el país, cantando en todos lados, y donde voy recibo el cariño de la gente, te brindan su casa, su familia, su auto, todo lo que te puedan dar para que tengas una hermosa estadía. Eso que es lo más hermoso que le puede pasar al cantor.” (Claudio Kleiman, Página\12.)                 El Coyuyo y la tortuga Alfredo Abalos. A su talento como cantor, une su dignidad y valentia. Tal vez por eso no suele recibir los honores frivolos que prodigan habitualmente los poderes de turno.